Rafael L. Bardají-Libertad Digital
- La caída de Kabul es un asunto grave cuyas consecuencias para nuestra seguridad habrá que ver; la caída de América es un cataclismo estratégico.
Es una desgracia para los afganos, sobre todo para los niños, que ya no podrán jugar con sus cometas ni escuchar música, y las niñas, que tendrán que quedarse encerradas en sus burkas sin poder recibir educación alguna, que los talibanes se hayan hecho de nuevo con el poder.
Pero, en cualquier caso, lo que la caída de Kabul ha expuesto es, pura y llanamente, la caída de America. Afganistán estaba condenado de antemano. Su Ejército sólo podía operar con la cobertura aérea de Estados Unidos, su inteligencia y su apoyo logístico; y aun así fue incapaz de frenar a los talibanes. Sin esa ayuda directa, era cuestión de tiempo. EEUU, cuya retirada estaba decidida, podía haber optado por una salida más o menos honrosa, como lo planteó Trump en su día; pero se ha inclinado por aceptar una derrota sin paliativos, a lo Vietnam.
La caída de Kabul es un asunto grave cuyas consecuencias para nuestra seguridad habrá que ver; la caída de América es un cataclismo estratégico. Si yo fuera japonés, taiwanés, saudí o israelí, entre otros, estaría más que preocupado: Estados Unidos se comporta como «un enemigo inofensivo y como un amigo traicionero» (la frase no es mía, sino del maestro Bernard Lewis). Esto es, todos aquellos que para su seguridad dependen de América se ven abocados a un proceso de nacionalización estratégica que les salvaguarde sus capacidades defensivas, pero de consecuencias regionales y globales que complicarán aún más el desorden actual. En ese sentido, la derrota americana agudiza las tendencias que hemos visto ya sostenidamente durante el covid: cada cual para sí.
Biden, como todos los presidentes que cometen un error garrafal, se lo atribuye a su antecesor y también a la comunidad de inteligencia. La CIA le había dicho que pasarían 90 días entre la retirada y el derrumbe de Kabul; pero en verdad han sido 90… horas. Claro, que habría que preguntarse qué le ha contado el CNI a Pedro Sánchez, quien ni siquiera ha sabido despachar dos aviones de repatriación a tiempo. La inteligencia ya estaba en entredicho por su politización, pero a partir de ahora será más difícil otorgarle cualquier credibilidad. Demasiados fallos.
Por no hablar de una organización como la OTAN, que, merecedora de la medalla al mérito de lo políticamente correcto, se apunta rauda a combatir el cambio climático pero es incapaz de luchar contra un enemigo real y armado. Ya que no se quiere disolver, debería plantearse la integración en el Ejército de Salvación. Al menos así haría un bien social.
El (escaso) pensamiento estratégico español también salta por los aires, dado que lo habíamos deslocalizado a la OTAN, la defensa europea y la ONU, todas ellas incapaces de frenar amenaza alguna. Nuestros generales, todos cargados de medallas por no luchar en guerra alguna, deberían reflexionar seriamente sobre qué es ser militar cuando el código moral y las ordenanzas no coinciden con la práctica habitual y el día a día. Se fue a Afganistán para contentar a los americanos y cumplir con nuestros socios europeos y nos hemos ido por la misma razón. Nada de intereses nacionales de por medio.
En fin, también es una desgracia para el buenismo y la moral accidental actual que, a pesar de su discurso grandilocuente sobre el género, el sexo y la libertad, se instituya un régimen opresivo, medieval y contrario a todos esos principios. Y es una pena porque la moral progresista se ha quedado en lo que realmente es: un juego de narcisistas que, como mucho, están dispuestos a difundir un hashtag. O, en el caso del alcalde de Madrid, a iluminar la Cibeles con los colores de la bandera afgana.
La caída de Kabul, que es, en realidad, la de América, es también la de eso que se ha llamado Occidente, nosotros incluidos. El siglo XXI ha cavado su fosa, desde fuera y, sobre todo, desde dentro, combatiendo estupideces reales solo en la mente de cretinos y ladrones. Mientras, otros sacaban sus conclusiones y se preparan para la puntilla final. Ese día, cuando llegue, abrirá el Siglo de China.