IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA-El País

  • Por desfavorable que sea el ciclo político, si el PSOE resiste y Sumar consigue integrar a las distintas fuerzas en un proyecto que despierte ilusión y movilice apoyos perdidos en ese espacio ideológico, cualquier cosa puede suceder

Las elecciones autonómicas y municipales han acabado con el Gobierno de coalición. Aunque el resultado electoral ha sido muy malo en términos de poder institucional, con la pérdida de las principales comunidades autónomas y las grandes ciudades, el voto agregado del principal socio del Gobierno, el PSOE, se ha mantenido en el 28%, el mismo porcentaje que obtuvo en las elecciones generales de noviembre de 2019. Lo que ha fallado en mayor medida es el ala izquierda del Gobierno: Unidas Podemos prácticamente ha desaparecido del mapa político autonómico y municipal y todo indica que sus apoyos se reducen al núcleo más duro e incondicional. Desequilibrada la coalición, se han perdido los gobiernos autonómicos y los grandes municipios.

¿Qué ha pasado en los tres últimos años? ¿Por qué se han producido estos resultados decepcionantes para la izquierda? A mi juicio, hay una cuestión de tiempos políticos que raramente se tiene en cuenta. Voy a tratar de explicarme. La coalición de Gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos se produjo muy tarde, cuando el país ya había iniciado un cambio de ciclo político, social y cultural que ha afectado negativamente a la izquierda en general y a la izquierda del PSOE en especial. Desde 2018, a pesar de estar las izquierdas en el Gobierno central y en muchas de las comunidades autónomas, estas fuerzas no han conseguido neutralizar o revertir dicho cambio de ciclo.

Repasemos un momento lo sucedido. La suma de PSOE y diversas fuerzas a su izquierda (Podemos, IU, Comunes, Compromís, Mareas, Más País, etc.) daba 163 escaños en las elecciones de diciembre de 2015, 156 en las de junio de 2016, 166 en las de abril de 2019 y 158 en las de noviembre de 2019. Hay una gran estabilidad en número de escaños entre 2015 y 2019, oscila entre 156 y 166. La decisión de gobernar conjuntamente, sin embargo, se demoró cuatro años. PSOE y Podemos podrían haber gobernado juntos tras las elecciones de 2015, desalojando a un PP que resultaba entonces extremadamente impopular por las políticas de recortes y los escándalos de corrupción. Era el momento idóneo, pues había un deseo fuerte de cambio tras los años más duros de la crisis. Pero Podemos apostaba entonces por superar al PSOE y el PSOE recelaba de Podemos. Les llevó cuatro años aprender a entenderse.

Después de una transición interna muy convulsa, el PSOE volvió al poder en 2018, gracias a la moción de censura celebrada los días 31 de mayo y 1 de junio de ese año. Se trataba de un Gobierno en solitario, en minoría, con el apoyo de Unidas Podemos y de algunos partidos nacionalistas. Unos pocos meses después, en diciembre de ese mismo año, se celebraron elecciones en Andalucía y ya se pudo percibir el primer síntoma de que algo profundo estaba cambiando en España: ganaron las derechas en Andalucía, el bastión histórico del PSOE desde los años ochenta, y apareció Vox en escena con ocho diputados. En las dos elecciones generales de 2019, Vox entró con fuerza en la política nacional, con un 10,3% en abril y un 15,1% en noviembre. A partir de entonces, la política española se divide en dos bloques antagónicos y comienza a notarse, en respuesta a la crisis catalana del otoño de 2017, que una oleada de nacionalismo español atraviesa el país. El sentimiento de españolidad y la defensa de la nación, ofendida por el separatismo catalán, se convierten en el aglutinante de las derechas y en el elemento nuclear de un discurso potente en el que la derecha se presenta como la protectora y guardiana de España frente a las amenazas interiores, encarnadas por los separatistas catalanes y vascos, los republicanos, los impugnadores de la Transición, etc. El PSOE, al aceptar coaligarse con Unidas Podemos y buscar el apoyo de los nacionalistas no españolistas, queda, casi por ósmosis, condenado a la ilegitimidad política.

Evidentemente, este terreno de juego ha sido extremadamente desfavorable para las izquierdas. A pesar de un programa reformista ambicioso y de unos resultados económicos positivos, se ha extendido la percepción de que el Gobierno supone un peligro para España. El “que te vote Txapote”, que alude a la complicidad con ETA, es la destilación última de ese discurso de deslegitimación y la clave última del desgaste del Ejecutivo. Medidas como los indultos a los políticos independentistas o los cambios en el Código Penal (sedición), han sido gasolina en manos de la derecha nacionalista española.

Frente a ese cambio de ciclo, dominado por la cuestión nacional española y todas sus derivadas culturales y políticas, los socios del Gobierno han respondido de forma diversa. Los ministros del PSOE y de Sumar, insistiendo en la gestión y las políticas públicas: reforma de las pensiones, del mercado de trabajo, reforzamiento del Estado de bienestar, ley de eutanasia, etc. Unidas Podemos, por su parte, ha afilado su perfil más ideológico, por un lado, centrándose en una parcela pequeña de las políticas públicas (todo lo relativo a la desigualdad de género y nuevos derechos civiles) y, por otro, metiéndose en batallas imposibles que no conectan con la ciudadanía (denuncia obsesiva de los medios y las empresas, frente antifascista, etc.): unos días parece partido de gobierno y otros de oposición.

Con la convocatoria anticipada de elecciones, todos van a tener que definirse y retratarse. El PSOE no creo que vaya a dar grandes sorpresas. Tratará de capitalizar los principales logros del Gobierno y ofrecerá un programa muy centrado en reformas económicas y sociales. Las incógnitas están a su izquierda. Me temo que, vistos los resultados del domingo, ya ni siquiera es suficiente que la sopa de siglas vaya unida en la plataforma de Sumar. Es preciso, además, que remen en la misma dirección, es decir, que lleguen a un diagnóstico compartido de qué tipo de políticas públicas y qué manera de dirigirse a la ciudadanía encuentra en este momento mayor receptividad. Para ello, Unidas Podemos debe entender que su declive no es consecuencia solamente de la maldad congénita de los grupos mediáticos y empresariales, sino de haber perdido la capacidad de influir en el debate público y de ofrecer un programa político reconocible y mínimamente realista.

El reto no es imposible. Las derechas solo pueden gobernar si PP y Vox alcanzan conjuntamente una mayoría absoluta en el Congreso. La presencia de Vox cierra la vía de pactos entre el PP y los grupos nacionalistas, pues, al fin y al cabo, Vox quiere ilegalizarlos. Con unos resultados como los del domingo, las derechas no habrían tenido mayoría absoluta en el Congreso. Si el PSOE resiste y a su izquierda Sumar consigue integrar a las distintas fuerzas en un proyecto que despierte ilusión y movilice apoyos perdidos en ese espacio ideológico, cualquier cosa puede suceder. Por muy desfavorable que sea el ciclo político, que viene además con el viento de cola de lo que sucede en muchos otros países, España es lo suficientemente diversa como para resistir la tentación trumpista de un Gobierno de PP y Vox.