Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Las habilidades del señor de la mentira están de sobra demostradas, pocos cuestionan su liderato mundial. El doctor Fraude es, en la disciplina del trile, lo que fue Bob Beamon en el salto de longitud. Tardará décadas el mundo en dar un maestro parecido de la bolita y los cubiletes

Solo, fané y descangallao, como en el tango de Discépolo, Sánchez deambuló extraviado por los pasillos, las salas y las tarimas del Foro Mundial de La Haya. Cumbre de la OTAN por lo que hace a la defensa de Occidente y cumbre del trilerismo en cuanto concierne a Sánchez. Las habilidades del señor de la mentira están de sobra demostradas, pocos cuestionan su liderato mundial. El doctor Fraude es, en la disciplina del trile, lo que fue Bob Beamon en el salto de longitud. Tardará décadas el mundo en dar un maestro parecido de la bolita y los cubiletes. Ya ven que soy justo y neutral: si el adversario o enemigo tiene un don, se reconoce. Y no pasa nada.

El trilero coloca en la calle sus cajas de cartón —una especie de urnas de Ferraz— y, para asombro de todos, engaña una y otra vez a los transeúntes que se acercan. De acuerdo con las reacciones diferenciaremos al final tres grupos. Si bien al principio todos emiten un unánime «oh», la infalibilidad del trilero descolocando siempre al aventurado jugador espontáneo acaba por cansar a algunos. En la cultura del trile, como en la del puticlub, nunca se tira dinero, nunca se deja escapar al membrillo sin darle una estocada. Eso no lo comprendió la escuela previa a Sánchez. Él ha revolucionado para siempre el juego de azar. Antes del Fraudillo, los maestros fallaban a veces a propósito para que el público se confiara. Aunque en principio parece una treta lógica, tiene un problema: a la gente del bronce se la distingue, y a la hora de «perder» la pasta se la llevaba siempre un compinche.

Al compinche de Sánchez lo puedes ver en la oscuridad. Hoy es más fácil que nunca porque a todos ellos los imputan o investigan. Pero antes de Peinado bastaba con analizar la sindéresis de sus discursos: si no la había, si solo se repetían formulitas de argumentario, estabas ante un compinche. O sea, un ministro, un secretario de Organización, un presidente autonómico, un portavoz. Siempre socialistas. Por eso Sánchez nunca escenifica una pérdida con un compinche. Si ustedes le ven perdiendo, es de verdad, como con Santos Cerdán o Ábalos. Antes bastaba con observar las primeras jugadas del trilero, adivinar quién entre el público era compinche suyo y apostar lo mismo que este cuando se decidía a jugar. Sánchez acabó con ello, decidió que hay que llevárselo crudo siempre, que hay que hacer trampas siempre, que hay que mentir siempre. De ahí lo de la última bolita, el gasto en Defensa: «Ni en broma el 5%, será menor; no será menor, es menor; no es menor, yo nunca quise que fuera menor; son las Fuerzas Armadas las que no quieren tanta inversión». No me olvido de los tres grupos: los hipnotizados por el fenómeno de alguien que siempre miente; los compinches mareados de tanto tener que practicar la ecolalia; los que nos cansamos hace tiempo y lo enviamos a pastar.