Jorge Vilches-Vozpópuli
Si realmente se quiere defender la democracia liberal y el espíritu de la Transición es preciso demostrar a los totalitarios que hay otra manera de hacer política
Aplaudir los escraches a Pablo Iglesias, Monedero o Yolanda Díaz es un error. Es cierto que puede parecer que tiene una carga de justicia poética, de regusto a “quien siembra vientos”, y que constituye un ejemplo de “cazador cazado”, pero no. Responder al escrache con otro escrache es hacer el juego a esta izquierda populista.
Los Iglesias, Monedero y demás comparsa han tenido siempre el objetivo de convertir la política en un conflicto constante. Sueñan con polarizar la vida española, con extender la lucha callejera, los insultos y la tensión. Es un odio calculado, movilizador, que genera una dialéctica amigo-enemigo que les beneficia.
Estos comunistas siempre han pensado que una parte considerable de la sociedad sobra o debe rectificar. Esa eliminación del otro requiere tener el poder, no solo el formal, sino el mediático, educativo y cultural
Odian al indiferente. Creen, como escribió Gramsci, que la indiferencia es colaboracionismo, parasitismo y cobardía, y que la vida debe ser lo que llaman “activismo”. Eso supone en su imaginario el convertirse en partisanos, en personas que buscan la confrontación, crean problemas y dividen. Porque la división, esa lucha de clases, de colectivos o de los de abajo contra los de arriba, es para ellos el motor de la Historia. Es fácil: a mayor caos, más probabilidades de que una minoría organizada se imponga.
A esta izquierda no le importan las consecuencias humanas, sociales y económicas de esas formas violentas de hacer política. Considera que los derechos pueden ser vulnerados y la libertad recortada si con ello hacen justicia social o se acercan a su paraíso socialista. Estos comunistas siempre han pensado que una parte considerable de la sociedad sobra o debe rectificar. Esa eliminación del otro requiere tener el poder, no solo el formal, sino también el mediático, educativo y cultural.
Estado de alarma
Por eso vieron en la pandemia de la covid-19 una oportunidad para transformar el sistema, estiraron el estado de alarma, y parieron la cursilada de la “nueva normalidad”. Es un clásico repetido por Pablo Iglesias: los comunistas avanzan en las crisis, por eso hay que prolongarlas, crearlas y extremar los conflictos.
Esto requiere crear mucha confusión social, ruido, extender mentiras y falsedades. Luego, en mitad del caos, sacan un lenguaje nuevo, una jerga que permite a la gente explicar lo que pasa. Lo que antes era democracia se convierte así en una ‘trama’ desvelada por ellos. Ese proceso de revelación de la verdad requiere un grado considerable de espectáculo violento callejero, de imágenes de gente común acosando a los políticos. Es la teoría de la olla a presión. Por eso, Juan Carlos Monedero escribió en 2013: “El escrache es democracia”.
Estas ínfulas de laboratorio universitario dan para mucho en un campus, e incluso pueden trascender cuando son útiles a un tercero, como ha sido el caso de Podemos
Esta izquierda no entiende la democracia como un sistema para garantizar la libertad, sino como una forma para hundir al enemigo político y llegar al poder para imponer su sistema. En ese camino es importante para el comunismo populista violar las normas, articular formas de “protesta popular” que sean alegales o ilegales y que sirvan para denunciar la opresión de la casta.
Es ahí donde entran los escraches. Por eso lo de ‘contrapoder’, esa supuesta manifestación del espíritu popular canalizada por un grupo de visionarios para dar lugar a un ‘proceso constituyente’. Estas ínfulas de laboratorio universitario dan para mucho en un campus, e incluso pueden trascender cuando son útiles a un tercero, como ha sido el caso de Podemos.
El comunismo populista quiere una España enfrentada, donde el otro polo, la derecha indignada, salga a la calle contra ellos, no en manifestaciones regladas, sino ilegales. Desean tener imágenes de odio para pasearlas por sus medios y las redes. Ya lo escribió Juanma del Olmo, director de comunicación de Iglesias y responsable de sus campañas electorales, en un libro prologado por Monedero: se trata de dar espectáculo a los medios para hacer guerra política.
Conflicto y notoriedad
No se equivoquen. A los podemitas les encantó el vídeo de aquel tipo haciendo prácticas de tiro con las fotos de sus dirigentes, o los escraches a sus políticos, incluso las imágenes de manifestantes en Galapagar. Quieren conflicto y notoriedad, mostrarse como víctimas. Lo peor que llevan es que la gente les sea indiferente porque necesitan ser protagonistas.
El manejo podemita de las mentiras, como se ha visto en el asunto de la tarjeta SIM de Dina Bousselham y la campaña de las cloacas, ha generado tal desconfianza hacia la corte de Iglesias que no es posible descartar del todo el auto escrache. No sería la primera vez en la Historia que se finge una agresión para justificar una decisión política. Incluso Echenique, quizá imbuido de esa estratagema, dijo que una diputada de Vox había fingido una pedrada.
En todo caso, hacer escraches a los podemitas es seguir su juego. Si realmente se quiere defender la democracia liberal y el espíritu de la Transición, la concordia, la política como una forma de solucionar problemas, no de crearlos, es preciso demostrar a los totalitarios que hay otra manera de hacer política.