Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Si el sanchismo cae será por su propia implosión o por una derrota en las urnas

En la pasada legislatura Vox presentó dos mociones de censura contra Pedro Sánchez. Podía hacerlo porque contaba con un grupo de 52 diputados, pero perdió ambas. No parece que sus votantes quedaran muy satisfechos con el resultado de esta estrategia porque en las siguientes elecciones Abascal perdió 600.000 votos, de tal manera que ahora no tiene ni siquiera los 35 diputados que le permitirían presentar una nueva moción de censura y exige a Feijóo que sea él quien lo haga. A vista de estos datos no debe extrañar que el gallego se resista.

Entiendo las urgencias bienintencionadas de tanta gente; cualquier opción parece válida y adecuada para expresar la repulsa ante el colapso moral al que estamos asistiendo, pero no comparto la afición por las mociones de censura testimoniales, es decir, las que están condenadas de antemano al fracaso. Esta originalidad, tan habitual entre el gremio de opinadores, refleja que también la derecha puede compartir con la izquierda la tentación de sucumbir al sortilegio de los relatos ignorando la realidad de las cuentas.

Pero la política no tiene nada que ver con las películas de Frank Capra y las cuentas de esta legislatura están claras desde la sesión de investidura. La única argamasa que mantiene unida la heterogénea tropa sanchista es el muro contra la derecha; es absurdo brindarle la oportunidad de volver a cohesionarse y transformar el festival de mohines con el que los socios de Sanchez han recibido las grabaciones de Santos Cerdán en un coro perfectamente afinado de rechazo a cualquier cambio liderado por Feijóo.

En las filas del PSOE empieza a cundir el pánico ante las consecuencias electorales que pueden tener los escándalos de Sánchez; todos los cadáveres políticos asesinados por el presidente del gobierno y su mano derecha, Santos Cerdán, han salido de sus tumbas y se están paseando por las tertulias, mientras en el frente de los sincronizados ya se están registrando las primeras bajas. Además, los socios parlamentarios, los que de verdad mandan, han empezado a considerar la posibilidad de verse contaminados por tanto descrédito y se disponen a fijar una tarifa exorbitante por mantener, de momento, sus apoyos. El sanchismo se está cociendo en sus propias miserias y conviene no distraerle.

Los debates estériles sobre mociones condenadas al fracaso, las teorías conspiranoicas de fraudes electorales masivos o las fantasías a propósito de un hipotético procesamiento de Sánchez pueden resultar entretenidos, pero solo son eso: un divertimento y una fuente de frustración. Si el sanchismo cae será por su propia implosión o por una derrota en las urnas.

Ni Feijóo ni Abascal pueden decidir el final de esta legislatura agónica, pero la masa social de la derecha – esa que tiene tantos y tan aguerridos portavoces- sí debe reflexionar sobre cómo hemos llegado a esta situación para evitar que se repita en las próximas elecciones. Solo la racionalidad y el voto útil nos pueden librar de esta pesadilla. En las elecciones de hace dos años la división de voto de la derecha regaló cinco escaños al PSOE y dos a Junts. Con esos siete escaños el sanchismo ya hubiera sido historia hace dos años. Eso son cuentas, todo lo demás cuentos.