Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
El mundo se alarma y tiembla ante las bravuconadas del presidente Donald Trump, que amenaza a tirios y troyanos con freírnos a aranceles. No es una anécdota y las bolsas sufren con la amenaza, pero pienso que el temor es exagerado. No porque crea que los ataques al libre comercio sean inocuos y gratuitos, ni mucho menos, más bien es al contrario. Creo que el mundo no será tan estúpido como para caer en una guerra de ese tipo y de esa intensidad. Nadie desea una guerra comercial. Trump tampoco. Es verdad que no se lo he preguntado personalmente, pero diría que se trata más bien de una postura negociadora, no sé si útil pero desde luego brusca y preocupante.
Donald Trump empieza lanzando amenazas por doquier y obtiene con ello una postura de fuerza que le permite negociar con ventaja y obliga a sus muchos oponentes a ponerse a la defensiva. Pero, ¿invadirá Canadá? No. ¿Ocupará Groenlandia así, previo acuerdo con Dinamarca? No. ¿Se hará con el canal de Panamá sin pasar por caja? Tampoco. ¿Subirá los aranceles? Sí, ¿pero hasta dónde y durante cuánto tiempo? Eso no lo sabemos, pero no es lo mismo negociar desde unos aranceles elevados y aplicados de manera general que desde la simple amenaza. De momento, ayer suspendió durante un mes los que iba a imponer a México…
Trump tiene razones para su vehemente y drástica postura. Canadá y México descuidan sus fronteras, que son demasiado permeables con la droga y con la inmigración irregular; China se ríe de las normas comerciales, aunque ahora apele a ellas en su ayuda y Europa le endosa el coste de su propia defensa y mantiene -nosotros en España no, pero los demás sí-, una balanza comercial muy desequilibrada a su favor.
Pero nada de eso se arregla incendiando el comercio mundial, sino buscando nuevos equilibrios. Canadá y México deberán reforzar la frontera… y la reforzarán; China deberá someterse a las normas, como los demás… y se someterá; y Europa terminará comprando más energía y más armas en Estados Unidos.
A la economía americana no le conviene incrementar el precio de las importaciones, porque afectaría a su inflación, es decir a los tipos de interés cuyo proceso de reducción se vería entorpecido. Ni puede prescindir de la mano de obra que suponen los inmigrantes. Ellos trabajan menos y son más caros. Ojo con los costes laborales. ¿Les suena?
Así que calma, a negociar, a darle la razón donde la tenga y a pelear duro donde pretenda abusar. Ese lenguaje lo entiende bien. Y, mientras, el dólar a 1,02. Vigile eso…