CARLOS HERRERA-ABC
Los silvestres de la CUP exigieron ayer que se volviera a la casilla de salida
AMAN la retórica, el simbolismo, el humo; les gusta jugar a amagar, a significarse como etéreos, a simular bravatas, a parecer dispuestos a cruzar todas las líneas rojas. Y no. Son de un natural cobarde, timorato, medroso y encogido. Los nacionalistas catalanes llevan amenazando con dar el golpe definitivo desde que la Moreneta fue encontrada por unos pastores en el siglo IX y nunca han hecho más que desestabilizar, vocear, pavonearse y darse ánimos unos a otros sin atreverse a cruzar la línea definitiva. Si la mayoría abrumadora de los catalanes hubiera querido ser independiente lo sería desde hace un puñado de siglos; pero la mayoría de ciudadanos de esa comunidad gusta de ser catalán sin que eso le prive de otros complementos comunes que les garantiza indudables ventajas. Ya se ha señalado hasta la náusea que el verdadero negocio, el auténtico hervor de emociones, es ser independentista, no ser independiente. Pero vivir en la farsa, en el autoconvencimiento y en ese perverso mecanismo de recalentarse unos a otros permite entretener los tiempos y vivir en la utopía permanente de El Dorado o de la Ítaca soñada. Y así van pasando los días y las noches, haciendo que haya una doble circulación superpuesta: la de los ciudadanos que sacan adelante las cosas cada día y la de los ensimismados que viven de declaraciones pomposas y provincianas.
¿Qué otra cosa fue si no el ejercicio de renovada melancolía de ayer por la tarde con declaración del Puigdemont incluida? Los silvestres de la CUP, que se permiten ser arrojados porque saben que jamás tomarán decisiones que hagan recaer sobre sus espaldas las consecuencias de tales acciones, exigieron que se volviera a la casilla de salida y se refrescara la declaración de independencia que ha llevado a la cárcel a unos cuantos responsables políticos y a otros activistas sociales. Torrente, el brazo menos listo pero tampoco tonto del todo del procés, hubo de afinar, junto a sus conmilitones de la mayoría parlamentaria, el juego de las apariencias. Que parezca que lo hagamos pero sin hacerlo. Y ahí nace el postureo de ayer mediante el cual reivindicaban al fugado que dice estar dispuesto a facilitar la formación de un gobierno y el referéndum del 1 de Octubre. Pero de proclamar de nuevo la República Catalana nada de nada, si acaso alguna mención a las aspiraciones soberanas del pueblo catalán y tal y tal pero nada más. ¿Quién es el primer valiente en estar dispuesto a ingresar en prisión después del aviso de la Fiscalía? ¿Quién es? ¿Dónde está escondido? ¿En las filas de la CUP? ¿Con una de sus líderes huida a Suiza simplemente por haber sido citada a declarar sin estar acusada de nada?
Los ejercicios estériles, las pérdidas de tiempo y el atlético deporte de la simulación es el perverso común denominador de la política oficial catalana, que es la de los nacionalistas, de esos que se creen mayoritarios en su deseo independentista y comprueban, hasta en las circunstancias más febriles, que no son mayoritarios. No solo eso: comprueban también cómo la fiebre crecida desde que el incompetente de Artur Mas desatara la infantilidad histérica de los soberanistas de bote decrece de manera prodigiosa –de la misma manera que creció– desde que todo se derrumbara a primeros de Octubre.
No se alarmen, en cualquier caso. La perseverancia es una gran característica de estos seres que viven alquilados en una permanente nebulosa. Propondrán al tal Sànchez –Jordi, no se confundan–, un mediocre agitador callejero, como presidente de la Generalidad, cosa que no será efectiva porque está en la cárcel. Y seguirán girando como la burra de la noria mientras la vida sigue en la calle a la espera de que una mañana luminosa alguien se dé, por fin, con una rama en la cabeza. No hi ha res a fer.