Rebeca Argudo-ABC

  • Sorprendentemente, es el momento de los jóvenes de esa generación que suponíamos necesitada de una guerra que les espabilase

La ministra de Igualdad apunta con su bolígrafo en un papel algunas notas. Tiene una reunión para el seguimiento de los efectos de la DANA en materia de igualdad. La ministra de Igualdad escribe «comunicación coordinada» y también «negacionismo climático = mata», y «no ansiedad. Tenemos un plan». También garabatea un infame «este es nuestro momento». No aparece la palabra «mujer» por ningún lado. No señala ningún dato, ni con perspectiva de género ni sin ella. No hay una línea estratégica ni un esbozo sobre iniciativas posibles. Ni en qué puntos y por qué afecta más un desastre natural a las mujeres que a los hombres y qué diferencias insalvables por razón de sexo urge paliar con especial atención. El seguimiento con perspectiva de género parece más bien un argumentario general, unas indicaciones de comunicación a seguir para que nadie se salga del carril semántico. Las mujeres afectadas por la catástrofe que precisen un trato especial por el mero hecho de ser mujeres, si es que ser mujer es una categoría superior de víctima en un momento como este, pueden esperar sentadas. En las notas de la ministra no aparece nada al respecto. Este no es vuestro momento: es el suyo.

En realidad, la ministra de Igualdad se equivoca: este no es su momento. Está siendo el momento, sorprendentemente, de los jóvenes de esa generación que suponíamos necesitada de una guerra que les espabilase. De los de cristal que no sabían hacer nada solos. Y esos son los que han cogido días libres para ausentarse de su trabajo y poder acercarse a ayudar, los que han donado dinero para alimentos siendo mileuristas y los han llevado ellos mismos. Es el momento de esos: de los que se han saltado los controles para, a pesar de todo impedimento, llegar hasta los que les necesitaban, convertidos en un escuadrón invencible de palas, cubos, rastrillos y litros de agua embotellada. De tantos y tantos que se movieron cuando no se habían movido los que debían hacerlo. Y ahora, más de una semana después, cuando sus mayores anuncian pomposamente medidas de acción inmediata y miles de efectivos, cuando reaccionan con urgencia pero con la calma, tienen que verles llegar tarde y mal y con cara de «aparta que tú no sabes».

La solidaridad de un pueblo, en especial la de sus jóvenes, ha llegado antes y mejor que la obligación y la responsabilidad de un gobierno (de dos en realidad: el autonómico y el nacional) y va a ser difícil que esta vez puedan controlar el relato. Porque lo hemos visto todo en tiempo real. Hemos visto a un presidente decir que, si necesitan ayuda que la pidan, con los cadáveres, muchos, aún por velar. Y huir si no le dicen guapo, y tratar de rapiñar una atención y una consideración que hoy es de otros. Les hemos visto en dejación de funciones. No parece que vaya a funcionar hoy convencernos de que nuestros admirables jóvenes y los afectados por una tragedia son una ola reaccionaria de ultraderecha. Y, si lo son, es su momento: no el del Ministerio de Igualdad.