Rebeca Argudo-ABC
- No se apure, nadie le mira. Es usted solo frente al espejo. Y, aunque decidiese mentirse a sí mismo, en lo más íntimo sabrá la verdad
Un buen ejercicio a practicar de vez en cuando para poner a prueba nuestras convicciones y detectar sesgos es imaginar las situaciones que nos indignan (o que tampoco nos parecen para tanto pero soliviantan mucho a otros) al revés. Por ejemplo: imagine que un gobierno conservador decidiese ahorrarse unos eurillos sustituyendo, por otras más baratas, las pulseras telemáticas con las que se controla a maltratadores, protegiendo a las mujeres más vulnerables de entre todas las que han sido víctimas de malos tratos. Que lo hace, además, pese a las advertencias de posibles fallos. Y que, efectivamente, fallan. Imagine ahora que eso mismo ocurre con un gobierno progresista, el más feminista de la historia.
Para que el experimento funcione es imprescindible ser sincero con uno mismo. No se apure, nadie le mira. Es usted solo frente al espejo. Y, aunque decidiese mentirse a sí mismo, en lo más íntimo sabrá la verdad. Así que, allá usted, en realidad no engaña a nadie. Pruebe de nuevo: imagine ahora que, con Alberto Núñez Feijóo como presidente, se encontrase el país con el fiscal general del Estado encausado por un delito de revelación de secretos, que su esposa lo estuviese también (ella por tráfico de influencias, corrupción en los negocios, apropiación indebida e intrusismo profesional), y su hermano (por prevaricación administrativa y tráfico de influencias), que el exsecretario de Organización del PP estuviese en prisión preventiva investigado por pertenencia a organización criminal, tráfico de influencias y cohecho, y hasta casi treinta personas más de su entorno investigadas en diferentes casos judiciales. ¿Le parecería un escándalo? ¿Cree que alguien debería dimitir o asumir algún tipo de responsabilidad? ¿O pensaría que es un claro caso de jueces haciendo política en lugar de su trabajo?
Este ejercicio tan tontorrón le vendría muy bien hacerlo a Andreu Buenafuente, el cómico devenido jesuita moral, que soltó su homilía en la tele de (casi) todos en su primer día de cole. Al pobre le agrede que Tellado diga que «se empezará a cavar la fosa donde reposarán los restos de un gobierno agonizante», pero no tanto que Montero apunte que Feijóo tiene miedo a «no llegar vivo al final de la legislatura». Le parece inaceptable que la gente le grite «hijo de puta» al presidente del Gobierno, pero ni tan mal que le griten «asesina» a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Y así ocho minutos de ideario presidencial punto por punto, un cantorcillo más en la escolanía del santo sanchismo. José Pablo López, presidente de RTVE, tardó poco en sacar pecho. Que, al contrario de lo que ha sucedido esta semana en EE.UU., dice, «un humorista puede hacer un monólogo en la tele pública sin que le cancelen el programa». Imagina, López, que Buenafuente hubiese hecho un monólogo ironizando sobre los sentimientos de Sánchez al respecto de Gaza, comparándolo con un niño de cuatro años llorando por la muerte de un pez dorado, y asegurando que está más preocupado por la ‘camper’ del hermano aparcada en Moncloa. Y ahora, no nos contestes a nosotros, contéstate a ti mismo (nadie te escucha): ¿cuánto tiempo habría durado el programa? No te mientas.