Nota de posición de Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad

Cuando Rusia invadió Ucrania, las sociedades democráticas enseguida levantaron la voz. Serán para recordar en el futuro los discursos del presidente francés Macron y otros líderes europeos que fueron educados en una política en la que los principios no son solo lemas. Y, junto a ellos, el responsable de la política exterior europea Josep Borrell, que se elevó sobre las que eran circunstancias dominantes en su quehacer público. Pareció que la expresividad, contundencia y honor que desprendían los discursos de Sir Winston Churchill habían reaparecido con el fulgor que requería la ocasión.
El aumento paulatino de las sanciones económicas y el incremento de la ayuda militar, sin duda, fueron imprescindibles para que Ucrania resistiera. En definitiva, aquellos discursos iniciales en el invierno de 2022 fueron las primeras evidencias para el pueblo ucraniano de la solidaridad de sus hermanos europeos y americanos. Tal vez fue el momento en el que hubo más Europa. O, por lo menos, fue el periodo en el que yo me sentí más orgulloso de ser europeo en los últimos años.

Hoy, la farsa se ha consumado en Venezuela. Ya nadie puede dudar, después de consolidar oficialmente su presidencia Maduro, que estamos primero ante un golpe de Estado y después ante una Dictadura. Me sorprende que el lenguaje heroico, épico y ético provocado por la invasión rusa de Ucrania se haya convertido hoy en un discurso administrativo, procesal, que se contenta con pedir a Maduro que muestre las actas electorales semanas después del pucherazo, de volver a ser elegido presidente de manera fraudulenta y después de iniciar una campaña represiva que llega a todos los rincones de aquel país.

Los venezolanos tuvieron que vencer todos impedimentos imaginables como cercenar la posibilidad de ejercer el derecho al voto a miles de personas, el miedo o el cierre de los periódicos antes de convocar las elecciones. Tal vez no haya un ejemplo de bendita obcecación tan evidente en la historia como el demostrado por una sociedad que han querido doblegar por el miedo, el hambre y el exilio provocado de millones de personas, y que aún no lo han conseguido. Siguen solos, demasiado solos, sin muchos gestos de apoyo y sin esas palabras de consuelo que necesita el que lucha por la libertad en circunstancias muy difíciles.

Tristemente, la cleptocracia cubano-venezolana goza del crédito de un izquierda estúpida y carcomida por el populismo iberoamericano. Es la que ampara la farsa, burda y cruel a la vez, del resultado electoral “oficial”. Maduro ha consolidado lo que estaba decidido desde el principio que sería: el dictador venezolano. Mientras tanto, los que ganaron las elecciones están huidos para que no les detengan. No duermen en sus casas. Y, como esa dictadura es una burda exageración manteniendo la apariencia de estructuras institucionales de antaño, el fiscal general (persona sin duda a las órdenes del poder) ha requerido al verdadero presidente González Urrutia para que testifique. El robado será el delincuente; el golpeado, el agresor; el ultrajado, el que terminará entre rejas… El mundo al revés.

A pesar de todo, el ganador de las elecciones está decidido a quedarse. No habría merecido la pena tanta infamia para luego huir. Es el momento para nuestras democracias de mostrar más contundencia contra el régimen de Maduro. Ahora es cuando la sociedad venezolana –como la ucraniana en su día– debe sentir nuestro aliento, apoyo y solidaridad más intensa.
Todo lo que España es en el concierto internacional lo es por nuestro liderazgo en Iberoamérica. Sin embargo, algunas pesadas y secretas servidumbres de carácter público y también privado nos mantienen discretamente en un pelotón de países escudados por el lenguaje procesal que dice, pero no dice, que parece que hace, pero en realidad no hace. Ni una mala palabra, pero ni una buena acción.

Por eso es a la Unión Europea a la que reclamo: Venezuela no se merece menos atención que Ucrania. No se merece que la olvidemos y necesita de las medidas más enérgicas que la Unión pueda tomar contra la dictadura de Maduro. Recuerden que la lucha contra Maduro lo es contra el viejo y tétrico régimen castrista, contra Irán y contra Rusia, máximos aliados de la dictadura.

De Rusia se fueron las legaciones diplomáticas democráticas del mundo occidental. ¿Cabría hacer lo mismo con Maduro? El reconocimiento de Edmundo González Urrutia como presidente legítimo sería un primer paso fundamental.