Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

El diálogo social es uno de los elementos claves de nuestra sociedad, pues de el depende en gran medida el desarrollo de la vida empresarial. Para que funcione bien es necesario concitar varias circunstancias. En primer lugar debe existir un clima de confianza mutua entre los agentes sociales y una voluntad de avanzar en común. De ahí que ciertas actitudes supongan un obstáculo negativo. No deben participar en él quienes vean en el empresario el lobo que ataca a las ovejas y es necesario abatir; o la vaca que da leche y es obligado ordeñar hasta la extenuación, sino el socio que pueden proporcionarnos más riqueza y nuevos empleos. También es necesario que no participen aquellos que vean en el trabajador un mero apunte contable a quien exprimir la plusvalía. Pienso que, en términos generales, tanto las organizaciones sindicales como las patronales están dirigidas hoy por personas que no piensan así. Que, manteniendo las lógicas discrepancias que surgen de las diferentes aportaciones, riesgos asumidos y remuneraciones obtenidas, tratan de encontrar puntos en común que nos conduzcan a un mundo mejor para todos.

¿Y cuál es el papel del Gobierno en el diálogo social? Pues debe ser un acompañante en el proceso que lime asperezas, que engrase los elementos de fricción y colabore en desbrozar el camino hacia los acuerdos. Es evidente que, en función de su ideología, basculará hacia un lado u otro, pero nunca debe de olvidar su papel de árbitro, ni la realidad de que quien de verdad conoce a la empresa, su situación y sus necesidades son los agentes sociales, no él. No creo que sea esparcir fango si afirmo que tal cosa no se da en estos momentos. El Ministerio de Trabajo no conoce el mundo de la empresa, en su conjunto, pero le apasiona intervenir, controlar y prohibir. No es un árbitro imparcial, actúa como abogado de parte. Lo cual no ha sido óbice para que en determinados momentos hasta los sindicatos le hayan pedido que se aparte, que abandone la mesa de negociación al considerar que con su actitud restaba en lugar de sumar y entorpecía en vez de facilitar.

Si cree que es fango, ¿podría recordarme alguna medida que haya adoptado para estimular la inversión empresarial, que las estadísticas demuestran que mengua, y que es el mayor soporte del empleo del futuro? Para el Ministerio, la ‘pose’ progresista y el relato buenista son más importantes que las soluciones. Por eso dedica mucho más atención a lo primero que a lo segundo. El empleo va bien en números absolutos, pero tras ellos se esconde una realidad menos positiva. Las horas de trabajo no aumentan, la productividad está estancada, dependemos de un turismo que genera empleos de baja calidad y la pobreza laboral sigue siendo una lacra. Decir que los salarios deben subir es una obviedad. Pero la cosa no empieza por ahí, empieza por crear un esquema social que fomente la actividad, que empuje la productividad y que mejore la competitividad. El salario lo entrega el empresario, pero lo paga el cliente. Y ese sí que es despiadado. Mira precios, compara calidades y decide sin piedad. (Piense en usted mismo cuando hace la compra. Lo de elevar los sueldos caerá después de todo ello de manera natural).

Ayer fracasó un nuevo encuentro en el diálogo social. El Ministerio utilizó palabras gruesas como «estafa» y «burla», y acusó a la patronal de tener lastres políticos. Claro, ellos no los tienen… Se trata de encontrar puntos de acuerdo, no de señalar las diferencias. Hay tantas que el fracaso no extrañará a nadie.