Luis Ventoso-ABC
- Este plan es, una vez más, un castigo a las familias
Sabemos que esta dantesca pandemia que ha puesto en jaque a la humanidad ha segado ya 1,4 millones de vidas. Sabemos que ha dejado a incontables familias y empresas con sus ingresos taponados. Sabemos también que nos ha obligado a renunciar a algunos de los más básicos y sagrados derechos personales, como el de reunión, el de movilidad y el de levantar libremente la persiana de tu negocio. Pero cuando esta enfermedad pase, que será el año que viene con las vacunas, llegará la hora de los estudios académicos. Aflorará entonces en toda su gravedad otro daño de la pandemia, del que se habla poco: su coste psicológico, el enorme castigo sobre la salud mental de las personas y sus estados de ánimo, especialmente acusado en los ancianos.
El Covid-19 ha supuesto una pesadilla para la gente mayor, el grupo que más muere. Muchos han perdido a sus parejas de décadas, a las que ni siquiera pudieron despedir con el consuelo de unos oficios funerarios al uso. Los abuelos estuvieron semanas y semanas sin ver a sus hijos y nietos. Se vieron enclaustrados y solos durante tres meses, forzados a un sedentarismo deprimente, que agravó los achaques de las edades longevas. En las residencias se vivió una tragedia, sobre la que todavía falta una cumplida investigación. Los ánimos de los ancianos están deprimidos. Muchos repiten una frase que condensa su angustia y que ya he escuchado varias veces: «Me voy a morir con el mundo así. Ya no veré otra cosa…». Por eso no podemos machacarles también las Navidades, la ocasión de reunirse con sus hijos y nietos.
ABC adelantó ayer el borrador del Gobierno para organizar la Navidad. Toque de queda a la una en Nochebuena y Fin de Año y prohibidas reuniones de más de seis personas que no vivan juntas ¿Con qué criterios, pues hay científicos que sostienen que las reuniones podrían ser tranquilamente de diez? Todo se improvisa en los conciliábulos secretistas de Illa y Simón. Nadie quiere contagiar a su madre o abuelo. Se podría pedir a las familias que se hiciesen un test antes de las reuniones y abrir la mano si acreditan el negativo. Se podría relajar un poquito el toque de queda, al menos hasta la una y media en Fin de Año, para no tener que salir de casa de nuestros padres con las uvas en el gaznate. Se podría pensar que para la gente mayor las reuniones navideñas son una ocasión única de levantar el ánimo.
Sí, ya sé que con solo seis y reuniones cortas se atajan mejor los contagios (y si directamente se prohibiesen las cenas familiares fin del problema). ¿Pero por qué no se puede buscar desde el sentido común un término medio que combine la protección de la salud y el derecho de las familias españolas, que en general son de más de seis, a encontrarse? ¿Por qué mis dos hermanos y yo no podemos viajar esta Navidad a La Coruña para cenar con mi madre, que está sola, cuando somos los primeros interesados en protegerla y estamos perfectamente capacitados para hacerlo? Intervencionismo y alergia a la familia. Dos clásicos.