Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Si a cualquiera de nosotros nos dicen el martes por la mañana que Irán iba a lanzar por la tarde casi doscientos misiles sobre Israel todos hubiésemos supuesto que la economía colapsaba de inmediato al restringirse el consumo y cancelarse pedidos; que el petróleo alcanzaba como mínimo los 100 dólares el barril al aumentar las reservas estratégicas; que las Bolsas padecerían uno de esos cataclismos que sufren cada cierto tiempo, en especial tras episodios de gran incertidumbre internacional, y que los fletes de la zona se irían por las nubes ante el incremento del peligro para el tráfico marítimo.
Irán es un país clave en la geoestrategia mundial al ser una zona asentada sobre la materia prima que, todavía hoy, mueve el mundo, los combustibles fósiles. Por su parte, Israel es un foco permanente de inestabilidad, motivada por su constante situación de emergencia al estar rodeado por países que buscan su total destrucción. Esa lista se ha reducido y ahora hay muchos que aceptarían la convivencia pacífica con el Estado hebreo, pero ha aumentado a la vez el número de organizaciones no estatales que disponen de ejércitos cada día mas numerosos y agresivos, más fanatizados y desesperados, engrosados por una población sin futuro ni esperanza tras constatar que nadie, ni siquiera dentro del mundo árabe, les acoge y protege, les cuida y les cura.
Bueno, pues nada de eso ha sucedido. Las Bolsas bajaron pero no más que un día de esos locos que tienen de vez en cuando y el petróleo subió, pero unos pocos dólares. ¿Qué pasa? ¿Que los mercados y las materias primas saben que tras el ataque no sucederá nada, que no habrá escalada militar en ese sinsentido perpetuo de acción/reacción? ¿Cómo lo saben? Ni idea, pero ojalá acierten.
Como es habitual, todo depende de hechos que desconocemos en absoluto, como es la respuesta que dará el ejército israelí al último ataque iraní. Hay ejemplos de guerras entre países que no comparten frontera. Recuerden a Corea o Vietnam sin ir más lejos, pero no son demasiados, aunque es cierto que hoy las guerras se libran en cuartos llenos de ordenadores y pantallas lejos de la población que sufre sus efectos. Pero la distancia, que no es ni mucho menos el olvido, lo dificulta todo, la logística, la estrategia y la planificación.
Más allá del drama humanitario que sufre la región, que es lo que realmente importa, si Israel contiene el genio y limita la respuesta, no pasará nada muy grave, de momento, en lo económico. Pero si deja fluir el enfado y ataca las instalaciones nucleares iraníes o los campos de gas y petróleo el escenario puede ser muy diferente y las consecuencias mucho más graves. De momento no sabemos nada, así que solo nos queda esperar y confiar en que, junto al arsenal de misiles, no se hayan agotado las reservas de sensatez y de sentido común. A ver si hay suerte…