ROSA DÍEZ-EL MUNDO

La autora considera que el engaño ha sido el ‘leitmotiv’ de la legislatura de Pedro Sánchez. Apunta que su interés cesarista ha desatendido al general, como muestra su actitud con los independentistas catalanes.

LA COMPARECENCIA del todavía presidente Sánchez para anunciar la disolución de las cámaras y la convocatoria de elecciones generales podría resumirse como un compendio de mentiras y propaganda electoral. Dado que todo lo que ha hecho este personaje a lo largo de su vida ha estado guiado por el interés personal, era previsible que utilizara una comparecencia institucional para hacer un mitin a favor de él mismo, dado que su única ideología ha sido y es Sánchez. Esa es una de las claves para comprender por qué se entiende tan bien con esos personajes que piensan que la democracia está por delante de la ley. Sánchez está por delante de su partido, de sus bases (a las que prometió que iba a preguntar todo y sobre todo y no ha consultado nada ni sobre nada desde que llegó a la secretaría general y a La Moncloa); y, por supuesto, Sánchez está por delante del interés de los españoles en particular y de España en su conjunto.

El presidente, «que soy yo», ha vuelto a decir, ha comunicado a la opinión pública que la coaliciónfrankenstein que le hizo presidente el 1 de junio del pasado año ha decidido no seguir pagándole el alquiler de La Moncloa y sus viajes en el Falcon. Naturalmente, lo ha dicho de otra manera, pero lo cierto es que este tipo se va de La Moncloa porque lo que le exigen los independentistas para seguir pagando el alquiler no se lo puede dar, muy a su pesar, porque no es de su propiedad.

Sánchez no se ha resistido a las pretensiones de los independentistas: simplemente no está en su mano darles todo lo que le exigían para seguir sosteniéndole como presidente. Lo cierto es que Sánchez se ha doblegado al chantaje independentista en todas las ocasiones en las que ha encontrado un subterfugio para hacerlo: ha callado y mantenido la alianza con los independentistas cuando han proclamado que la Constitución es antidemocrática y que las instituciones españolas son franquistas; ha callado y otorgado cuando sus socios han vetado la presencia del jefe del Estado en Cataluña; ha abandonado a su suerte a los ciudadanos constitucionalistas en Cataluña permitiendo que los gobernantes autonómicos –sus socios– cierren el Parlamento, persigan a los constitucionalistas e incumplan las sentencias de los tribunales en materias tan sensibles como la Educación; ha ofrecido indultos (a través de sus portavoces y cargos públicos como la delegada del Gobierno en Cataluña) a los golpistas; y, por último, para no ser exhaustivos, ha constituido una mesa de partidos paralela al Parlamento y ha aceptado nombrar un relator (modelo ensayado por ETA ) porque así se lo exigió Torra, ese supremacista al que ha hecho permanentes carantoñas.

Sánchez ha dicho en su comparecencia que no cedió ante las pretensiones de los independentistas; y ahí está su primera mentira: cedió, pero no consumó porque lo que les cedió (nuestros derechos) no era de su propiedad. Y porque sus legítimos dueños, los ciudadanos españoles, le hicimos saber que por ahí no íbamos a pasar. Aunque ahora presuma de lo contrario la mesa de partidos ya estaba constituida y la figura del relator, anunciada y defendida por la vicepresidenta, se quedó en grado de tentativa porque la gente salió a la calle a reclamar sus derechos plenos de ciudadanía y la radical oposición a que nos quitaran ni uno solo de nuestros galones de ciudadano.

Sánchez ha hecho de la mentira y el fraude su forma de gobernar. Llegó mintiendo (dijo que la moción de censura era solo para echar a Rajoy, que convocaría elecciones inmediatamente) y se va explicando que la moción era positiva, «tal y como se prevé en nuestro ordenamiento jurídico» (hay que ser caradura) y que por eso ha estado nueve meses en el cargo. Mentir es su forma de ser: mintió sobre su currículum; mintió cuando afirmó que nunca utilizaría los votos de los independentistas para llegar al poder; mintió cuando afirmó que ningún miembro de su equipo duraría veinticuatro horas si montaba una sociedad para pagar menos impuestos; mintió cuando afirmó que su gobierno sería cercano a la gente (menos ruedas de prensa con preguntas que ninguno de sus antecesores en el cargo), mintió cuando afirmó que su Gobierno sería austero y transparente (los viajes en el Falcon para ir a bodas y conciertos cuyo presupuesto es declarado secreto). Y ha finalizado enlazando una mentira tras otra en la comparecencia en la que habría de anunciar el ocaso de su legislatura.

Pero la comparecencia de Sánchez del 15 de febrero de 2019 ha servido también para demostrar que Sánchez no tiene el más mínimo respeto por la institución a la que representa ni por los ciudadanos a los que se dirige. No es sólo que haya utilizado el Palacio de la Moncloa para hacer un mitin (solo le ha faltado salir a pegar carteles a continuación), sino que no ha mentido más porque no ha tenido más tiempo. Ha enlazado una falacia tras otra tratando de justificar la coalición negativa que le encumbró; en el colmo de la cara dura ha afirmado que ha impulsado una televisión pública plural y ejemplar; él, que hizo filibusterismo puro y duro para ganar la moción de censura enmascarando su verdadera intención de mantenerse en el poder todo el tiempo que pudiera, ha llamado filibusteros a los partidos de la oposición por negarse a apoyar unos presupuestos que han sido rechazados por todas las instituciones públicas y privadas, nacionales y europeas; y en una exhibición de hipocresía se ha atribuido una serie de logros conseguidos con los presupuestos de Rajoy para concluir que debe convocar elecciones para no seguir «paralizado»… gobernando con los presupuestos de Rajoy.

Su mayor alarde de cinismo ha sido afirmar que su objetivo fue unir a los españoles. Su propósito ha sido y es revivir la vieja y letal idea de las dos Españas; pero creo que se ha excedido tanto en sus cesiones a los enemigos de España, que ha insultado tanto a quienes estamos hasta el gorro de pedir perdón por ser españoles, «porque apenas sí nos dejan decir que somos quienes somos», que, muy a su pesar, ha conseguido unir a los españoles contra aquellos que quieren destruir la unidad de la Nación e implantar la diversidad de derechos entre los españoles. Esa es la única verdad.

Pero lo que mejor retrata la calaña del aún presidente no es lo que dice sino lo que calla. De las palabras del inquilino de La Moncloa pareciera como que los retos a los que está sometida la sociedad española y nuestra propia democracia son idénticos a los de cualquier país de nuestro entorno. Es una vergüenza y define bien al personaje que Sánchez apenas sí haya mencionado el principal problema de España: la pulsión separatista que ha hundido Cataluña y que nos amenaza a todos. España es hoy un país en el que peligra el derecho efectivo a la igualdad entre españoles, pues la ruptura de la convivencia entre españoles que se extiende desde Cataluña en forma de golpe de Estado se ha convertido en un riesgo real desde el momento en el que Sánchez selló su alianza con los promotores de la sedición.

SOLO UN POLÍTICO como Sánchez, un hombre sin escrúpulos, podía sellar un acuerdo con aquellos que defienden que la nación española es una ficción impuesta por la dictadura franquista. Solo un político sin escrúpulos puede mantener un acuerdo con quienes siguen adoctrinando en el odio a España y en la mentira sobre nuestra historia; sólo un político sin escrúpulos puede mantener alianzas con quienes quieren enterrar la Transición, el mayor logro de las generaciones que nos precedieron. El legado de Sánchez es un país roto, confrontado, sin autoestima, en el que la propaganda y el circo han sustituido a la política y la demoscopia a la democracia. Pero esta situación no es producto de la torpeza o de la mala suerte sino consecuencia de la estrategia de un político sin escrúpulos que nunca ha cuestionado los métodos para conseguir su objetivo: el poder. Por eso, porque para él todo vale, Sánchez no podía irse sin hacer una nueva machada: despilfarrar 130 millones de euros convocando elecciones en fecha diferente de las municipales, europeas y autonómicas del próximo mes de mayo. Si a eso le sumamos el deterioro institucional y de la convivencia que España ha sufrido en estos nueve meses es fácil concluir que Sánchez le ha salido muy caro a nuestra democracia.

Pero, en fin, que el 28 nos vemos en las urnas. Y yo creo que España tiene talento suficiente para salir de esta encrucijada. Y no vamos a permitir que nadie nos diga cómo ser españoles en la única España que nos importa, la Constitucional, la democrática.

Rosa Díez es cofundadora de Basta Ya! y de UPyD.