Esto es maravilloso. España atraviesa un momento de crecimiento espectacular de los ingresos fiscales como consecuencia de las subidas de impuestos y, en especial, de los aumentos de los precios, de tal manera que la recaudación extra se calcula en más de 30.000 millones de euros. Si le han escuchado al Gobierno sabrá que todo va bien: crecemos más que nadie y el empleo rebosa por las costuras. Bueno, pues nada de eso es suficiente para detener el torrente del endeudamiento público. Seguro que sabe también que debemos ya más de 1,5 billones de euros, una cifra aterradora que solo aterroriza a los pusilánimes como yo, que hemos dado por buena la versión falsa de que la vayamos a devolver algún día. Así que, si no vamos a pagar las deudas, ¿por qué razón íbamos a perder el tiempo y esforzarnos en reducirlas?
Ahora, el Tesoro anuncia que a lo largo de 2023 emitirá nada menos que 257.000 millones de deuda, un 10% más que el año anterior. Una buena parte de ella, exactamente 187.000 millones irán destinados a cumplir con los vencimientos de deudas contraídas con anterioridad y, como no tenemos el menor deseo, ni la mínima intención, de rebajar el montón, 70.000 serán emisiones nuevas para financiar los déficits que estrenemos en el año en curso.
Hay tal cantidad de liquidez en los mercados financieros que, al menos de momento, colocamos esa deuda sin mayor problema, a pesar de la retirada del paraguas protector del BCE y con la única ‘molestia’ de que nos vemos obligados a ofrecer una rentabilidad mayor para animarles en la compra. El coste de las emisiones realzadas el pasado ejercicio pasó del -0,4% al 1,35% y el Tesoro calcula que este año subirá poco más. Por ahora se sitúa en el 1,73%. Una evolución que dependerá de los bancos centrales, quienes, a su vez, se guían por la evolución de la inflación.
Ya ven, ningún problema. La noticia mala es que el endeudamiento progresa sin desmayo, dado que la función anticíclica de los presupuestos ha pasado a la historia. Aumentamos la deuda cuando estamos en crisis y cuando crecemos; cuando los tipos bajan y cuando suben; cuando entra dinero a chorro en la caja y cuando aparecen las arañas en ella. La noticia buena es que nadie piensa en devolverla algún día. En la confianza de que, si la previsión falla y alguien comete la grosería de exigir que le devolvamos su dinero, siempre será a otro. Al siguiente. A sus hijos, por ejemplo. Por si acaso y para salvaguardar la paz familiar, no se lo comente a ellos.