- Además de unas ideas erróneas, existe aquí un componente humano muy relevante: el resentimiento del que hablaba Marañón en su perfil de Tiberio
Sin tener ocupación alguna en su agenda, ha decidido no acompañar a los Reyes en la entrega del premio Cervantes, como es tradicional, ni asistir con ellos al funeral por el alma del Papa Francisco (Zapatero sí viajó con los soberanos al de Juan Pablo II en 2005).
Los analistas se preguntan por la posible razón del doble plantón. Muchos apuntan a que la relación, que ya se habría oxidado por la retahíla de pequeños desplantes del presidente y por su alianza con los separatistas, se averió aún más tras el sonado Momento Conejo de Paiporta, cuando hizo mutis con escaso valor y dejó tirados a los Reyes frente a un grupo de vecinos iracundos. Tras aquella escena callejera, tuvo lugar ya en privado un cruce de palabras, en tono nada calmo, entre el presidente y el jefe del Estado.
Según algunos comentaristas, Sánchez, de natural rencoroso, estaría ahora pasando factura al Rey por aquel incidente, de ahí el gesto displicente de fumarse el Cervantes y un funeral en el Vaticano al que acudirán las principales autoridades del planeta
Esa teoría puede ser cierta (o puede no serlo, que diría el viejo Mariano). Pero lo que sí parece claro es que en el problema político que sufre España media un componente psicológico nada desdeñable.
Si la jefatura del PSOE hubiese recaído en un político de otra calidad humana, por ejemplo en Javier Fernández, aquel templado asturiano que estuvo provisionalmente al frente tras la primera etapa de Sánchez, es muy probable que el profundo deterioro institucional que padecemos se habría evitado.
El factor humano es decisivo en todos los órdenes de la vida. «Los proyectos son las personas», reza un topicazo de los manuales de gestión que es muy cierto. Y los españoles hemos acabado en manos de una persona de naturaleza inadecuada para la alta magistratura que desempeña.
La mirada es huidiza, esquiva; deja la idea de que el personaje está escamoteándonos algo. La sonrisa resulta postiza, más falsa que aquellas chapas de Coca Cola que Mortadelo colaba como monedas en los tebeos de nuestra infancia. La risa brota en ocasiones un tanto desencajada, con un histrionismo más propio de una pantomima del Joker que de un estadista de un país importante. Los andares son de pasarela invisible: avanza balanceándose, gustándose, como si estuviese contemplando en un espejo invisible encantado de haberse conocido.
La relación con la verdad es tan elástica que por momentos se torna inexistente. Toda su acción se rige por una amoralidad táctica, fiel al lema maquiavélico de que el fin siempre justifica los medios (y ese fin es el poder en su versión más descarnada, a cualquier precio, aunque sea a costa de sacrificar la verdad, los hilvanes de la propia patria y aquello que llamábamos democracia).
Por supuesto existe claras marcas de resentimiento, en el sentido del esclarecedor ensayo que en 1942 dedicó el doctor Marañón al emperador Tiberio. Marañón considera que el resentimiento es más nocivo incluso que la ira y la soberbia. Además, no tiene cura. El resentido es extremadamente susceptible, en cada detalle vislumbra una agresión: «Todo para él alcanza el valor de una ofensa o la categoría de una injusticia». Ni siquiera el triunfo sanará su enfermedad, más bien la avivará: «Al triunfar, el resentido, lejos de curarse, empeora, porque el triunfo es para él como una consagración solemne de que estaba justificado su resentimiento».
Algo así le ha sucedido a nuestro personaje tras su desalojo de Ferraz en octubre de 2016 y su retorno triunfal a lo más alto. El afán de poder se ha extremado hasta llegar a lo antidemocrático y lo cuasi patológico. La propensión a la irascibilidad ha crecido también. Se cotillea sobre brotes de cólera en privado y un carácter más bien insufrible. El cerco al que se ve sometido, acosado por sus embustes, por la inmoralidad de su entorno y por sus alianzas aberrantes, lo ha convertido en una fiera herida, de reacciones imprevisibles.
«Todo vale» y «ni siente ni padece, salvo en lo que se refiere a su YO». Esas dos frases bastan para establecer el perfil psicológico de un personaje que ha resultado una auténtica mala suerte para España. Nos pudo tocar cualquier otro. Pero nos tocó una psique muy revirada.
Pero España es muchísimo más grande que este personaje. Un día pasará y quedará archivado en un olvido tiznado de oprobio. El problema es que no sabemos cuándo llegará ese día y como decía el sagaz Keynes, «a medio plazo… todos estaremos muertos».