Tonia Etxarri-El Correo

El centro político, esa definición por descarte, ese estado de ánimo alejado de los extremos, ha estado vaciado durante unos meses. Todos los que ha durado la campaña, en realidad. La última vez que quedó en evidencia esa despoblación fue en la noche electoral. A partir del 29 de abril, sin embargo, el panorama ha dado un giro radical. Han empezado a sucederse las carreras hacia el centro con tanta fruición que el eje de los intermedios corre riesgo de verse desbordado, de sufrir un ‘overbooking’. O algo. Vox, los populistas y los independentistas siguen acomodados en los extremos. Pero los dos partidos que competían en el espacio de centro derecha, PP y Ciudadanos, a veces atraídos o condicionados por el imán del partido de Abascal, están haciendo la ciaboga a un ritmo tan trepidante que sus votantes están sumidos en el desconcierto. El golpe de remo de Rivera ha sido más discreto. Sin estridencias. El liberal se ha reubicado en el centro sin dar otra explicación que la de ensalzar su proyecto de liderar la alternativa al nuevo gobierno de Pedro Sánchez. Pero ahí, en ese mismo eje, acaba de aterrizar Pablo Casado , despojado de cualquier vestigio que le pueda asociar a lo que ahora él llama ‘extrema derecha’. Reconvertido por autoproclamación en un hombre de centro como si la sombra de Adolfo Suárez se proyectara sobre su cabeza. Pero los tiempos no vuelven en política. Cada cual debe vivir el ciclo que le ha tocado protagonizar. Y ese salto de Casado, sin haber reposado aún la causas de su fracaso electoral, puede dejarlo fuera de sitio. Los populares necesitan una pausa porque no tienen margen para la reflexión a un mes de las próximas elecciones europeas, locales y autonómicas. Sostienen los observadores desde la Transición que en realidad ningún candidato a la presidencia en este país ganó las elecciones por el centro. Felipe, Aznar, Zapatero y Rajoy ganaron cuando grupos de votantes alineados con la izquierda o la derecha les dieron su confianza. Ahora, con Sánchez, que ha radicalizado su partido, lo que ha ocurrido es que le ha funcionado su estrategia de inflar las expectativas de Vox y conseguir movilizar el voto en contra de la derecha.

Pedro Sánchez tiene ahora en sus manos el ‘sudoku’ del nuevo gobierno. Con sus razones para querer gobernar en solitario con 123 escaños. Lo hizo con 84. Pero no es lo mismo sostenerse en el alambre de una moción de censura que gobernar durante los cuatro años de una legislatura. Necesitará alianzas para un gobierno estable. El pacto ‘natura’ del PSOE sería con Pablo Iglesias. Además de sus múltiples coincidencias en políticas sociales, le resultará más rentable tener a los podemitas menguantes dentro del gobierno que descontentos fuera del poder. Desde la oposición Pablo Iglesias puede complicarle la gobernanza. Ya ha empezado a desestabilizar con Venezuela dejando en evidencia al ministro Borrell al revelar una confidencia: que había sido un error del Gobierno español haber reconocido a Guaidó. Después de haberse reunido con los tres principales líderes, los nacionalistas esperarán recibir de Sánchez una señal. Mientras, Rivera y Casado competirán por decir que este socialista no es de fiar. Que con su plan recaudatorio de incrementar la presión fiscal en más de 26.000 millones de euros vamos a ver vaciados los bolsillos. Y así tienen hecha media campaña para el 26 de mayo. Pero ya han visto que no hay espacio para las tres derechas. Ah, no. Que ahí solo ha quedado Vox. Los demás se han ido al centro.