No había razón para que se fuera. Tampoco para que volviese de cualquier manera después de pasar 21 meses de autoexilio. Y cualquier manera es, por ejemplo, venir a pasar cuatro días a Sangenjo, hacerse una foto con los tripulantes de su barco ‘Bribón’ y acercarse a Madrid solo el lunes para ver a su hijo, el Rey de España en la etapa de salida para volver a su residencia en Abu Dabi.
Los lugareños mostraron apoyo entusiasmado, pero no parecen maneras. Don Juan Carlos ha ejercido la Jefatura del Estado durante 38 años y medio. Parece que algún débito debe tener con la institución que ha encarnado tanto tiempo y que su primera obligación era rendir visita al hombre en quien descargó el peso de la Corona aquel 18 de junio de 2014 en el que abdicó.
Uno ha tenido sus más y sus menos con la Monarquía y fue Juan Carlos I quien me ahuyentó infundadas veleidades republicanas. Creo que ya lo he explicado alguna vez. Las razones para ser monárquico son las mismas que exponía Alvy Singer, el personaje de Woody Allen al final de Annie Hall para defender las relaciones humanas: “me acordé de aquel viejo chiste, ya saben, el del tipo que va a ver al psiquiatra y le dice: “Doctor, mi hermano se ha vuelto loco. Se cree que es una gallina”. Y el médico le contesta: Bueno, “¿y por qué no hace que lo encierren?” Y el tipo le replica: “lo haría, pero es que necesito los huevos”.
No se me ocurre ninguna razón teórica para defender una forma de Gobierno que se transmite por vía consanguínea y no electiva. Las razones son de orden práctico. Imaginen ustedes unas elecciones en las que se disputan la Jefatura del Estado Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Alberto Garzón, unos botarates incapaces de sacramentos. Izquierda Unida aprovecha la visita de Juan Carlos para reclamar con escasa convicción la Tercera República, como si no hubiésemos tenido bastantes desastres en las dos primeras. Alberto Garzón, que compone con su hermano Eduardo el par más inútil de la política española ha incurrido presuntamente, que no se me olvide el presuntamente, en un delito de calumnias al acusar a Don Juan Carlos de haberse «servido de las instituciones del Estado para ser un delincuente acreditado». Es calumnia dice el artículo 205 del Código penal “la imputación de un delito hecha con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad”. Alguien debería querellarse contra este incapaz que ha dejado a su paso muestras sin cuento de su incapacidad intelectual. Ayer mismo hacía podio entre los tontos al escribir su denuncia de haber pasado dos crisis en la última década mientras “él vivía a cuerpo de rey”. Hombre, Albertito, es que el cuerpo de rey lo traía de serie. ¿Cómo querías que viviese, a cuerpo de concejal?
El viejo rey leño se titula el penúltimo capítulo de ‘Yo, Claudio’, cuando el viejo emperador, sintiéndose en sus horas finales, decide escribir la historia de su familia. Juan Carlos es más hombre de acción que de reflexión y por eso regateaba desde una zodiac de acompañamiento. Sus dificultades motrices no daban mucho más de sí. Nos dejó un buen Rey en su hijo Felipe, aunque la tropa que desgobierna España no ha renunciado a la guillotina que simbólicamente han prescrito para la Corona. El padre es solo un pretexto. El objetivo es la institución.