Gregorio Morán-Vozpópuli
- Las Islas quedan lejos y son para el turismo, no para la política
Los amigos, por pocos que sean, siempre son un barómetro de la realidad. Los tengo de todo tipo de colores, desde los que están abonados a la izquierda porque llevan muchos años en el club y salirse de él exige dar muchas explicaciones que afectarían a su presente, hasta los conservadores de toda la vida a los que les basta un toque liberal para reconocerse vencedores de todas las batallas. Abundan los abstencionistas sobrevenidos, descubridores tardíos que la verdad que mejor vende es la que no se pronuncia. Los que abrevaban con disimulo en Podemos o en Vox han cambiado tanto de ayer a hoy que su conversación favorita siempre acaba en la meteorología: la ola de calor que nos invade, por la derecha ultra o por la izquierda woke. Confío que nadie se dé por aludido para mal. ¡Al fin y a la postre son tan pocos y yo los quiero tanto…!
Esta insólita entradilla periodística me vino a la cabeza cuando descubrí que en lo único que todos coinciden se reduce a que debo dedicar mi tiempo a escribir sobre asuntos culturales o en su detrimento sobre la situación internacional. Las campanas de mi memoria han vuelto a resucitar a mi padre, funcionario y ex combatiente vencedor, cuando repetía en los años 60 un bordón inagotable: “no te metas en política”. Nunca hubiera imaginado que pasados casi dos tercios de siglo y peinando -es un decir- canas, en estado de abuelez no militante, volvería a encontrarme con la misma recomendación desde gente que, por suerte para ellos, no son mis hijos pero que están en edad de serlo. Fuera de la retórica sólo nos queda la coherencia, que consiste en algo tan complejo como no engañarnos a nosotros mismos.
Pasar a lo evidente. Nos formamos en las malas artes de la política gracias a un gran libro -¡póstumo, no se olvide!- titulado ‘El príncipe‘, escrito por un tipo agudo y culto, potente escritor llamado Nicollo Maquiavelo, buen amigo de sus pocos amigos y gran conversador epistolar. La iglesia católica y muy especialmente los jesuitas -una Compañía militar y no una Orden religiosa como las demás- se ensañaron con él. Había desvelado algunos secretos del Estado; desde cómo hacerse con él hasta cómo mantenerlo. Si alguien hoy tuviera que instruir a las nuevas generaciones sobre el Poder no me centraría en Maquiavelo, ni en Hobbes, ni menos aún en Carl Schmitt o el pastoreado Norberto Bobbio. Iría directamente a Francis Ford Coppola y los tres volúmenes de ‘El Padrino’; sin tapujos y desde ahí volver a revisar a los clásicos. Digo bien, Coppola y no la meritoria novelita de Mario Puzo. Lo dejo aquí, porque el asunto nos llevaría demasiado lejos.
Esta larga y un tanto pedestre introducción nos mete en el meollo del asunto. Para entender el papel de una “colaboradora necesaria” como Leire Díez, es menester rebobinar el visionado de la secuencia de la Cabeza del Caballo en la mansión del productor de Hollywood Jack Woltz. En su osadía ha rechazado ayudar a Johnny Fontana, un cantante en decadencia, fantoche desolado entre la depresión y la pérdida de voz, ahijado del Puto Amo de todas las familias.
Un Padrino no puede admitir una ofensa; está en juego su crédito, más importante que el “bisnes”, porque es lo que sostiene la pirámide. Alimentar la omnipotencia del Jefe de la Familia. Sin eso no hay poder que valga
¿Pero quién le corta la cabeza al caballo, quién la coloca entre las sábanas de seda de la mansión de Beberly Hills mientras el jactancioso duerme en su cama con baldaquino? Ese sicario no aparece en el filme porque los espectadores no lo necesitan; un mandao, una Leire. Les basta con saber que el Puto Amo ha reafirmado su omnipresencia sin matar a nadie. ¡Mi reino por un caballo! Los animalistas no fruncirían ni el ceño.
La sórdida pista de Leire Díez. Desde Santurce al sicariado político, concejal en el Valle del Pas -quien haya estado alguna vez allí se descojonará de risa-, jefa de Filatelia y el Museo Postal, nivel 7 en la bruma funcionarial… Son gente del bronce, como se decía antaño de los curtidos ejecutores; altas pasiones y bajos fondos. Koldo el Tronco, Ábalos el Avispado, Santos Cerdán nació en Milagro (Navarra) y ejerce. Luego los eternos intermediadores comisionistas, Alejandro Hamlyn, un López-Tapia de Neguri que se dirige en inglés con el servicio -yo conocí una familia en ese rincón del Bilbao oligárquico que enterraba a sus perros en el jardín con versos de Lord Byron-, sacamantecas de las subvenciones y los hidrocarburos. Javier Pérez Dolset, huido de la justicia por un quítame allá unos IVAS de mil y muchos millones. ¡Dubái, la Suiza del siglo XXI! … No salieron de ninguna cloaca sino de unas habilidades que ya no se enseñan en la Comercial de Deusto.
Gran momento, estelar, cuando en esas conversaciones salaces el señorito Alex (Hamlyn López Tapia) se rebota cuando se le compara con Aldama, “un cateto”; todavía hay clases. ¿No pedían pruebas del corrupto Aldama arrastrando al resto de implicados? Ahora que empiezan a llegar no saben dónde esconderlas. Pónmelas entre la dana de Mazón y una de Ayuso con novio, pero en página par para los viciosos del papel o en los márgenes de los digitales. La ola de la ultra derecha que nos amenaza. Eso está bien, porque hay que insistir en el contexto.
No siempre es fácil. ¿Dónde metemos a Gustavo Matos el vicepresidente socialista de Canarias en diálogo socrático con el narco libanés bien aforado? ¿Qué se hizo del Tito Berni, aquella excrecencia? Las Islas quedan lejos y son para el turismo, no para la política. Como la memoria es flaca me recuerda la crisis pánica de Felipe González en sus últimos años de mandato (1992-96), cuando le crecían los enanos y de la que ahora dice arrepentirse, con la boca pequeña. Entre el error y el horror. Ahora van a saco, sin medida ni límite: pactarían con Vox si no tuvieran a Junts, ocupan la TVE con descaro populista, alquilan periodistas al peso y contratan al “podeta” García Montero para que les besuquee una vez por semana mientras exhiben el cadáver desnudo del Gallardo de Extremadura.
Tan impermeables como insaciables; se retrataron en foto familiar con iluminación de Leire Díez. ”Tenemos que ser listas; inteligentes ya somos”. Entramos pues en un nuevo ciclo. Lo definió la ministra García al anunciar que los niños cambiarán de gafas. “Hoy inauguramos el derecho a ver bien”. Les bastan 100 euros.