Ignacio Camacho-ABC
La cuestión clave no es tanto la duración de este Gobierno como si la oposición logrará resistirse a su destierro
En esta política tan volátil resulta prácticamente imposible aventurar una previsión fiable. Así que quizá deberías dejar de preguntarte cuánto va a durar este Gobierno, en primer lugar porque no lo sabe nadie, y en segundo porque de todos modos no es algo que ahora mismo esté a nuestro alcance. De entrada, tiene por delante nueve meses en los que la Constitución impide convocar nuevas elecciones generales. En ese tiempo ya se sabrá si ha logrado aprobar su primer presupuesto, es decir, si los separatistas catalanes están conformes con el cumplimiento de sus acuerdos. En caso afirmativo, Sánchez se asegurará dos años, prórroga mediante, e incluso podría tirar durante al menos la mitad del tercero. Si, por el contrario, ERC le diese la espalda a las primeras de cambio, podríamos volver a votar a final de año. Improbable, porque el presidente tendría que convocar a urnas bajo la evidencia palmaria de un fracaso. Antes buscará cualquier modo, cualquier pretexto, cualquier subterfugio para evitarlo. Y no cuentes con que Podemos vaya a descolgarse; la comodidad de los sillones atenúa mucho la vocación discrepante e Iglesias no caerá en el autosabotaje. Le ha costado mucho llegar ahí para volver tan pronto a la calle.
A la postre, todo depende de Cataluña, del estado de ánimo del independentismo. No sólo de Esquerra, que es un partido históricamente desleal y emocionalmente ciclotímico. Está también por medio Puigdemont, que no renuncia a considerarse, o a que lo consideren, un presidente legítimo, y por estrambótico que te parezca ha conseguido rodear su falso exilio de un cierto prestigio. En la alianza de investidura subyace el plan no declarado de organizar en el Estado y en la Generalitat un doble tripartito, pero el prófugo está dispuesto a reclamar su sitio. No sería la primera vez que ERC pierde fuelle en el momento crítico: acuérdate de las elecciones bajo el 155. Con el lío judicial que hay pendiente queda margen para una o varias sorpresas. Junqueras ha sido capaz de forjarse una posición decisiva desde la celda pero su rival se pasea libre por la Cámara europea. Tiene agenda propia y ganas de vendetta.
De cualquier manera, la cuestión clave no reside tanto en la duración de esta legislatura como en la posibilidad de que Sánchez obtenga otro mandato, para lo cual va a dedicar el actual a desactivar a la oposición, que ahora le pisa los talones, y sacarla del campo. Ésa es su verdadera prioridad y la que más le une con sus aliados: achicar al centro y a la derecha el espacio, colocarles el estigma de la crispación hasta empujarlos a un destierro de repudio ciudadano. Si ese proyecto de exclusión sale bien -con la ayuda involuntaria de algunos espontáneos hiperventilados cuya sobreactuación preventiva sólo sirve para facilitar a la izquierda el trabajo-, lo que menos te va a preocupar son los pormenores del calendario.