Mikel Giménez-Vozpópuli

Hoy es un día histórico. De lo que suceda en el Congreso se podrá extraer más de una conclusión

Ludwig Wittgenstein era muy desconfiado, tanto, que exigía a cualquier editorial de habla no alemana que colocara al lado de la página traducida de sus obras otra con el original en la lengua de Goethe. El autor de Investigaciones Filosóficas defendía que los límites de su lenguaje eran también los límites de su mente. En política sucede lo mismo. Lo que se dice viene condicionado por lo que se piensa, aunque esté en aparente contradicción. Es, por lo tanto, urgente hacer lo que se piensa y decir lo que se está haciendo. No servirá de nada enmascarar con el sentido de Estado o la responsabilidad ante la sociedad si se le otorga la aprobación a un Gobierno que ha demostrado con creces que nos lleva sin freno y cuesta abajo a un abismo del que va a resultar extremadamente difícil salir.

Ahora no toca lavarse las manos, terrible metáfora, en materia política. Abstenerse ante prorrogar el estado de alarma mitificado por el social comunismo –y ya no digamos dar la aprobación al mismo– supondría para la oposición un baldón del que difícilmente podrá zafarse. Es muy probable que, si caen en tamaño error histórico, puedan justificarlo con excusas basadas en que Sánchez ha aceptado esto o aquello, una puerilidad enorme ya que el presiente es especialista en prometer hoy lo que no ha de hacer mañana. Quienes así obren, tan informados acerca del carácter de Sánchez o más que quien escribe estas gacetillas, le habrán dado oxígeno para continuar en su carrera hacia el despiece del orden vigente, que cada día nos arranca un pedazo más de constitucionalidad, libertad y de bienestar.

Mucho menos admisible sería, y esa nos tememos que podría la auténtica razón para no plantarle cara al absolutismo opaco que emana de la acción gubernamental hasta la fecha, la cobardía. Ese miedo a que la pseudo izquierda te vaya a cargar cada muerto que se produzca, cada empresa que cierre, cada persona que se vaya al paro. Nos atrevemos a ir más allá: sería miserable. No actuar en aras del bien común es un delito de lesa patria, una retirada ante un enemigo que semana a semana nos cuela de rondón en el BOE una nueva mina de espoleta retardada como la del nuevo ordenamiento del padrón municipal, con la que puedes inscribirte sin disponer de domicilio alegado que estás en la calle. Una puerta abierta a los okupas, a lo sombrío, a lo tenebroso, a que se pueda acceder a determinados beneficios sociales sin tener más condición que la de apuntarse al clientelismo populachero y bolivariano.

Se puede echar mano de leyes que, salvaguardando todos los aspectos que afectan a la sanidad, no cercenen ni uno de los derechos de la ciudadanía

Gran cobardía decimos, y lo sería por lo que de hurto a la verdad supondría. El Gobierno podría continuar con los contratos difusos, por llamarlos de alguna manera, a empresas que carecen, como en el padrón, de domicilio conocido. Sería dar carta blanca a que un ministro se niegue a revelar quienes son su proveedores. Sería mantener aherrojado a la sede de la soberanía nacional. Ustedes me dirán si existen otras soluciones y, sí, las hay. Pasar del estado de alarma al de excepción, por ejemplo, que aunque parezca un tremendismo supone más garantías constitucionales que utilizar el de alarma para finalidades que no le corresponden, amén de estar mucho más controlado por el poder legislativo que en la situación actual.

Se puede echar mano de leyes que, salvaguardando todos los aspectos que afectan a la sanidad, no cercenen ni uno de los derechos de la ciudadanía. Se trata, pues, de decirle no al control autoritario del Gobierno Sánchez-Iglesias y abrirse a que sea el Congreso el que fiscalice, corrija, decida y controle la acción del Ejecutivo, que es lo que toca en cualquier país democrático. Hay muchas alternativas para colocar encima de la mesa, seguramente de una eficacia infinitamente mayor a las que se han desarrollado hasta ahora. Y si Sánchez se niega o promete vaguedades, la oposición tiene el deber moral de decirle que no. Debe dejar esos miedos cobardes a un lado y salir a pecho descubierto, porque con esta gente no valen las medias tintas ni las componendas, salvo que seas separatista.

Señor Casado, señora Arrimadas, no es momento de lavarse las manos. Es la hora de cumplir con el deber de cualquier oposición que aspira a gobernar, la de decir basta a quienes, so pretexto de una terrible epidemia, pretenden recortar nuestro marco de libertades. Y no me digan que es muy difícil. Difícil fue construir la transición y ni a Suárez, González, Fraga o Carrillo les tembló el pulso.

No se laven las manos arguyendo que les van a decir de todo, por favor. Sería imperdonable.