Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

El asunto del Salario Mínimo es muy sensible. En primer lugar por el gran número de afectados/interesados, cuya cifra supera los dos millones y medio de trabajadores. En segundo por sus efectos colaterales sobre las escalas salariales, pues afecta directamente a los mínimos (como su mismo nombre indica) pero también a los inmediatamente superiores que se ven aproximados o superados por ellos tras la subida. El Gobierno y sus comunicadores insisten en que se trata y hablamos de tan solo 50 euros y de ahí que cualquiera que oponga o plantee objeciones a la medida es un desalmado insensible. El corolario es que, una empresa que no pueda pagar 50€ más a sus trabajadores poco menos que no tiene derecho a existir. Aquí hay un problema permanente. Y es que desde el ministerio se ve el mundo empresarial con un grave exceso de uniformidad. Ni todas las empresas son iguales, ni todos los sectores obtienen el mismo valor añadido, ni en todos los lugares los costes y los niveles de vida evolucionan de manera similar.

Eso es lo que le lleva al ministro «casi» mala persona Carlos Cuerpo a detener el proyecto de reducciones horarias y mirar con detalle sus efectos concretos en los distintos tipos, lugares y tamaños. Lo que tanto irrita a la ‘totalmente’ buena vicepresidenta Díaz. Además de este problema permanente, ahora hay otro añadido que reside en el hecho de que fijarse solo en el salario mínimo y hacerlo de manera independiente del conjunto de los costes laborales que soporta y asume una empresa es un error grave.

Además del salario mínimo, estamos en plena imposición, sin diálogo social mediante, de la rebaja del tiempo de trabajo sin merma del salario, que supone un coste añadido que será quizás pequeño y asumible para las grandes empresas tecnológicas de Madrid, Barcelona o Bilbao, pero que será sensible para las pequeñas y medianas empresas de la hostelería, del comercio, de la agricultura y, desde luego para el servicio doméstico. Por si fuera poco, no deberíamos olvidarnos de los constantes incrementos de las cotizaciones sociales, algunas sin aumentos de las prestaciones.

Hay que analizarlo todo en su conjunto, salarios, horario y cotizaciones porque ese total es el que compone el resultado final del coste laboral. ¿Cuánto es el aumento real de los costes laborales? No dispongo del dato, pero no me extrañaría que estuviésemos hablando de más del 10% ¿Entiende ahora el pánico que les entra a algunos cada vez que la patronal propone pagar las nóminas en bruto, en lugar de hacerlo en neto, como sucede en la actualidad? Así todos sabríamos a dónde va cada euro que paga la empresa y que meandros recorre en el largo camino que hay entre la caja empresarial y nuestros bolsillos.

El origen de esta situación está en que triunfan aquellos que desean olvidar el diálogo social entre los agentes directamente implicados en el mundo de la empresa, sobre el que se asienta la prosperidad y sustituirlo por el diálogo (?) político entre discrepante y adversarios que emborronan el progreso.