Iñaki Artete-La Razón

 

Desde hace tres años, el periodista y profesor universitario Cayetano González me invita a asistir a uno de sus cursos de Periodismo para que tras proyectar una de mis películas mantenga un coloquio con los alumnos. Tienen algo más de 20 años y como ya es de conocimiento público, saben poco o nada del tiempo en el que el terrorismo condicionaba la actualidad del país, ni siquiera sus hitos más espeluznantes (el atentado en Hipercor o el prolongado secuestro de Ortega Lara) están en su memoria.

Puede parecernos desastroso, pero también lógico. ¿Sus padres que lo vivieron todo, de principio a final, no les han hablado de ello? Me temo que esa es una de las principales razones. La lógica desafección juvenil por la historia reciente de su país, el vertiginoso transcurrir del presente frente a sus ojos, junto al despiste propio de la edad, han sido elementos probablemente similares a los que yo mismo pude experimentar a su edad. No comulgo con la aparente gran verdad de que “nuestra generación” (cada uno, la suya, claro) fue más espabilada que la presente.

“Nuestros padres nos engañaron” decía Jon Juaristi en un famoso verso para expresar de manera minimalista cómo la generación de vascos nacida a mitad del franquismo asimiló un falso relato expresado en clave de victimismo sentimental por sus padres. Franco contra los vascos, un pueblo oprimido a la espera de héroes que lo defendieran. Ahora que hemos sido padres probablemente las buenas intenciones de proteger de malos sentimientos o de historias escabrosas a nuestros hijos han hecho desaparecer del relato familiar los episodios terribles que alteraron nuestra vida y la de este país nuestro.

Para empezar les dije a los chicos: “No hace mucho, no muy lejos de aquí, ocurrió lo que vais a ver”. Es el slogan que anuncia la exposición titulada “Auschwitz” que aún se puede ver en Madrid. Me pareció muy oportuna la comparación, también hubo un largo período de silencio tras el Holocausto.

Estos chicos que tuvieron frente a ellos una de mis películas entienden perfectamente lo que ven, se emocionan, preguntan y después empujados por el profesor, redactan la experiencia de lo que han sentido, visto y oído. Leer sus comentarios resulta algo tremendamente revelador.

Es tarea de todos, padres, educadores, dedicar algo de nuestra atención a sacar a  pasear el incómodo tema del terrorismo patrio, el que mató a tantos pero nos sacudió a todos, airearlo, para fijarlo en la mente y sensibilidad de los jóvenes. Quizás no sea necesario que se aprendan los nombres de las víctimas de memoria, lo que sí es fundamental es que entiendan a dónde conducen esas ideas totalitarias, de las que a veces nos reímos, el daño que han causado y pueden causar si no estamos alerta.  

Tan lejos parece aquel panorama horrible que se tiene la tentación de aparcarlo de nuestra memoria, mientras los más vivos mezclan las cosas, los momentos, las fechas, los hechos y hasta a las víctimas.

En las universidades vascas son víctimas de ETA, del GAL y de abusos policiales las que se acercan a los jóvenes a relatar sus vivencias.

El entorno que arropó ETA sigue presente y esa atmósfera argumental que lo ha invadido todo desde hace tantos años permanece e impregna (aderezada con buenismo muy del presente) las iniciativas en torno a qué contar, cómo y a quiénes.

Dice Joseba Arregi: “Antes de analizar la cuestión del olvido y del perdón, tan ligada a la memoria, es necesario prestar atención a la pregunta de qué hay que recordar, qué estamos obligados a recordar”. También apunta que “lo que dota de significado y sentido la historia de Euskadi (y de España) desde el surgimiento de ETA es ETA misma y su ejercicio de la violencia terrorista. Los GAL y similares quedan reducidos a un muy segundo plano”.

El poder nacionalista se adapta a cualquier momento para no perder su influencia. La mayoría de los representantes públicos y los más distinguidos de lo privado -discretos y pulcros- que vivieron los tiempos de ETA siguen aquí con las mismas corbatas de seda preparados para el próximo asalto. “Nunca se cae dos veces en el mismo abismo –dice Vuillard, escritor francés- pero siempre se cae de la misma manera”.

Al margen de si el Estado se toma la molestia, seremos los padres los responsables de la NO transmisión de un relato adecuado. La generación que contempló aterida cómo una violencia desconocida nos empapaba las buenas intenciones hasta dejarlas inservibles, que fue testigo del intento de destruir nuestro sistema de libertades por quienes reclamaban hipócritamente otras, debe hacer el esfuerzo de contar y contar bien.

El objetivo del terrorismo fue la humillación y el exterminio mientras, por fortuna, el de nuestra sociedad democrática fue y sigue siendo insertar las lecciones de la historia en los códigos que mejoren la convivencia entre diferentes.

 

 

Iñaki Arteta Orbea

LA RAZÓN

24 de marzo de 2018