Miquel Iceta-Vozpópuli

Miquel Iceta ha dicho que, si una mayoría de la población catalana quiere la independencia, se ha de encontrar un mecanismo para canalizarlo. Le acusan de traidor. Y no es eso.

Iceta no puede ser un traidor, dejemos eso claro para centrar la situación. No puede serlo porque la traición, la felonía, la vileza, la insidia, la defección, en suma, solo puede cometerla quien, aduciendo defender algo, conspira para obrar en sentido contrario. Iceta no puede ser considerado como Audax, Ditalco y Minuro, que traicionaron a Viriato entregándolo a los romanos para encontrarse con la célebre frase de Quinto Servilio Cepión “Roma traditoribus non praemiat”.

Tampoco es Bruto, que conspira contra César, urdiendo su asesinato y pagando con deslealtad filial e ingratitud los favores con los que el Divino Julio le había colmado. Mal podría ser Miquel Iceta traidor, como algunos lo califican, porque ni ha traicionado nada ni tiene tamaña pretensión. Cuando dice que, en caso de que hubiese una mayoría de independentistas esto debería aceptarse, está diciendo lo que piensa de verdad; más, está diciendo lo que ha pensado siempre la cúpula del PSC, lo que desde el congreso de unificación se ha defendido a capa y espada, reconociendo el derecho a la autodeterminación, llevando cuando estaba al frente Pere Navarro una consulta sobre la independencia en su programa, apoyando la inmersión lingüística, participando sus dirigentes en tertulias y programas de los medios antaño pujolistas y ahora separatistas, que es lo mismo y diferente aunque parezca un acertijo.

Iceta precisaba en la entrevista que concedió al diario vasco Berria, en el que hizo estas declaraciones, que no se refería a una mayoría de un 51 por ciento, como cacarean los de Waterloo; también advierte que la aceptación de la separación no debe producirse en “el último penal”. Es de admirar tan colosal sinceridad, impropia, por otra parte, de un socialismo a là Tezanos, empeñado en disfrazar de progresismo una serie de cesiones, debilidades y animadversiones revanchistas y decimonónicas. Iceta se adhiere, pues, a la corriente populista de Melenchon, Varoufakis, Iglesias, de ese marxismo que, tras el invento del eurocomunismo pergeñado por Berlinguer y Carrillo, está en fase de aggiornamento, buscando caladeros de votos alrededor de nacionalismos, ecologismos, feminismos y todos los ismos para afianzar el cadáver de la vieja idea social demócrata de Brandt y Palme.

Totalitario

Mal puede calificarse como traidor a la Constitución, a la Corona, a España, a alguien que me dijo hace años en su despacho, ante la crisis que vivían los comunistas catalanes de la era pre-Iniciativa, que sentía la más viva de las simpatías por la escisión del PSUC de los comunistas ortodoxos, el añejo PCC, Partit dels Comunistas de Catalunya, liderados por Marià Pere. Iceta, defensor del centralismo democrático, poco o nada cree en la democracia parlamentaría liberal. Es totalitario por pensamiento, ideología y, si me apuran, por origen social y de clase.

La idea de España le tiene completamente sin cuidado y no le importaría desmontarla, organizar una república federal, pactar con quien fuese si, a cambio, el resultado final fuera alcanzar el poder. Una gran parte de eso que llamamos socialismo comparte a pies juntillas esta tesis. El barniz europeo que le dio Felipe al PSOE apenas sirvió para ocultar la rugosa madera largo caballerista, la de la Motorizada, la del intento de golpe de Estado de Asturias, la de la complicidad con el estalinismo, las checas de Yeshov, la eliminación de adversarios como Andreu Nin, la de la consigna antes que el pensamiento y la disciplina de partido por encima de la libertad de espíritu. El totalitarismo, vamos.

Cuando Casado o Rivera se escandalizan con Iceta por su complaciente actitud con los autores del intento de golpe de Estado separatista -recuerden, no los habría puesto en prisión preventiva y está a favor del indulto – demuestran no tener ni idea del auténtico problema de fondo, del dramatismo que supone para una sociedad como la nuestra tener a personas así erigiéndose en representantes de las clases populares, de los que siempre pagan mucho y, a cambio, reciben muy poco.

Sería muy de agradecer, ahora que todos hablan de debates electorales, ver uno sobre ideologías

Sería muy de agradecer, ahora que todos hablan de debates electorales, ver uno sobre ideologías. Resultaría sumamente educativo ver, por ejemplo, a Iceta debatiendo de ese asunto con Juan Carlos Girauta o con Cayetana Álvarez de Toledo. Podríamos así rasgar el denso velo tras el cual, según Schopenhauer, se oculta la verdad desnuda, esa verdad que no está hecha para el profano vulgo, según el filósofo alemán.

Aunque vayan ustedes a saber, porque Ex nihilo nihil fit, de la nada, nada sale, frase atribuida a Parménides de Elea, insigne filósofo presocrático que, para su ventura, no tuvo que vivir unos tiempos como los nuestros, tan banales, tan plastificados, tan traidores para con lo que de bello, inteligente y eterno tiene la vida.