El peligro de cada cebo tendido por ETA es que quienes creen haber encontrado un atajo rompan el consenso democrático. Los ‘agentes internacionales’ han servido para que los terroristas se aferren al entretenimiento de la verificación. Su papel acaba siendo el de ejercer una presión que termina favoreciendo la publicidad de ETA.
Seguramente ETA pretendía, con su primer comunicado emitido hace quince días, que se empezara a mover el tablero. A saber: si los terroristas anuncian un cese de acciones «ofensivas», que la sociedad se sienta obligada a corresponder. Y que el Gobierno les dé una ventaja política como premio a su decisión permitiéndoles participar en las próximas elecciones a través de sus sucursales del mundo de Batasuna, por ejemplo. La legalización del entorno de ETA sin que ETA haya desaparecido todavía. Peón por caballo. Ése es el guión dibujado por los terroristas con la intención de ganar tiempo y prolongar el máximo posible su lenta agonía para rentabilizar hasta donde les sea posible el fin de la pesadilla. Pero el tiempo de la partida de ajedrez ya pasó.
Ahora tienen un nuevo problema. Sin pistolas no son nadie. Y con pistolas su final será más acelerado y más traumático, si cabe. Todavía logran a duras penas que sus bandos quincenales ocupen las primeras páginas de la Prensa y los telediarios. Pero la inercia camina hacia la irrelevancia y quizás el próximo comunicado acabe en los minutos basura. Siempre que la actual unidad de acción y reacción de los partidos democráticos se mantenga tan blindada frente a los cantos de sirena como hasta ahora. El PNV, clave en este proceso, parece haber entendido (o pactado) un discurso impecable de exigencia y rigor, a pesar de su tentación cíclica a desmarcarse del consenso antiterrorista.
El Gobierno dice estar escarmentado y no piensa volver a sentarse frente al tablero. Pero lo tiene que repetir para que el optimismo del presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren, no sea malinterpretado y la opinión pública empiece a sospechar que el estado de ánimo del presidente de los socialistas vascos pueda llegar a tener un efecto contagio. Los hechos son los que cuentan. Y después del recordatorio de los meses de inactividad «ofensiva», ETA ha tenido que dar un segundo comunicado, al ver que su irrupción en la escena dejó sin otra reacción en los políticos democráticos que la exigencia de «que lo dejen ya». Pasaron palabra.
A pesar del optimismo de Eguiguren, y a pesar de la importancia que le quieren dar algunos partidos minoritarios vascos, la segunda capa de maquillaje de ETA no ha llegado a camuflar sus intenciones de entretenimiento sin que se llegue a vislumbrar una verdadera intención de dejar las armas, como requería la «verificación Mitchell» a la que tan a menudo recurren para establecer una forzada comparación entre el fin del IRA y el de ETA. Por eso, el segundo comunicado de los terroristas ha vuelto a dejar fríos a los políticos en general. ¿Éste era el segundo paso «contundente» que iba a dar la organización terrorista, según anunciaban sus portavoces de la izquierda abertzale? Una segunda capa de maquillaje que no logra sentar una base de credibilidad.
Cuando las palabras no concuerdan con los hechos se produce un fenómeno de descreimiento que se va extendiendo a los sectores políticos más insospechados. Ni el PNV (el de Urkullu, se entiende) está dispuesto ahora a entrar en ese juego del intercambio con ETA. La decepción sufrida en las dos treguas anteriores y la necesidad, expresada por los interlocutores del presidente Zapatero, de que no se desmarquen de la política antiterrorista que lógicamente dirige el Gobierno, mantiene a raya al partido más votado de Euskadi, hoy en la oposición que, sin embargo, no oculta su tentación de desvincularse de un consenso que no esté dirigido por ellos mismos.
Ése es el peligro que subyace después de cada cebo tendido por la banda terrorista: que el consenso democrático se rompa por parte de quienes creen haber encontrado un atajo que antes nunca otro divisó. Y se produzca la quiebra entre los partidos parlamentarios, porque esa condición es la que ha alimentado la supervivencia de la banda que ahora pretende poner en un aprieto a la clase política española con el señuelo de la verificación. Los premios Nobel de la ‘Declaración de Bruselas’, dada a conocer en marzo, que pedían a ETA un alto el fuego «permanente y verificable» han servido de asidero para que los terroristas se aferren al entretenimiento de la verificación. Un tablero en el que entran en acción agentes internacionales cuyo papel acaba siendo el de ejercer una presión que terminará por favorecer la publicidad de ETA.
La banda querrá ganar tiempo y, para eso, la verificación puede servir para que su excusa, que no su causa, se dilate por escenarios internacionales sin darse cuenta de que es el tiempo, precisamente, el factor que actúa en su contra si quiere volver a ‘colar’ a sus peones en la próxima cita con las urnas. ETA dice estar dispuesta a hablar con mediadores extranjeros que puedan verificar que han dejado de matar mientras siete vehículos -seis coches y un ciclomotor- aparecían quemados en Bilbao como consecuencia de un acto de terrorismo callejero.
En estos casos no hay mejores verificadores que la Policía y los jueces que son los que han ido encontrando la raíz del problema ocasionado por el terrorismo durante más de cuarenta años. Son quienes tienen más información y quienes conocen mejor los movimientos de los violentos. Y están tan instruidos que ellos saben, mejor que nadie, que los mediadores tienen sentido cuando hay dos partes en conflicto. Ése no ha sido el caso de Euskadi.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 20/9/2010