No penséis en Cataluña, estúpidos

FRANCISCO ROSELL-EL MUNDO

En su regreso al futuro de la España zapateril de 2008 por parte de Pedro Sánchez, su jefe de gabinete y gurú electoral, Iván Redondo, quien ya debe tener escritas algunas cuartillas de su futuro libro de éxito, Yo hice presidente a un doble perdedor, ha concebido una campaña vintage. Pero minuciosa en sus propósitos hasta el punto de contabilizar el número de votos –un tercio del censo del 28-A– que pueden reportar esos viernes electorales del Consejo de Ministros. Esta Mesa tan bien provista se erige en comité de la costosa campaña emprendida por un presidente que promovió hace nueve meses una investidura Frankenstein para comparecer ventajosamente a las urnas.

Como en el camarote de los hermanos Marx, se echa en falta un Chico Marx que le grite a Sánchez, mientras Harpo hace sonar su bocina: «¡…Y dos huevos duros!». Pero ya se sabe que los votantes suelen dar su sufragio a quienes les prometen el oro y el moro, aunque sepan que eso no hay erario que lo aguante. Mucho menos una España avejentada en la que cada vez más viven del Presupuesto a costa de los menos. Estos cirineos deben cargar con la cruz a cuestas de este clientelismo neocaciquil.

A este fin, Redondo rescata del baúl de los recuerdos muchos de los artilugios de Zapatero para enmascarar la grave crisis que entonces como hoy se cernía sobre los españoles. Además la agravó disparando el gasto político con el objetivo añadido de aprovisionarse de los sufragios precisos que reafirmaran en el poder a aquel presidente por accidente merced al big bang de la masacre islamista del 14-M de 2004.

En su odisea electoral de 2008, como ahora su legatario Sánchez, Zapatero puso sordina a todas las señales de alarma y apeló a un ardid de burlador de ópera como el Don Giovanni de Mozart. En concreto, al cuadro en el que el libertino es amenazado con ser desenmascarado por una pretendiente a la que deshonra prometiéndole matrimonio. Para escapar del atolladero, el donjuán recurre a su fiel Leporello para que le explique a la dama boba que él es persona disoluta y promiscua en conquistas. A ver si así desiste de su estéril empeño. «Cuéntaselo todo –concluye–, excepto la verdad».

De igual guisa, Zapatero burló a Rajoy endilgándole a Solbes el papel de Leporello en su ya histórico debate con Pizarro. Así lo hizo su vicepresidente plantándose para la función un aparatoso parche en el ojo. De este modo, no se le veía la viga mientras afeaba la paja en la pupila de un desconcertado contrincante. A éste no le sirvió de nada cantarle por jotas las verdades del barquero. Pero una cosa era salvar aquel entuerto y otra vivir engañado mucho tiempo con unas ensoñaciones de las que Zapatero se despertó abruptamente. Una llamada de Obama le advertía en mayo de 2010 de que se acabó lo que se daba y que debía recoger sus bártulos de La Moncloa.

Curiosamente, su campaña de reelección había estado inspirada en la del presidente estadounidense. Fue a raíz de que su jefe de gabinete en la oposición, el sociólogo malagueño Torres Mora, creyera encontrar la solución a los problemas de comunicación del PSOE en un afamado libro del neurolingüista George Lakoff. Este profesor en Berkeley había teorizado –y puesto al servicio de Obama– que quien se apodera del marco (mental) domina el discurso político. Lo ejemplificó con una experiencia docente. Tras encarecer a sus alumnos que «no penséis en un elefante» (símbolo republicano), éstos no pudieron quitarse de la cabeza al paquidermo, lo que equivalía a enfocar los asuntos desde la óptica republicana.

En su manual, el taumaturgo rememora la pifia de Nixon al manifestar que no era un chorizo. Dicho lo cual, faltó tiempo para que todo el mundo lo viera como tal. Parejo desliz al de Zapatero cuando el 14 de abril de 2010 –aniversario del naufragio del Titanic– no tuvo mejor golpe de gracia que proclamar en Singapur que el barco de la economía española «va a seguir navegando con fortaleza porque es un poderoso transatlántico». Nada más pronunciar la palabra «transatlántico» (que se asoció a Titanic), el Directorio franco-alemán –junto a EEUU y China– lanzaría un misil la línea de flotación del zapaterismo causando el naufragio de su timonel. Para su fortuna, ya no existían los juicios de residencia que depuraban las responsabilidades de los servidores de la Corona en la América española.

Al igual que Zapatero no quiso pensar en la crisis, atendiendo al método Lakoff, Sánchez lo emula. Lo acreditó en la presentación de un programa con idéntico número de medidas (110) al de escaños de Rubalcaba en las elecciones de 2011 que le costaron el mando del PSOE y que ahora su sucesor se plantea como una aspiración desde los 85 que atesora. Así, en el prontuario que desplegó con una escenografía característica del Obama presidencial, cuya estética –riel de banderas incluido– ya calcó con sus polémicas instantáneas en un Falcon que emplea con la habitualidad de un utilitario, no se registra ninguna referencia al proceso independentista de Cataluña ni a la depresión económica en lontananza, pero sí un largo incensario de gasto político.

«No penséis en Cataluña ni habléis de economía, estúpidos», anota en letras bien grandes Iván Redondo tanto en la pizarra del Consejo de Ministros como en la del cuartel general del PSOE, si es distinguible lo uno de lo otro. Entre James Carville, asesor de Clinton, y George Lakoff, consultor de Obama, su opción –muletilla aparte– es clara.

Se entiende que Sánchez no quiera pensar en ninguno de esos dos elefantes. No le hacen gracia ni las alarmas del Banco de España ni que Miquel Iceta saque los pies del tiesto al no descartar un referéndum pactado «si el 65% de los catalanes quiere la independencia». Al plantear un porcentaje y un plazo, el líder del PSC ya está admitiendo implícitamente el ficticio derecho de autodeterminación de Cataluña y de expropiación al resto de los españoles de su soberanía. No supone, desde luego, una entera novedad por parte del PSC. Sus diputados votaron favorablemente una iniciativa nacionalista en esa dirección rompiendo la disciplina de voto del PSOE en tiempos de Rubalcaba. Entre ellos, la actual ministra Batet.

Pero sí evidencia el disimulo táctico con los socios de investidura de un Sánchez que se ha allanado a los independentistas. Cesó al abogado del Estado por reclamar delito de rebelión para los golpistas del 1-O. No retiró los lazos amarillos de los edificios y espacios públicos –pese al compromiso del ministro Marlaska– hasta que ha intervenido la Junta Electoral. Y ha debido de ser el presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, el que proteste ante el Senado francés por el nefando comunicado suscrito por 41 de sus miembros cuestionando el Estado de derecho en España. Todo ello sin que La Moncloa diga esta boca es mía ni haga nada con las legaciones de la Generalitat en el extranjero desde las que encizaña contra la democracia española. Luego el ministro Borrell se escandaliza porque la prensa internacional se trague la comida basura de quienes no le dejan siquiera asomarse a su ilerdense pueblo natal, lo que interioriza un PSC que le veta en sus listas a las generales.

La certeza de ese programa oculto está encima de la mesa, como la carta robada del relato de Poe. De hecho, tras la Rendición de Pedralbes con Torra –así permanece en la resolución oficial del Consejo de Ministros del 8 de febrero–, se cede en la existencia de «un conflicto», se compromete «una respuesta democrática» (consulta), se consiente un relator y se excluye cualquier alusión a la Constitución. Al respecto, no se precisa ningún perspicaz detective Dupin que descubra el memorándum que reposa sobre el escritorio de Sánchez.

En parangón con lo que ya hizo en los comicios autonómicos, tratando de agraciarse el apoyo de los nacionalistas del «ahora paciencia, mañana independencia» con su defensa del indulto para los rebeldes de octubre, Iceta, con el mismo afán y propósito, anticipa la estrategia que Sánchez soterra para que no le cueste su derrota en gran parte de España. Asimismo, el PSC trata de concitar igualmente el voto útil de antiguos votantes de Podemos y de los Comunes de Ada Colau, la emperatriz del Paralelo. Pero, al igual que ha sobrevenido con los globos sonda económicos del Gobierno, estos anuncios obran consecuencias por sí mismos al adquirir el marco de referencia independentista.

Han evitado al elefante, pero no al burro secesionista, un pollino al que no se le puede apartar la cara si no se quiere ser coceado y marcado con sus herraduras. Como Zapatero cuando trazó con Maragall una estrategia suicida, Sánchez no sopesa que ha entregado a los separatistas su arma más letal, el del relato, para que se haga inevitable el desmembramiento de España.

En esa encrucijada, lo primordial para Sánchez y el bloque que encabeza (Podemos e independentistas) es que la alternativa a la andaluza entre PP, Cs y Vox se haga tan odiosa que galvanice el voto a favor de su comunidad de intereses. Para escamotearlo, se vale de Vox. Daríase la paradoja de que una formación que, siendo hija de las concesiones del PSOE al separatismo y de los paños calientes del PP, cooperó decisivamente a arrebatarle el poder a su enemiga íntima Susana Díaz podría ser ahora el ancla de Sánchez azuzando el fantasma de Vox, una vez corporizado al sur de Despeñaperros.

Mucho más cuando Vox causa el mismo fenómeno que explica el fulgor Trump. Evocando a su elefante, Lakoff opina que, cuanto más se discuten sus opiniones, más se activan e incrustan en la mente tanto de derechistas como de izquierdistas. «Ataques o apoyes a Trump –pondera–, ayudas a Trump».