ANTONIO R. NARANJO-El Debate
  • Sánchez también apeló a la conciencia de 15 diputados para que votaran en conciencia. ¿No queda ya nadie así en el PSOE?
La infantería mediática de Sánchez se convierte en el Grupo Wagner cuando el patrón se la juega y es necesario sacar a paseo todo el arsenal imaginable de demagogia, contradicciones, trucos, falacias, maniobras de despiste y manipulaciones.
La penúltima batalla consiste en convertir en una especie de «tamayazo» la mera apelación del PP a la conciencia del PSOE para que, llegado el caso de que Sánchez esté dispuesto a aprobar una amnistía, un paraíso fiscal y un referéndum a cambio del voto de Puigdemont, decida evitarlo.
La comparación con aquel chusco episodio ocurrido en la Comunidad de Madrid parte de una premisa inexacta que, aliada con la desmemoria del respetable y la propaganda oficial, consigue falsear los hechos del pasado y criminalizar la posibilidad de que alguien se rebele en las filas socialistas, lanzándoles la misma fatwa preventiva que ya usaron con Sayas y Adanero, los decentes diputados de UPN renuentes a apoyar la reforma laboral del Gobierno.
Esperanza Aguirre no fue presidenta en 2003 gracias a los votos de dos tránsfugas, sino por lograr una mayoría absoluta en la repetición de las elecciones autonómicas, convocadas por su negativa a aprovecharse de una disputa interna en el PSOE nunca aclarada del todo.
Si Tamayo y Sáez fueron comprados es una quimera, con menos peso que la hipótesis de que su lamentable rebelión obedeció a la negativa a darles las Consejerías suculentas que ellos y sus patrones querían.
Ahora nadie intenta comprar a nadie ni de nadie se espera un ejercicio de transfuguismo: se trata, simplemente, de saber si queda alguien en el PSOE capaz de anteponer la condición de español a la de militante y de plantarse ante la evidencia de que su jefe está dispuesto a todo con tal de mantenerse en el poder.
La pretensión es estéril, pues Sánchez se cuidó de poner uno a uno a todos los candidatos de las distintas circunscripciones, anteponiendo su lealtad ovina y alimentaria a sus aptitudes, pero el planteamiento merece algunas reflexiones.
Para empezar, el voto libre o en conciencia forma parte de las costumbres políticas de algunos de los sistemas democráticos con más solera del mundo: desde Estados Unidos y el Reino Unido, donde hemos visto sonoros plantones contra Donald Trump o Boris Johnson en sus propias filas, la libertad individual prevalece sobre las instrucciones del partido en casos donde se ponen en juego valores personales esenciales o asuntos públicos de la máxima jerarquía.
Que Sánchez promoviera exactamente eso en 2018 para que quince diputados socialistas rompieran la disciplina de voto y no facilitaran la investidura de Rajoy, tras un largo bloqueo y dos elecciones generales en seis meses saldadas con sendas derrotas históricas del hoy presidente, es un precedente impulsado por el mismo dirigente que hoy presenta una opción similar, y más justificada, como un anatema. Mientras mercadea con diputados y senadores, por cierto, para que Junts tenga grupos propios en el Congreso y el Senado.
No es de extrañar ese cinismo en quienes han logrado camuflar las peores fechorías por el método de cambiarlas de nombre, transformando un contubernio en una «mayoría social» o aboliendo de facto la alternancia democrática con la estrategia de negarse a pactar nada con el PP y negarle, a su vez, el derecho a buscar alianzas con partidos criminalizados, mientras se acepta deberle la Presidencia a un prófugo, un golpista y un terrorista.
Son los mismos que se suman tarde a la reprobación de Rubiales, recibido incluso en La Moncloa cuando unos pocos ya poníamos el grito en el cielo por sus lamentables excesos, y ahora pretenden encabezar la ceremonia de defensa de las mujeres, olvidadas en casos tan escandalosos como los de las menores agredidas sexualmente en Baleares o Valencia o con las víctimas de la ley del ‘solo sí es sí’.
Nadie saldrá en el PSOE a defender lo que el PSOE siempre pensó del separatismo montaraz y del terrible peligro que constituye para España, pero al menos ha de quedarnos la posibilidad de preguntárselo a todos esos diputados procedentes de comunidades con menos recursos que van a empobrecerlas más al respaldar el catálogo de privilegios que su jefe va a darle a Cataluña o el País Vasco para mantenerse en La Moncloa.
¿No tiene usted conciencia suficiente, Señoría, para negarse a respaldar que Sánchez esté dispuesto a impulsar una amnistía general, propia de países que saltan de una dictadura a una democracia; a aceptar un paraíso fiscal en Cataluña incompatible con la solidaridad interterritorial y a asumir un referéndum de autodeterminación?
Más que un derecho, hacerse esas preguntas es una obligación para cualquier diputado, de cualquier partido, que honre mínimamente su condición de representante del pueblo y no se comporte como un vulgar mamporrero del temerario señorito.