DANIEL GASCÓN-EL PAÏS

Se habla de la colaboración de los ciudadanos y se apela a la solidaridad, mientras las autoridades practican una política del sálvese quien pueda y el oportunismo más ramplón

Las cifras españolas son aterradoras, la pandemia destruye el tejido económico, los planes para la educación tienen un inquietante aire de simulacro, el sistema sanitario ha resultado más débil de lo esperado y no sabemos hacia dónde vamos. El Estado autonómico ha revelado sus disfunciones, ha fallado la decisiva coordinación entre sectores, y los líderes estatales y autonómicos, en el Gobierno y la oposición, parecen un ejemplo en selección adversa.

Se habla de la colaboración de los ciudadanos y se apela a la solidaridad, mientras las autoridades practican una política del sálvese quien pueda y el oportunismo más ramplón. El Gobierno pasa del hiperliderazgo cosmético a la inhibición destinada a poner en evidencia a las autonomías de otros partidos: el presidente es o César o nada. El PP parece esperar que las crisis sucesivas ahoguen al PSOE y ellos puedan ganar cuando todo esté hecho una ruina. Da la sensación de que los efectos de la pandemia —las víctimas, la devastación económica, la desazón social— importan sobre todo por sus consecuencias electorales. Los diferentes niveles administrativos se echan la culpa unos a otros, para desgastar al partido rival. Los ciudadanos y los medios aceptamos la lógica partidista, toleramos los trucos y culpamos a los demás de los rebrotes: son los jóvenes, los temporeros, nuestra sociabilidad pintoresca. Entendemos que quizá, como escribió Bertolt Brecht, la única opción de los políticos sea disolver al pueblo y nombrar uno nuevo.