Eduardo Uriarte-EDITORES

Necesita hechos en los que apoyarse. Ni Goebbels pudo escamotear la derrota de Stalingrado, vinieron los movimientos internos en la cúpula militar y las depuraciones, y la predestinación del Fhürer para una Alemania imperial se hizo añicos, aunque la propaganda, afincada desde esa derrota en la frustración, todavía sirviera para mandar al matadero a niños y ancianos hasta la toma de la Cancillería por los soviéticos.

De primero de Publicidad: no hay estrategia de imagen que puede sostenerse ajena a hechos o cualidades ciertas del producto.  Todo el mensaje no puede ser una invención, si es así el rechazo acaba siendo fatal. Bien es cierto que desde el 15 M, que venía más cargado de utopía que de posibilidades, los publicistas vieron unas posibilidades que recordaban a las de los años treinta. Porque una utopía es muy manipulable, y en este caso, también, porque estaba basada en la desesperación por el descubrimiento, tras la crisis del 2008, de que el futuro podía ser peor que el pasado. Era un movimiento de indignados, emotivo, plural, que en parte fue encauzado hacia la política por Podemos, jóvenes activistas  universitarios muy influenciados por todo el movimiento antisistema y con apoyo bolivariano.

En el siglo XIX, ya en la Vicalvarada, cuando el pronunciamiento militar necesitó de la movilización popular en Madrid destacó un novillero como líder que mereció todo tipo de maltrato crítico por parte de Marx en la crónica que elevó a La Nueva Gaceta Renana. Lo maltrató por su poca capacidad política y exceso de populismo; es decir, le cortó allí mismo la coleta. Y es que, en general, a la izquierda española, salvo la excepcional actuación de González, consecuente con la autocrítica que hiciera Prieto en Méjico, le ha faltado poso teórico y le ha sobrado voluntarismo, espontaneísmo y emotividad, a la vez de compartir el sectarismo nacional que hunde sus raíces en la guerra de la Independencia. Hoy, como entonces, la movilización popular tras la Vicalvarada, al 14 M sólo le resta la frustración, lo que no ocurrió con el  Mayo del 68, pues si fracasó en lo político no fue así en lo cultural. La frustración, sentimiento destructivo que seguirá movilizando de manera agresiva los restos de la izquierda resistente a la autocrítica, empezando por el PSOE tan influido por todas las características del autoritarismo populista.

Las pocas voces que se unen a la necesidad de un pacto de Estado (el artículo de Caño en El País), ante la gravedad de la crisis y el fracaso mostrado en Madrid por la política progresista, no van a tener recorrido mientras gobierne el sanchismo. Ni siquiera la visión reflexiva del otrora influyente Cebrián. Porque en el mismo diario Fernando Vallespín, parte de la falsa tesis de la incapacidad de la derecha tras su victoria para reformular su política -a pesar de que el único ejemplo de reflexión que cita es el de Núñez Feijóo- frente  a la izquierda que por el mero hecho de haber perdido la batalla de Madrid, por ciencia infusa, a pesar de las declaraciones incendiarias de las ministras, parece reconocer sus errores y saber qué hacer. Esta superioridad, ya no sólo moral, sino lógica, seguirá enrocando en el izquierdismo sectario al socialismo.

Sánchez seguirá tirando de la frustración de la izquierda más recalcitrante hasta que Europa nos abandone, y, entonces tendrá que convocar elecciones. Si de forma tan repentina, precipitada y sin explicación, ha dispuesto el final del estado de alarma, un que Dios nos ayude, cómo será el plan de ayuda económica propuesto por él ante Bruselas. Plan que a cada extremo que se conoce se responde que es una errata, o solo un borrador, o un ya se verá. Un plan económico que hubiera requerido un pacto de estado con la oposición para su perfeccionamiento y garantía de respaldo por Europa, y porque, además, es un plan económico estratégico que va a condicionar varias legislaturas. Lo mínimo que se podía exigir es el acuerdo. Un plan como el italiano, por ejemplo. Pero allí desde el pentapartito hay política, aquí el No es No opta por la acción en solitario, el protagonismo por encima de todo. La hecatombe antes que pactar con el PP.

Por su lado, debiera el PP evitar  morir de éxito, que aunque su victoria en Madrid va mucho más allá que una mera escaramuza, no le garantiza el éxito a nivel nacional, máxime cuando éste se sostiene en gran medida en el debate en el Congreso donde su papel no es positivo. El PP no debe seguir la estrategia visceral en la que Sánchez ha atrapado a Casado. O éste cambia la forma de oposición marcada desde Moncloa o seguirá ganando algunos titulares pero ningún logro que refuerce su alternativa. No sirve de nada, es caer en el ridículo el debate al que se deja arrastrar Casado. El triunfo de Ayuso se ha basado en una inteligente capacidad dialéctica en respuesta al continuo acoso que padecía desde la izquierda pero también, necesariamente, acompañada por hechos, fórmulas de confinamiento exitosas frente a la paralización de la ciudad que imponía el Gobierno de, realizaciones modélicas en lo sanitario como el IFEMA o el Zendal, abrir al ciudad a la vida, y no conformarse con el tu más.

Si Sánchez es incapaz en un año presentar una ley de sanidad pensada para una desescalada racionalmente controlada y pausada, no vale sólo echárselo en cara, haz tú una proposición de ley sobre la cuestión llamando a la colaboración en ella a todos los partidos que hoy están asustados ante este descontrolado final del confinamiento. Lo mismo ante el opaco plan de ayuda europea. Si no quiere presentar nada sobre el plan de ayuda europeo al Parlamento, que lo  presente el PP, al menos  uno en sus líneas maestras. Debiera convencerse Casado que la táctica de Sánchez en el debate parlamentario es convertirle a él en un reflejo especular del No es No.

La acción de la oposición no es sólo de control, es también de impulso, de iniciativa, precisamente el aspecto que le ha permitido a Ayuso ganar las elecciones.