Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Se impone la tarea de cerrar legislativamente las fisuras de nuestro sistema democrático

Es la frase con la que se explica la permanencia de Álvaro García Ortiz en el cargo pese a haber sido imputado por el Supremo, y en realidad sirve para explicar la extraordinaria impunidad de la que hasta hoy han gozado todos los desafíos al sistema que han ilustrado las legislaturas del sanchismo: no estaba previsto que un fiscal general presentara indicios delictivos de revelación de secretos, ni que usara la institución que preside para defenderse de esa investigación. Como no estaba tampoco previsto que un presidente del Gobierno contradijera la Constitución con iniciativas creativas como la que eximiría de responsabilidad penal a los protagonistas del ‘procés’, ni que el TC se hallara en manos de un peón de dicho presidente con capacidad para ‘legitimar’ esa amnistía o estirar tácticamente los plazos para pronunciarse sobre ella y tener, de ese modo, inmovilizado a un posible oponente. Y es que Puigdemont no le retirará de verdad el apoyo mientras penda sobre él esa espada de Conde Pumpido (perdón, de Damocles) que sería un proceso judicial. Y, como no estaba previsto nada de lo que ha encarnado el sanchismo y de lo que aún constituye su gestión, se impone la tarea, una vez que este expire, de aprender la lección, de cerrar legislativamente todas las fisuras de nuestro sistema democrático qu e hoy se han utilizado para subvertirlo, de activar todos los resortes jurídicos que puedan impedir una reedición del fenómeno y de convertir esta etapa negra de la política española en una vacuna haciendo de la necesidad virtud.

Ha sido el abogado del Estado Edmundo Bal quien ha señalado estos días que, si un fiscal no puede revelar a los medios una información que afecta a la privacidad de un ciudadano, «tampoco es normal que se cuelen a la prensa todos los informes de la UCO referentes al exministro Ábalos porque este tiene tanto derecho a defenderse como el novio de Ayuso». No es normal, en efecto, que se filtren hoy esos informes en nombre de la lucha contra la corrupción como no lo fue ayer que se dosificara su contenido desde el propio Gobierno para exculpar a Begoña Gómez. Si ahora se emplean tales métodos es gracias a la carencia de esos resortes legales y diáfanos que no existen frente a lo imprevisible.

No estaba previsto, no. Como no lo estuvo en su día la mugre que tiñó el aznarismo (del que procede Zaplana) y antes el felipismo, cuya agonía se caracterizó por la chapucera fusión del Ministerio de Justicia con el de Interior. Como algo así no estaba previsto, fue necesaria la creación de aquella orquesta mediática a la que Cebrián llamó «el sindicato del crimen» confundiendo a los criminales con sus denunciantes. Hagamos esa vacuna legal para que nunca más se reedite en España esa ‘confusión’.