J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 21/05/2013
· Murió Videla. Y murió a los 87 años, encarcelado de por vida (es decir, hasta la muerte) por los tribunales de su país. Murió un preso político, dado que los crímenes que cometió tenían un móvil político, no personal. Murió en condiciones más bien indignas, como consecuencia de las lesiones y fracturas que sufrió en una caída en su celda y que no fueron tratadas. Murió sentado en el inodoro, como han informado los medios. Murió una alimaña, podrían haber añadido. En cualquier caso, el veredicto unánime ha sido: está bien muerto, nunca se arrepintió ni pidió perdón.
No hace tanto, meses a lo sumo, que todos los que ahora asienten sesudamente al hecho desnudo de la muerte en prisión de un hombre de 87 años clamaban con no menor convencimiento que el Estado de derecho nunca puede llegar al exacerbamiento punitivo que entraña hacer morir a una persona (vasca) en la cárcel. Que un preso (vasco) afectado por una enfermedad incurable debe ser excarcelado para poder morir con dignidad en su casa y con su familia.
Tampoco hace tanto tiempo de que todos los que ahora acogen como razonable y normal la explicación de la muerte de un preso consistente en decir que se cayó hace días en la celda y sufrió fracturas múltiples, que no fueron tratadas, hasta que se murió sentado en el water, se rebelaban indignados cuando otros presos (vascos) fallecían durante su condena por causa de enfermedad o accidente, privados del tratamiento médico que hasta a un perro se le daría. No hace tanto que Patxi Zabaleta exigía que se reconociera la dignidad igual de todos, incluida la dignidad de los presos (vascos).
Tampoco está lejana la afirmación de que exigir perdón o arrepentimiento a un preso (vasco), no digamos exigirle que reconozca lo ilegítimo del proyecto político por el que mató a otras personas, es una exigencia desaforada y vengativa, que sólo se explica desde el rencor personal o desde un diseño político deliberado de criminalizar las ideas.
Menos tiempo aún ha pasado desde que la presidenta del Parlamento vasco nos explicara que los presos (vascos) son presos por motivación política, puesto que cometieron los actos delictivos por los que fueron condenados por motivos exclusivamente políticos, no por motivos personales. Y aunque la señora presidenta no nos explicaba qué consecuencias jurídicas, morales, o sociales, tiene o debe tener esta su distinción y esta su calificación de delincuentes (vascos) por motivación política, sin duda debía ser trascendente cuando se molestaba en insistir en ella. Y es que, hasta al más tonto le suena algo de que ser ‘preso político’ (vasco) es cosa buena, desde luego mucho mejor que ser preso pederasta o preso timador.
Todo lo cual nos lleva a aventurar una hipótesis: ser vasco, ser progresista o, en general, ser buena persona es un arte consistente en no mirar los espejos nunca, no permitir que la realidad nos devuelva implacable nuestra propia imagen, pasar de largo ante los esperpentos en que se convierten nuestras declaradas convicciones cuando se aplican fuera de nuestro ámbito y de nuestro interés. O es lo que parece, vamos.
J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 21/05/2013