Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 1/7/2011
Bildu -es decir, ETA-Batasuna- acumula más poder institucional que nunca a lo largo de su historia, con lo cual varios años de vigencia de la ley de partidos no han servido, a la postre, para lo que con ella se pretendía cuando se aprobó con el apoyo de los dos grandes partidos: evitar que la marca política de ETA tuviese presencia en las instituciones democráticas.
L as palabras del presidente del Gobierno informando en su día al PNV de que llegarían buenas noticias del Tribunal Constitucional en relación con la legalización de Bildu demostraron dos cosas, a cada cual más preocupante. En primer lugar, algo ya público y notorio: que Zapatero mantenía una línea caliente de comunicación, cuando no pura y simplemente de influencia, con el TCE, absolutamente incompatible con la independencia del alto tribunal, sin la cual no puede aquel desarrollar cabalmente sus importantísimas funciones.
Pero las imprudentes palabras del líder socialista descubrieron a las claras, además, para quien aún albergara al respecto alguna duda, el doble y mendaz juego del Gobierno en relación con la legalización de Bildu: dar la impresión de que pretendía mantenerla fuera de la ley, cuando estaba apostando en realidad por todo lo contrario.
El resultado de esa estrategia llena de doblez, cuyo final el Gobierno probablemente no previó, está hoy bien a la vista: Bildu -es decir, ETA-Batasuna- acumula más poder institucional que nunca a lo largo de su historia, con lo cual varios años de vigencia de la ley de partidos no han servido, a la postre, para lo que con ella se pretendía cuando se aprobó con el apoyo de los dos grandes partidos: evitar que la marca política de ETA tuviese presencia en las instituciones democráticas.
Hoy la tiene, pero no, como algunos cínicos o ingenuos suponían, para exigir la disolución de ETA y condenar sus pasadas acciones terroristas, sino para todo lo contrario: para intentar, cuando toque -que, no lo duden, tocará- sacar partido de la tregua de ETA, es decir, para tratar de negociar los beneficios que para el nacionalismo vasco (de ahí la vil posición del PNV) deberían derivarse de que ETA continúe sin matar.
Esa y no otra es la razón que explica que a la pregunta de por qué no exige Bildu la disolución de ETA, que le formulaba hace unos días un diario de Madrid, Martín Garitano, el diputado general de Guipúzcoa, diera una respuesta de heladora claridad: «Pedir la disolución de ETA no es el paso que hay que dar ahora».
¿Por qué no, señor Garitano? Es evidente: porque la permanencia de ETA, que está en tregua pero que podría dejar de estarlo según sus conveniencias, es el arma (en sentido literal) con la que cuenta Bildu para obtener lo que jamás obtendría de otro modo. Tal fue la estrategia de Batasuna desde el momento mismo en que nació, y tal es, sin duda, la de la nueva careta con la que hoy se nos presenta, igual que antes, aunque con una muy notable diferencia: que Bildu tiene un poder con el que Batasuna probablemente ni soñó. No es esa, tristemente, una de las herencias menos ominosas, aunque sí de las más inexplicables, que dejará Rodríguez Zapatero cuando, al fin, se vaya del Gobierno.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 1/7/2011