Eduardo Uriarte-Editores

Lo curioso de la reacción pública ante esos cinco días que se tomó Sánchez para reflexionar sobre si valía la pena seguir es que sus partidarios, cuya adhesión a su líder es emotiva, incluso idólatra, eran los que le creían. Los no afectos curiosamente mantenían un sano escepticismo sobre la credibilidad de todo el montaje a pesar de que deseasen que se fuera. Para estos últimos, entre los que me encuentro, que la decisión presidencial fuera embadurnada como un acto de amor era de lo más extraño. Él, que como el coronel Aureliano Buendía no tenía corazón -sus ejecutores lo descubrieron cuando salió indemne de su fusilamiento-, era sospechosamente burdo que metiera su esencia de ser enamorado cual folletín venezolano en una carta a la ciudadanía, gesto impropio de un primer ministro. Los menos idólatras de los suyos se sienten hoy engañados, el resto ya sabíamos desde hace años que no dice la verdad ni a su médico. Cuando le preguntan en el Congreso sobre la corrupción de miembros de su partido acusa a Ayuso, sin que la Armengol le pida ceñirse a la cuestión.

Justifica su vuelta en las adhesiones recibidas cuando, lo cierto, es que la parodia de la marcha sobre Madrid no dio ni para un cuarto de Duce. Sin embargo, anuncia su vuelta como un punto y aparte, critica a medios y Judicatura de la misma manera que Trump para sugerir medidas al respecto. Vuelve, pero si nunca se marchó, “con más fuerzas si cabe”, como si entráramos en una nueva fase (saludando con un buenas tardes a las once de la mañana, pues todo estaba programado), cuando sólo se trata de la consecuente continuación de su práctica desde el momento que decidió tras perder las elecciones buscar los apoyos necesarios, incluso en un fugado de la justicia.

Tuvo que atravesar el Rubicón de la Constitución con la ley de amnistía, y a partir de ahí César se diviniza y actúa cegado por su propia osadía sacándole todo placer  a la arbitrariedad y al engaño, acusando de todo lo que él mismo ha promovido a los demás. Fango (cuando es él el que enfanga a su señora internacionalmente usándola como señuelo), promotores de bulos (no hay mayor que su posible dimisión), corrupción (olvidando a Tito Berni y Koldo), calificar de contrarios a la democracia a sus adversarios (cuando él apareció en la escena con no es no como bandera, un ataque al fundamento dialógico de la democracia)… César una vez que se cargó la República no tuvo más remedio que hacerse dios. Es decir, Puente dixit: “el puto amo”. Y se lo cree. Sabe que la población española, muy emotiva y de corta memoria, es muy manipulable. Y osan sus viudas declarar que él es la democracia., cual el Centinela de Occidente que estuvo cuarenta años.

Habrá que seguir aguantándole, pero que no me diga su feligresía que es para proseguir los avances de progreso cuando la amnistía a los sediciosos, la crítica a la judicatura, el lawfare, la amenaza a los medios que rechazan su dependencia, la España confederal que esboza ante los nacionalismos, el gobierno mediante decretos, etc., nos retrotrae a situaciones previas al liberalismo decimonónico y destrozan la nación reformulada en el 78. ¿Eso es progreso? Ni siquiera democracia.

Y resultaba que todo es mentira, porque un personaje como él no se marcha por las buenas. A Perón tuvieron que echarle los militares, y acaban ustedes de ver otros casos como el de Trump o Bolsonaro en los que se observa lo difícil que es su retiro. Daniel Ortega se marchará de manera aún peor. Sánchez entra en la categoría de esos líderes populistas que se creen designados vitaliciamente para ostentar el poder. Que se fuera tras cinco días de retiro era incompatible con el osado líder que ha asumido la ruptura con la Constitución. Aunque lo deseáramos no se sorprendan: nunca querrá marcharse.