Los partidos pueden no darse por enterados, pero el fenómeno viral se contagia por las redes y es algo más que el cabreo de unos ‘rebeldes sin casa’. La ciudadanía percibe a la casta política como un gran problema nacional en los barómetros del CIS. Mirar para otro lado es una solución, pero poco inteligente.
Los grandes partidos, ante el movimiento #nolesvotes, han tirado del manual de marketing respondiendo con calculada indiferencia durante semanas. Es la reacción habitual de la partitocracia ante cualquier foco de erosión. Y el motor primigenio de #nolesvotes era castigar electoralmente a PSOE, PP y CiU por la Ley Sinde redactada contra el interés de la ciudadanía sometiéndose al ‘lobby’ de la industria y la presión de algunas cancillerías. Las redes han sido el catalizador del descontento -sin el fuego del norte de África pero con mucha pólvora- aglutinándose bajo etiquetas como ‘Democracia real ya’ o ‘Ciudadanos en blanco’, iniciativas de regeneración democrática ante la corrupción de los partidos y la degradación del sistema. Solo #nolesvotes apuntaba ayer, a cuatro días de la cita en las urnas, dos millones de usuarios únicos en su web; y Democracia Real sacó más gente el 15-M que los sindicatos el 1 de Mayo. No todos son votos, pero la sombra de esas cifras es alargada. Los partidos pueden actuar no dándose por enterados, pero el fenómeno viral se contagia por las redes y es algo más que el cabreo de unos ‘rebeldes sin casa’. La ciudadanía percibe a la casta política como un gran problema nacional en los barómetros del CIS. Mirar para otro lado es una solución, pero poco inteligente.
En el PP están encantados con esta efervescencia ante la agónica desesperación del PSOE para movilizar a su electorado. Al cabo la derecha sabe que cuenta con sus diez millones de votantes siempre ahí desde 1996 con una fidelidad a prueba de todo, mientras la clientela socialista ha oscilado arriba y debajo de ocho a once millones, con algunos castigos muy duros. Pero unos y otros se equivocan con sus miopías cortoplacistas calculando escaños sin ver que el fenómeno va más allá de la pelea en las urnas. La indignación remite a un Estado insostenible, una administración ineficaz, una sociedad narcotizada, un sistema electoral injusto, una clase política mediocre muy profesionalizada, un modelo económico ladrillero que ha empobrecido al país, privilegios bancarios, incapacidad para consensuar siquiera una reforma educativa. y entretanto la casta guardando sus corralitos. Siempre han despreciado la abstención -con frases tipo «algo falla en la sociedad, bla, bla, bla» o «día de playa, bla, bla, bla»- y además la partitocracia descuenta el voto en blanco antes de repartirse el pastel. La ciudadanía empieza a asumir que la solución no pasa por cambiar de gobiernos como cromos sino cambiar un sistema endogámico que los grandes partidos defienden a machamartillo con sus listas cerradas cada vez más corrompidas y la retórica gastada de sus maquinarias electorales. Democracia real es un deseo razonable.
Teodoro León Gross, EL DIARIO VASCO, 18/5/2011