- Sánchez ha sido retratado como un oportunista cortoplacista, sin comprender que no ha hecho otra cosa que fijar su mirada en el porvenir con la audacia de un emprendedor.
Si se tiene en cuenta que lo que ha destruido a la izquierda tradicional y, en particular, al socialismo doctrinario ha sido el avance tecnológico con su derivada de progreso económico y de liberación de la pobreza, es razonable pensar que la izquierda haya tenido que buscar una letra distinta para su vieja música.
La música sentimental y conmovedora del socialismo amenazaba con haber perdido fuelle ante la amenaza de la eficacia de los mercados y la investigación. Pero para poder alcanzar el gobierno en nombre de la izquierda tendría que seguir sonando la melodía que sugería el viejo ideal obrerista y economicista, pero con una letra muy distinta.
La música seguiría moviendo a las masas, pero los listos tenían que saber encontrar unas letras muy de otro tenor.
El corazón del relato que habría que adaptar al lirismo de fondo, a esa promesa inagotable de igualdad. Tendría que ser muy distinto porque la diferencia subyacente a la vieja lucha de clases había perdido capacidad de convicción y las experiencias estrictamente políticas de Estados socialistas han sido decepcionantes, sitios de los que la gente sale corriendo cuando puede.
Los intelectuales más o menos orgánicos de la gran ola igualitaria han encontrado diversas versiones del gran relato. La mística de la lucha contra el patriarcado, con su corolario de una sobreabundancia de afectos y relaciones de todo género sin represión ni fantasmas autoritarios. Además de poner al día la emocionante religión de la tierra, la promesa de un mundo desnudo de desechos y partículas nocivas en el que la mística del Paraíso de los sentidos tuviese un asiento definitivo.
Estas han sido las nuevas luchas que las cabezas de huevo de la izquierda han sabido proponer como un sucedáneo ventajoso de la vieja epopeya impracticable, llena de tedio y miserias.
Nuestro Sánchez ha sabido mirar más lejos, ha caído pronto en la cuenta de que esos nuevos horizontes podrían ofrecer un perímetro limitado. Podrían ser adoptados, a su modo, por cualquiera, y dejar de ser el corazón de una propuesta capaz de mantener en vilo el alma de los electores: la esperanza en que otro mundo mejor es posible de la exclusiva mano de los socialistas.
Zapatero fue el heraldo de que algo nuevo tenía que llegar y lanzó al mercado político dos ingredientes relativamente inéditos: la negación del pasado y el horizonte, en teoría ilimitado, de los nuevos derechos.
«Sánchez rompe con los moldes del pasado (la Constitución y las leyes) porque el futuro no puede abrirse camino a través de los paradigmas de la vieja política»
Se precipitó y no dio del todo en el blanco porque el tinglado del gasto público se le vino abajo y provocó angustias en Bruselas, en Washington y en Pekín. De forma que hubo de ocultarse tras el telón para seguir contando nubes y poder dedicarse a que el socialismo del siglo XXI se asentase en Venezuela y otras formas de altruismo democrático, como echar una mano al modelo de libertades pekinés.
Sánchez advino en medio de enormes convulsiones del nuevo socialismo, pero tenía una ventaja decisiva sobre el difuso Zapatero: estaba fogueado en Europa y sabía Economía. Se hizo doctor en un santiamén, así que estaba en condiciones de ser el auténtico innovador que ahora estamos contemplando.
A diferencia de Zapatero supo pronto que había que mirar al futuro. Y que esa mirada tendría que expresarse con determinación, en la medida en que sus visiones serían la más rotunda contraposición al mensaje de una derecha, y extrema derecha, empeñadas en conservar ese pasado, que venía siendo la clave de su poder opresivo.
Sánchez ha sido retratado como un oportunista por su capacidad de aparecer en lugares insospechados y sostener posiciones que el común tiende a considerar inauditas y escandalosas. Pero esa visión es interesada, no comprende la grandeza del ideal sanchista que se expresa en su continua apuesta por un futuro certero y ambicioso. Desde que llegó a la Moncloa no ha hecho otra cosa que fijar su mirada en el porvenir con la audacia de un emprendedor cualquiera.
Quienes no somos devotos del personaje tendemos a considerar que su postura es cínica. Somos incapaces de valorar su figura profética. Ese don adivinatorio le lleva a romper con los moldes del pasado, con la Constitución y con las leyes, desde luego, porque el futuro no puede abrirse camino a través de los paradigmas de la vieja política.
Sánchez vive en 2050, y más allá si hiciere falta, mientras que sus rivales se empeñan en mantener el espíritu de la Transición, algo que ocurrió cuando Sánchez apenas había nacido. Y que, como su propio nombre indica, sólo tiene sentido como paso a lo que vendría después. A Sánchez, sin duda.
La esencia del progresismo consiste en dejar de vivir en el presente y vivir desde el futuro. Esta es la clave.
Los mentecatos tratan de argüir que el futuro es incierto, desconocido. Pero es que no saben ver el porvenir, algo que Sánchez hace más que adivinar porque lo domina al detalle. Y hace que su extensa corte de asistentes ponga en negro sobre blanco en gruesos volúmenes cuyo detalle y precisión dejan en meros prospectos medicamentosos a las viejas guías de Telefónica.
«Sánchez vive en 2050, mientras que sus rivales se empeñan en mantener el espíritu de la Transición, que ocurrió cuando apenas había nacido»
Sánchez domina el horizonte porque ha concebido para nuestro bien un plan que, en apariencia, es propio de un iluminado, pero cuya consistencia está avalada por los mejores conocimientos disponibles. Que no están, por desgracia, al alcance de todos, por mucho que Sánchez se afane en dotarlos de consistencia, completitud y transparencia.
El ascenso del nuevo director de gabinete, un doctorado oxoniense que ha escrito una tesis sobre «la ética del engaño», es una buena muestra del valor intelectual que hay que suponer en el nuevo impulso que Sánchez pretende darse para salir del difícil atolladero en que se encuentra.
El tiempo nos dirá si el presidente tiene éxito. Pero no cabe dudar ni de su audacia ni de su ambición para llevarnos al progreso por la vía directa, aunque sea a la manera de Jonny Guitar, «dime que me quieres, aunque sea mentira».
Sánchez nos lleva al futuro para hacer que sea un progreso inclusivo, resiliente y ecológico en el que no habrá otra dominación que la del Gobierno del pueblo depositado en sus manos cariñosas y fraternas. Y nos aleja de cualquier pasión relacionada con la ignorancia, el dominio o el negacionismo, para asentarnos en el reino de la paz y de la verdad rotunda.
Ya lo dijo la de Beauvoir, «la verdad es una y el error es múltiple, por eso la derecha profesa el pluralismo». Pero esto sólo se hará definitivamente cierto gracias a las visiones de Sánchez y a las tecnologías de su gabinete.
No deja de tener gracia que en un país como España, que apenas produce ciencia y sólo registra el 0,5% de las patentes que se producen al año, existan unos políticos tan advertidos que quieren saltarse las molestas etapas del progreso científico y tecnológico real para llegar en primera fila al disfrute del progreso integral.
De esta magia va la tesis de Diego Rubio, un académico dizque brillante al servicio de un auténtico genio. No me extraña que la cónyuge presidencial haga lo que pueda por extender el evangelio de «la transformación social competitiva». Toda una nueva sabiduría multidisciplinar y muy pegada a la práctica.
Para que algunos resentidos sigan diciendo que no inventamos nada.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es ‘La virtud de la política’ (Unión Editorial)