Miquel Giménez-Vozpópuli
Pocos problemas tendrán los partidos en estas fiestas si han de decidir quiénes son sus allegados
Somos cainitas y está bien recordarlo porque ese es uno de nuestros principales defectos nacionales, quizás el peor. Y lo somos a fuer de envidiosos, aunque sea de la miseria. No soportamos que nos lleven la contraria, pensamos que siempre hay alguna conjura para echarnos de nuestro sitio, aunque sea el de guarda llaves del buzón municipal de Matalascabrillas del Monte, e invertimos más tiempo haciendo de vieja del visillo con los demás que invirtiéndolo en mejorarnos a nosotros.
Por eso el Gobierno – los gobiernos, que aquí hay un potaje de competencias autonómicas que no hay Dios que se aclare – ha dejado tan en el aire el asunto de los allegados que puedes invitar en estas fiestas y en qué consiste esa calificación, hija de la Nueva Normalidad que Dios y el Diablo confundan. Sabíamos de primos en varios grados, de sobrinos nietos, de ahijados laicos, de exparejas, exsuegras, ex de los/las ex, de cuñadismos en diferentes magnitudes, incluso supimos en su día de amigas entrañables, pero nadie nos preparó para reconocer qué o quién es el allegado. Veamos algunas dudas razonables.
Nuestros partidos no tienen allegados, solo escalones a los que pisar para ver quién llega primero a la cima para, una vez allí arriba, impedir a escobazos que nadie pueda disputarles el sitio»
¿Santi Abascal sería allegado de Pablo Casado? Pues, en principio y aunque gracias a Vox el Partido Popular gobierne en no pocos sitios, no creo que en Génova se le considere como tal. ¿Iglesias sería, entonces, un claro allegado de Sánchez? Pues depende del día parece que sí, depende del día parece que no. Todo estriba en ver con qué pie se ha levantado Sánchez, si le ha llamado Frau Von Der Leyden o si ha tenido que tranquilizar a la ministra Calviño de un ataque de nervios matemáticos, al ver que los números cuadran menos que Puigdemont en un seminario sobre ética. Que esa es otra. Porque entre los separatas anda la cosa como para allegarse. Ni Esquerra quiere saber nada de sus socios ni los del bloque neoconvergente, escindido en dos, tienen la menor intención de ser allegados de nada que no sean sus propios ombligos.
Esto de ser allegados vendría a ser como “colegas con derecho a roce”, “pareja abierta”, “amigos y residentes en Barcelona” o “fijo discontinuo”. Na, siquiera, que diría Mota. El subterfugio es evidente y debe ser una de las pocas cosas ambiguas de este gobierno inequívoco que podría resultar de utilidad a la población. Es la excusa perfecta. “¿Cómo que no puedo venir a cenar en Nochebuena?”. “Hombre, Pablo es que no eres allegado”. “No jodas, Pedro, entonces, ¿qué soy?”. “Algo mucho más importante: un camarada”. Y aquí paz y después gloria. Ya ven que el invento pergeñado por Redondo tiene su virtud, aunque ese no haya sido el propósito, porque en el Gobierno andan de virtud tan escasos como de inteligencia, lo que no es poco decir.
El amor y el respeto jamás han dependido de la biología ni mucho menos del ADN. Se basan en el corazón y ahí si que el Gobierno poco o nada puede dictaminar por una sencilla razón: carece del mismo»
De todos modos, si empleáramos el término amigos, más accesible para todos que ese otro de allegados, veríamos igualmente que en política es una palabra difícil de aplicar. A lo sumo, se tienen socios, compañeros de viaje, aliados más o menos circunstanciales, pero amigos, lo que se dice amigos, no. Si se ha dicho muchas veces que Inglaterra no tiene aliados si no tan solo intereses, en España nuestros partidos no tienen allegados, solo escalones a los que pisar para ver quién llega primero a la cima para, una vez allí arriba, impedir a escobazos que nadie pueda disputarles el sitio. Esta es la generación de políticos más aislada en su propio circulo vicioso de toda nuestra democracia.
En lo que respecta a Ciudadanos, ay, me veo a la pobre Inés reclamando, no la condición de allegada, sino la que obliga moralmente a sentar un pobre en la mesa de Nochebuena. Tristes fiestas para todos, tristes para quienes, realmente, quisieran compartir mesa y mantel con tanta gente que, sin ser de nuestra propia familia, lo son mucho más que si llevasen nuestra sangre. El amor y el respeto jamás han dependido de la biología ni mucho menos del ADN. Se basan en el corazón y ahí si que el Gobierno poco o nada puede dictaminar por una sencilla razón: carece del mismo.