Las cuentas son sencillas. El Congreso de los Diputados tiene 350 escaños.
En circunstancias de normalidad, y «normalidad» incluye una epidemia con más de 40.000 muertos y una crisis que arrasará la economía española, Podemos, ERC, JxCAT, Bildu, CUP, BNG, PNV y Más País no apoyarán jamás un gobierno de PP y Vox.
Ni uno sólo de esos escaños irá al PP, salvo capricho de la ley electoral. Mucho menos irá a Vox.
Dicho de otra manera. El PSOE cuenta en la carpeta de «posibles» con 74 escaños que sumar a los que obtenga en las elecciones. El PP los cuenta en la carpeta de «imposibles».
Consideremos esos 74 escaños como una coalición de partidos unidos por decenas de intereses sólo parcialmente comunes y uno unánime: la idea de que cualquier cosa, literalmente cualquier cosa, es preferible a un gobierno de PP y Vox.
Más a largo plazo, lo que vertebra esa amalgama de partidos nacionalistas y de extrema izquierda es la idea de que la España surgida de la Constitución del 78 debe morir.
No nos hagamos más trampas al solitario. El tercer partido del país, detrás de PSOE y PP, no es Vox, sino este. En el Congreso no hay 16 partidos, sino cinco: PSOE, PP, Vox, Ciudadanos y el partido contrario a la España constitucional.
El resto es un remanente de partidos minúsculos que a duras penas suman media docena de escaños y que en la práctica resultan intrascendentes.
Restemos esos 74 escaños a los 350 del Congreso. Eso deja 276 escaños libres para repartir entre PSOE, PP, Vox y Ciudadanos.
La mayoría absoluta está en 176 escaños. La resta es fácil. Cualquier resultado del PSOE superior a 100 escaños imposibilita un gobierno de PP y Vox. Cuando Pablo Iglesias dice que Vox no gobernará jamás desde la Moncloa, tiene razón.
Sí, la posibilidad de que el PSOE obtenga menos de 100 escaños es real. Ya ha ocurrido antes. Con Pedro Sánchez, además.
Pero Podemos es un partido unipersonal en declive, que caerá en la irrelevancia política en cuanto Irene Montero tome las riendas. Sus votantes serán absorbidos por el PSOE, por sus mareas, por el nacionalismo, por partidos marginales o por la abstención. Podemos se convertirá en una nueva IU.
Dicho de otra manera. No habrá un gobierno alternativo al de PSOE, Podemos y los nacionalistas hasta que los populares no reabsorban a Vox y se alcen con una cuasimayoría absoluta o hasta que PP y PSOE lleguen a un acuerdo para una gran coalición.
Pero veamos el problema desde la perspectiva del bloque de la derecha.
PP y Vox suman hoy 140 escaños. Les faltan 36 para la mayoría absoluta. En la actual situación de polarización radical del electorado español, esos 36 deben salir del bloque de la derecha nacional, descartada la derecha nacionalista de PNV y de JxCAT.
Vamos a suponer, y es mucho suponer, que los diez escaños de Ciudadanos sean derecha pura y dura y que prefieran un gobierno de PP y Vox a uno de PP, PSOE y Ciudadanos. Tenemos 150 escaños.
¿De dónde salen los 26 escaños restantes? ¿Dónde está la cueva en la que se esconden esos dos millones de votantes de derecha pura que aparecerán en el último minuto de las elecciones para darle una mayoría absoluta a la suma de PP y Vox?
Vamos con una especulación no demasiado arriesgada. Pedro Sánchez logrará aprobar los Presupuestos Generales del Estado porque la UE quiere que esos Presupuestos se aprueben. Y con ellos en la mano, Sánchez podrá gobernar sin excesivos problemas hasta 2023. Esta es la opción más probable a 17 de junio de 2020.
A lo máximo que puede aspirar el PP hoy, y me coloco en el mejor de los escenarios para los populares, es a marginar del Gobierno a Podemos y los nacionalistas. Es probable que a Pablo Casado se le abra además un nuevo frente cuando el PSOE eche el resto para arrebatarle la Comunidad de Madrid a Isabel Díaz Ayuso.
Conseguir ambas cosas –marginar a los radicales y conservar Madrid– sería una victoria de Pablo Casado. Casado, no obstante, tendrá difícil lograrlo si no apoya los Presupuestos Generales de Sánchez.
Esa es la realidad de la España de hoy. El resto –los escándalos de Fernando Simón, el 8-M, Marlaska, los 40.000 muertos, la mesa de diálogo con ERC, Ábalos y Delcy, la manipulación de las instituciones, Zapatero y Venezuela, la sumisión de la Fiscalía y de Abogacía del Estado– mueven voto, sí. Pero dentro de los respectivos bloques y en cantidades irrelevantes para provocar un vuelco electoral.
El resto –las fantasmales presiones de la DEA, de Bruselas, del Ibex y de la pachamama para que Sánchez se deshaga de Iglesias– son sólo fantasías. Buenas para divertirse un rato en Twitter y jugar a la política ficción y el deus ex machina, pero entelequias al fin y al cabo.
Si Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no están ya fuera de la Moncloa no es porque su público se lo coma todo. Es porque todos los caminos alternativos están cerrados para el PP.