EL MUNDO 13/11/14
VICTORIA PREGO
Artur Mas no se conforma con haber retado al Estado de frente sino que pretende que el Estado no responda a su reto y se retire humillado incumpliendo su obligación y que, además, el presidente del Gobierno autorice la convocatoria de un referéndum en Cataluña para ejercer sólo allí una potestad que es de todos los españoles, cual es decidir sobre el futuro del país. Del país de todos.
Es decir, que resulta evidente que el señor Mas no quiere llegar a ningún acuerdo con el presidente del Gobierno. Ni tampoco con el líder del PSOE. Lo que quiere es rentabilizar en su provecho la ola de satisfacción que ha generado en los independentistas el hecho de haber acudido a votar. No les importa, y a Mas mucho menos, las condiciones lamentables y radicalmente antidemocráticas en las que la tal votación se ha llevado a cabo.
Para los independentistas de ERC, lo sucedido el domingo es el primer paso para la independencia soñada. Para Mas no. Para Mas es la ocasión de mantener tensada la cuerda de las reivindicaciones que él sabe imposibles, porque eso es lo que le va a dar el oxígeno necesario para mantenerse en el poder y, en el momento en que le convenga convocar elecciones, lograr una mayoría suficiente para continuar en el Gobierno.
Lo que tiene ahora por delante el señor Mas es un duelo con Oriol Junqueras, que le había tomado la delantera en el apoyo ciudadano independentista. Pero ahora es el presidente de la Generalitat, y no el líder de ERC, el que aparece como triunfador entre los suyos. De modo que la partida se juega en este terreno por eso Junqueras no acudirá nunca con Mas en una candidatura de país.
Así las cosas, no tiene demasiado sentido aplicarse en una reforma de la Constitución sobre la que jamás ninguno de los independentistas se ha mostrado interesado. La Constitución debe ser reformada, claro que sí, y sería bueno que el asunto se abordara en esta legislatura porque la que viene se anuncia de muy difícil gobernación. Pero que abandonen toda esperanza los que piensan que convertir a España en una federación acabaría con las reivindicaciones de los secesionistas catalanes. Porque eso no es verdad y no lo será nunca.
Hay que aceptar que estamos ante un problema de imposible solución. La única posibilidad de darle un vuelco a la situación en que se ha metido la política catalana sería que los cuatro o cinco millones que no acudieron el domingo a la llamada independentista sí se presentaran en masa en las urnas cuando se convocaran las próximas elecciones autonómicas. Pero esos electores tendrían que tener una oferta sólida y fiable de los partidos constitucionalistas para movilizarse masivamente. No un frente, que los frentes son siempre peligrosos y suelen dar muy mal resultado. Pero sí una oferta firme, clara y homogénea y, por supuesto, común en el punto fundamental de la permanencia indiscutible de Cataluña en España.
Fuera de esa opción, el problema catalán no tiene salida. Ni el presidente del Gobierno, sea quien sea, va a autorizar nunca un referéndum secesionista en una parte del territorio nacional, ni los actuales dirigentes catalanes se van a apear de sus reivindicaciones separadoras ni van a conformarse con la fórmula federal que propone el PSOE. Tenemos que prepararnos para asumir, y hacer definitivamente nuestra, la vieja receta orteguiana de conllevar el asunto.