- Han sido y son cuatro vainas que han servido de excusa para que los comunistas adopten otro nombre: “antifascistas”
Los homenajes a los etarras dan para mucho. A unos les sirve para estar un rato más en La Moncloa, a otros para quedar como idiotas diciendo que es una prueba de la bondad de nuestra democracia. A otros nos sirve para comprobar lo enferma que está parte de la sociedad vasca y española, que ve con agrado o indiferencia esa exaltación. O lo podrida que está una parte de la política y la judicatura, que en otros tiempos fue el azote de los etarras y hoy se deja azotar por sus herederos
También es útil para ver a los periodistas orgánicos diciendo que ETA ya no mata y que, por tanto, es algo del pasado a olvidar. Es más; sueltan que su recuerdo está siendo utilizado por la derecha y las asociaciones de víctimas del terrorismo. O incluso no dan la noticia del homenaje para seguir el juego al sanchismo.
Está todo tan terriblemente corrompido que a los filoetarras los llaman “antifascistas”. Y, lo que es peor, quien afea este uso borreguil de los términos suelta: “No son antifascistas, son fascistas”. La estulticia ha llegado a un punto a veces tan insoportable que anima a la soledad voluntaria y a la sordera selectiva. No son fascistas, estúpido, son comunistas.
Resulta triste tener que recordar el ideario de ETA desde sus inicios, su marxismo-leninismo militante y sangriento, su aspiración a convertir el País Vasco en la Albania del Cantábrico. No hace falta irse tan atrás. Otegi y los suyos, EH-Bildu, se llaman hoy a sí mismos “progresistas”, la “fuerza de la izquierda vasca para la soberanía”. En el Parlamento Europeo están sentados con otros socialistas y comunistas, incluidos Izquierda Unida y Podemos.
Violencia organizada
Habrá quien diga: “Pero es que su comportamiento es típico de fascistas”. Ya, y de comunistas, pero da la casualidad de que postulan el comunismo, y que históricamente su violencia organizada ha sido igual o mayor según los casos. Y no hablemos del terrorismo: la sangre derramada por los marxistas-leninistas, maoístas y derivados desde 1968 es incomparable.
¿Qué pasa entonces? ¿Es ignorancia o mendacidad el llamar “fascistas” a los comunistas? No lo sé, pero es evidente que ha calado profundamente la bula que existe para el comunismo en este país, incomparable en esto con el resto de Europa. Tenemos a una ministra que prologa el Manifiesto comunista, auténtico manual del dictador utópico, y a un ministro de Consumo que elogia la tiranía cubana. Todos ellos arropados por un mundo de “la cultura” que levanta el puño antes de poner la mano para recibir la subvención.
Hay que ser muy falso para calificar a un proetarra, como ha hecho Errejón, de “militante por la libertad” que “nos deja una vida de inquebrantable compromiso político e intelectual”
La izquierda juega con la distancia y la mentira. Hay que ser muy falso para calificar a un proetarra, como ha hecho Errejón, de “militante por la libertad” que “nos deja una vida de inquebrantable compromiso político e intelectual”. ¿En serio? El dramaturgo Alfonso Sastre estuvo en las candidaturas de Herri Batasuna en 1987 y 1989.
En esos años que Errejón califica de lucha por la libertad, los amigos etarras de Alfonso Sastre mataron a 79 personas. Entre otros atentados estuvo el perpetrado contra la casa cuartel de Zaragoza, con once asesinados, cinco niñas; y el de Hipercor en Barcelona, con 21 muertos, contando menores y una mujer embarazada. Esas vidas no deben valer nada en comparación con un tuit para conseguir el like de cuatro descerebrados.
Es curioso que los abanderados de la “justicia social” por cuestiones como la “pobreza energética” -hoy ocultada porque gobierna la izquierda- desprecien la justicia de verdad, la de aquellos que deben responder por delitos contra la vida.
Grupúsculos insignificantes
Son comunistas, no fascistas. El fascismo dejó de existir como tal en 1945 bajo los escombros de la guerra que provocó. Luego han sido grupúsculos absurdos e insignificantes, nostálgicos de la mentira, coleccionistas de simbología, guardarropía de ocasión y desfile casero, que no han pintado nada. Han sido y son cuatro vainas que han servido de excusa para que los comunistas adopten otro nombre: “antifascistas”.
Esa izquierda que se autotitula “antifascista” es enemiga del pluralismo y de la democracia, de la libertad del otro y de su propia existencia. Alimentada por el odio, rezuma intolerancia y desprecio. Justifica la violencia, cuando no la ejerce directamente. Ha ganado el lenguaje, lo retuerce a placer para controlar el mensaje, y consigue que, finalmente, el periodista o el político poco avispado los llame así, “antifascistas”, enemigos de un adversario inexistente.
Esos despistados no caen en la cuenta de que para esos “antifascistas” todos los que no son o piensan como ellos son “fascistas”. Usted y yo. Claro que peor sería considerar otra cosa: los llaman “antifascistas” para ser políticamente correctos o aparentar sabiduría política. Entonces es cuando podemos considerar que esa izquierda ya ha ganado, que el comunismo queda como la ideología de la hermandad universal y la armonía, de la paz y el amor, y que la democracia liberal, con su libre mercado, es el puñetero infierno.
El resto, los que sabemos la importancia del uso de las palabras correctas, el significado de los conceptos, y estamos atentos al blanqueamiento sistemático del mal, debemos dar la batalla. Hay que protestar mientras esta policía cultural y del pensamiento lo permita.