Eduardo Uriarte-Editores

Se equivocaba Rivera al declarar en el debate de investidura que el fracaso de la misma se producía porque la “banda” de Sánchez no había llegado a un acuerdo en el reparto del botín. Un fácil y populista argumento para decir algo y buscar una explicación al disparate que se estaba produciendo. Lo cierto es que Sánchez nunca ha tenido una banda, tenía cuatro, jugaba a cuatro bandas, y en una de ellas estaba el propio Rivera y su partido.

Ha bastado las excusas que Sánchez ha espetado a Iglesias para no formar el Gobierno de coalición, con argumentos humillantes y desconsiderados con su “socio preferente”, para darnos cuenta que el candidato nunca tuvo en su mente llevar a su Gobierno a Podemos. Eso sí, podía cederle alguna canonjía menor en ese invento de gobierno de “cooperación”. Cosa a toda vista insuficiente. Los argumentos que Sánchez usó contra Podemos los pudo usar desde el primer día. Pero los mantuvo ocultos, manteniendo la ficción de que la alianza iba con ellos. El primer engañado fue Iglesias.

En mérito de Sánchez, hay que decir que es el rey de los trileros, es que ha sabido tener confundido a todo un país desde hace meses, empezando por Rivera, que hubiera sido el socio necesario para la creación de un gobierno estable. Pero Sánchez quería el poder absoluto, sin molestia, aunque fuera con tan sólo 124 diputados-ya ha gobernado con algo más de ochenta- y ha jugado a la vieja trama de poder que ejercían los monarcas absolutos, emergiendo sobre todas las contradicciones de los diferentes estamentos (la partitocracia ha convertido a los partidos en estamentos). Quería el poder absoluto, aunque le faltaba, a pesar del falcón y el coro de adoratrices en que ha convertido su consejo de ministros, el carisma divino que los monarcas absolutos disponían.  

Desde hace un tiempo el personaje a imitar por el socialismo ni siquiera es Largo Caballero, es Fernando VII, que quiso seguir siendo rey absoluto y lo que hizo fue un desastre. Como él, Sánchez ha querido jugar con todas las piezas del tablero o con las cuatro bandas de la mesa. Manteniendo la preferencia con Podemos cara a la constitución del Gobierno se ganaba el apoyo de los nacionalistas. De los catalanes, porque la presencia de Podemos garantizaría la condescendencia con la secesión, con el PNV, porque evitaría el Gobierno sensato PSOE-C’s.

Ante este futuro Gobierno Frankenstein todas las fuerzas vivas se pusieron a presionar a Ciudadanos, e incluso al PP, para que otorgaran al menos la abstención al candidato. La presión sobre C’s ha sido brutal, especialmente su núcleo académico fue sensible a ella -¡no dejéis a Sánchez en manos de los pirómanos del sistema!- y es que la trama urdida era para aterrorizar a cualquiera. La ingenuidad académica ante la política es algo que siempre hay que tener presente porque entraña peligro. Acabaron encabezando el movimiento de presión contra Rivera, a pesar de “con Rivera no”, pues había que liberar a Sánchez del chantaje de los inconstitucionales al menos mediante una abstención para disminuir la presión que este padecía. Detrás vino el mundo empresarial y parte de la prensa, empezaron las deserciones, y Rivera las ha pasado mal. También algo de ello padeció Casado. Pero algo salió mal.

Es cierto que Sánchez quiere ser un Fernando VII, pero un Fernando VII izquierdista. Le fue bien electoralmente presentarse como adalid de toda la horda que pulula entre el socialismo y Podemos contraria a la Transición, y exageró el embate contra la derecha. Queriendo desenterrar al Caudillo empezó a acusar a todo el que no estuviera con él de fascista, pronunció el sectarismo hacia su derecha expulsándola del feminismo y del mundo Gay utilizando para ello incluso a su club de adoratrices, los demonizó por sus relaciones con Vox cuando sus palabras con la representante de Bildu en la Cámara fueron para partir un piñón. Y no se daba cuenta, en su enajenación izquierdista, que ante  muchos personajes  de la derecha sensibles a la llamada de responsabilidad no podía esconder que se había convertido en el candidato de todos los que  quieren cargarse el sistema, aunque él luego los fuera atraicionar, como así ha hecho. Muchos personajes sensibles a la responsabilidad hoy claman por otras elecciones.

Al final ni Rivera, el más acosado, ni Casado, cedieron, y tuvo que escenificar que no quería a Podemos con argumentos, repito, humillantes, aunque éste se conformara en su desesperación con las políticas de promoción de empleo que las gestionan las comunidades autónomas. No quería salir con sólo los votos de los que van a cargarse España. La jugada al límite le salió mal. Ha hecho, como Zp, un Fernando VII.

Después de ésta, ¿quién va a negociar con Carlos V, llamado el Pretendiente?