- Por el resultado de la negociación y por quién ha escogido como letrado, está claro de qué lado quiere ser visto. Aunque sólo sea por haber elegido a Cuixart para que lo defienda, sabemos en manos de quién puso Sánchez la negociación con Puigdemont y el resto de los golpistas
En este descalabro nacional que estamos viviendo, llama especialmente la atención la forma de actuar del independentismo catalán. Hemos sabido que Santos Cerdán ha tomado como abogado al exdiputado de la CUP Jordi Cuixart, que durante el juicio por el golpe de 2017 fue el abogado de Benet Salellas. Toma así el relevo de Gonzalo Martínez-Fresneda, quien representa al PSOE en la acusación popular del caso Koldo en la Audiencia Nacional y representó a Cerdán en los trámites iniciales de su imputación.
Habrá que reconocer que es llamativo que Cerdán comparta letrado con los golpistas de 2017. Si yo fuera él, creo que hubiera preferido tener un abogado de oficio. Pero claro, él y yo no pensamos lo mismo y Cerdán ha sido el principal negociador con Puigdemont y todo su entorno. Y por el resultado de la negociación y por quién ha escogido como letrado, está claro de qué lado quiere ser visto. Aunque sólo sea por haber elegido a Cuixart para que lo defienda, sabemos en manos de quién puso Sánchez la negociación con Puigdemont y el resto de los golpistas.
Y, sin salirnos de Cataluña, ha sido muy notable ver como Rufián, el portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados, fue capaz de tener un enfrentamiento con Sánchez que probablemente es el que le ha dejado más desencajado de todos los que le hemos visto en el Parlamento. Rufián despotrica contra la derecha y la gigantesca corrupción del PSOE, pero se olvida de hablar de la que sufre su propia Cataluña. Allí tenemos el caso de la familia Pujol sin perspectivas de resolverse e ir a juicio. Eso no interesa ni a Sánchez ni a los Pujol, claro.
Lo que más me sorprende es que tras el demoledor discurso del miércoles en el Congreso, Rufián mantenga el apoyo al Gobierno. Oiga, ¿qué ética tienen ustedes? No parece que su voluntad sea cambiar mucho de lo que tenemos. Los independentistas catalanes, como otros socios del Frankenstein, están a la espera de ver qué más pueden sacar. Quieren ordeñar a la vaca hasta que se le sequen las ubres. Y el más interesado en prolongar este martirio es el propio Sánchez. Él sabe que la vida para él será mucho más dura si no hace esas concesiones. Así que los de Rufián amenazan desde las Cortes, dejan a Sánchez noqueado, y después siguen participando de la fiesta.
Estamos viviendo el momento más triste de nuestra democracia. Hemos visto cómo un sistema de consenso construido a base de cesiones por todas las partes ha sido derruido por una de ellas. Lo más curioso es que, contra lo que suele ocurrir, quien lo ha derribado es quien está en el poder, provocando una polarización de España que se está llevando por delante nuestro modelo de convivencia.
Como en la canción de Serrat, «No es que sea triste la verdad. Lo que no tiene es remedio». Y eso es lo que nos pasa hoy a los españoles con nuestro modelo político. Que Dios se apiade de nosotros.