Su decisión de invadir Ucrania va a provocar efectos inmediatos demoledores porque va a agudizar las tensiones que ya padecía la economía occidental, al entorpecer los aprovisionamientos (en precios y en logística), alentar a la inflación y distorsionar los siempre histéricos mercados financieros. Pero es difícil que sean duraderos. Rusia no puede ocupar Ucrania de manera permanente. No puede desplegarse sobre el terreno, en un país de grandes dimensiones, con una población con un fuerte sentimiento antiruso (es lo malo de tener memoria) y enfrentándose a una oposición que estará fuertemente soportada en medios por Occidente. Aquí sabemos ejecutar a la perfección el cobarde juego de tirar la piedra y esconder la mano.
Así que ocupará más territorio que el Dombass en disputa, para demostrar su fuerza, dejar patente la inacción de una Europa sin liderazgo y poder intercambiar más tarde la retirada de lo ocupado contra la eliminación de las sanciones impuestas. Estas serán siempre timoratas. En primer lugar, porque la UE depende tanto o más de Rusia que Rusia de la UE y así como los rusos no protestarán – o no se oirá su protesta -, por la llegada de soldados muertos, en Europa ni siquiera estamos dispuestos a pasar frío en invierno por culpa de la falta de gas.
Mientras esto pasa, prepárese para ver caídas de valores en Bolsa – el baile ya se ha iniciado y durará un rato -, para soportar subidas del gas, para padecer aumentos de las primas que cubren de todo tipo de riesgos, desde los comerciales a los de cambio y de transporte. Y siéntese para ver el espectáculo de una Europa paralizada por su inmanejable complejidad interna, por nuestra falta de arrojo y por la mayor importancia que damos a nuestros intereses sobre nuestros principios. Si es que todavía los tenemos… Comparen la intervención en televisión de un Putin, majestuoso y amenazante, anunciando la invasión, con la foto del Consejo de la UE, que cada día se parece más a un vagón de metro en hora punta.