Fabián Laespada-El Correo
- Los dirigentes de Sortu tienen tarea por delante antes de coger una rosa en el homenaje a Fernando Buesa y Jorge Díez
Begoña Elorza tiene un dolor metido en el alma desde hace 25 años. Su compañero de vida, y padre de Jorge Díez, nos dijo que todavía le parece ayer cuando supo del asesinato de su hijo. Cada día hay varios momentos en los que se acuerdan de él. De ellos. Porque Sara Buesa también expresó, mientras acariciaba una rosa, el amor intacto que le profesa a su aita, especialmente desde que se lo quitaron para siempre, aquel frío 22 de febrero. El dolor de un padre sentado en ese escenario acogedor y cómplice se mitiga durante un rato cuando recibe el abrazo unánime en forma de aplauso continuado y protector de quienes estábamos escuchándole. Hay un riesgo evidente en desnudar el alma y sacar ese dolor abisal: que el público no lo comparta o no lo entienda y muestre cierto desdén hacia algo ya tan del pasado. Y, sin embargo, eso no sucede cuando ellas nos hablan porque ese dolor que percibimos a través de su mirada y sus labios nos interpela, nos acerca y no caduca.
Homenajes como el celebrado el sábado son necesarios y, sobre todo, útiles, permítanme la frivolidad. Útiles porque a ellas les debemos el tiempo que no les dimos cuando estuvieron tan solas. Y útiles porque su relato rellena de humanidad ese rincón oscuro e incompleto que guardamos en la memoria de aquellos bombazos, aceras ensangrentadas, coches reventados… cuando lo más importante es que eran personas de carne y hueso, no uniformes, ni trajes, togas o tizas. La ciudadanía vasca necesita de estos relatos, la memoria de los detalles, que diría Joseba Eceolaza, la realidad vivida detrás y después de cada vida robada, lo que no supimos o no quisimos saber.
La memoria de cada persona que sufrió en carne propia el ataque del terror, fuese ETA, cualquier banda fascista o violencia ilegal policial, debe ser preservada como una enseñanza, cuidada como una planta delicada, y compartida como si fuera un bien cultural. Puede sonar distorsionante, incluso impúdico, pero los testimonios de ellas, todos los testimonios, nos han aportado una dosis de conocimiento y conciencia de lo que, como sociedad, podemos evitar en el porvenir: justificar o contextualizar el uso de la violencia, y, por ende, promoverla. Es fundamental entrever las consecuencias de un hecho violento criminal para que seamos luz de futuro, como expresó Sara Buesa el sábado.
Es obvio que no por conocer bien nuestra historia estamos automáticamente inmunizados y así evitar horrores del pasado. Para botón, la invasión rusa, el holocausto gazatí o la interminable guerra civil en Sudán. ¿Acaso la URSS no aprendió del horror nazi, del auténtico pavor y desolación en la población? Claro. Sin embargo, invadió parte de Ucrania y llevamos 280.000 muertos. Es por ello que no solo hay que conocer las historias injustas padecidas por nuestros conciudadanos, sino que hay que trabajar, entretejer y levantar toda una cultura de la convivencia, una educación para la paz, no como un fin, sino como el camino que nos lleva por la vida (Gandhi). Así pues, parece claro que los relatos de la injusticia padecida son los cimientos para esa nueva formación social en valores de respeto y tolerancia.
Nuestros más jóvenes no saben quiénes fueron Fernando ni Jorge. Ni idea. ¿Por qué? ¿Quién se lo oculta? ¿No se habla en casa de todo esto? Pues deberíamos hacerlo, con tranquilidad y cuando salgan noticias, homenajes, pintadas aquí, declaraciones allá… se ha de hablar en casa. Y como colofón, en nuestras ikastolas y colegios también, de un modo más objetivo pero a la vez cercano, no como si hablásemos de Luis XIV. Mi experiencia me dice que la chavalería lo recibe con interés, y ‘alucine’, porque no sabían nada y quieren saber.
No quiero acabar sin mencionar algo que casi pasa desapercibido pero que creo que es muy significativo: Begoña Elorza, la madre de Jorge Díez, reprochó la presencia de dirigentes de Sortu en el homenaje a Buesa y su hijo. Estos se acabaron marchando. Hicieron bien, tienen tarea por delante antes de coger una rosa y dejarla en el lecho de muerte de ambas víctimas. Cualquiera podría pensar que esa no es manera de crecer en la convivencia y que, si les hemos dicho que den pasos en el reconocimiento de las víctimas de ETA, este era uno. Creo, sin embargo, que hay que darle la vuelta a la máxima atribuida a Julio César: no solo hay que parecerlo, ¡hay que serlo! Y es así como muchos entendemos que, cuando desde ese sector político social se ha promovido la «lucha armada» -en palabras del señor Otxandiano-, se ha glorificado hasta ayer mismo en cientos de homenajes a sus ‘militares’, han creado redes del miedo y el sometimiento y hoy día piden la salida total de sus presos, resulta poco creíble la solidaridad hacia personas que tu propia gente arrojó a los pies de los caballos etarras con infamias y señalamientos de ‘Buesa herritik at’ (fuera de aquí). Hay que serlo, no solo parecerlo.