ABC 17/02/14
JUAN CARLOS GIRAUTA
Entre los efectos del hervor nacionalista, quizá el más significativo sea la imparable decadencia de los dos partidos políticos que formaban la llamada centralidad catalana: el PSC y Convergència. Que este último, justamente, sea principal responsable del hervor es una curiosidad a abordar desde distintas disciplinas, aunque acaso sea la psicología la que preste mayor ayuda al analista. En cuanto a los socialistas catalanes, su problema es la incapacidad de asumir, con todas sus consecuencias, la condición de formación constitucionalista, de extensión del PSOE allí donde el socialismo español ha encontrado siempre una de sus dos grandes bolsas de votos. Pero dejemos a la gente de Pere Navarro con su duda hamletiana, resolviendo si es o no es, calavera de Yorick en mano como quiere la leyenda, que no Shakespeare.
Artur Mas, por el camino del hervor y del fervor, ha ido perdiendo todos sus apoyos internos. Le resta apenas el de Francesc Homs, consejero de Presidencia, jefe de una diplomacia de juguete, estratega de esa «internacionalización del conflicto» de alarmantes resonancias. Pero también en tan sorprendente relación (pues quién alcanza a entender el ascendiente de Homs sobre nadie) se ha abierto una brecha. Horas después de propugnar ante los micrófonos de la COPE, en su enésima ocurrencia, una idea menos infeliz que el resto, la de un referéndum donde participen todos los españoles, Homs fue desautorizado por su jefe.
Mientras avanza la disolución de Convergència, y de la falsa centralidad catalana toda, la prensa local, de enorme difusión e influencia, se ha decantado por lo que unos llaman «la tercera vía», otros «la puta y la Ramoneta» (que en catalán no suena tan mal), y otros llaman búsqueda desesperada de una salida airosa para Artur Mas. Los opinadores empeñados en seguir al pie de la letra el proceso que siguió a la gran manifestación de la Diada de 2012, que un día fueron punta de lanza del plan secesionista por mor de un grave error, ya corregido, en su línea editorial, aparecen ahora como reliquia incómoda, ya no cuentan con el favor de sus jefes y llegan cada mañana a la redacción preguntándose si no será la última. En la misma línea de tercera vía, de pacto aceptable para ambas partes, de urgente necesidad de una oferta del Estado que corrija la peligrosa deriva, se pronuncian banqueros, jefes de patronal y componedores varios.
Sin embargo, una vez abierta la caja de Pandora, los males no regresan a su encierro. No van a recular las decenas de jueces que obtuvieron su plaza sin haber estudiado el Título Preliminar de la Constitución, jueces por la independencia. No va a disolverse el aparato desplegado para contarles a Europa y al mundo la milonga de que Cataluña es una nación sojuzgada cuyos derechos son conculcados por una España opresora y antidemocrática, autoritaria y centralista. Me pregunto qué pensarán en París cuando les llegan las denuncias de centralismo del país vecino, el más descentralizado de Europa. No cejarán los pastores de niños de exigir el monolingüismo en la escuela porque «a un país corresponde una lengua». No aceptarán sin más, de buen grado, los jóvenes crónicamente ofendidos porque aprendieron una historia falsa. No darán por buena los frustrados de todas las especies, que ven en la independencia una restauración del mundo que creían merecer y no tuvieron, ninguna oferta del Estado. Traspasada la línea del enfrentamiento con el orden constitucional, violada la sagrada frontera de la paz social, los nacionalistas se han ganado el derecho a ser derrotados en los precisos términos de su desafío. No se lo hurtemos.