Carlos Mazón colgó ayer el atuendo Zelenski y se enfundó el traje de president. Luego se subió al atril del Palacio de los Borgia, sede del Parlamento valenciano, para pronunciar un discurso ante la Carrera de San Jerónimo.
Todas las miradas de todo el país, de la política nacional y autonómica, estaban pendientes de si Mazón salvaría ese match ball de su carrera política. Pero esa valoración se la dejo a los especialistas.
Lo que me ha llamado la atención es la obsolescencia de las administraciones, de sus medios, de sus rutinas, de los sistemas de alerta que velan por nuestras vidas. De todas las administraciones.
En las 69 páginas de su discurso, escenificado a lo largo de dos horas y media, el presidente valenciano desgranó con detalle de horas, minutos y datos su versión de lo ocurrido antes, durante y después del fatídico 29 de octubre.
Uno se remueve en la silla cuando conoce que sólo había un único sensor en el barranco del Poyo, del que dependía el futuro de 850.000 personas de la zona afectada.
Para que se hagan una idea quienes no conocen el terreno, equivale a los habitantes que viven dentro de la almendra de la M30 de Madrid. Pero con mucha más extensión, porque las edificaciones son de menor altura.
Ocupa más de 562 kilómetros cuadrados.
Ahí tiene además su sede el 27 por ciento de la industria de la provincia de Valencia, ahora arrasada. Son una de cada tres empresas de la región.
Y sólo había un sensor, que además se llevó la riada, junto a 216 muertos y 16 desaparecidos. En plena era digital.
Un sensor que, según mostraron algunas televisiones días atrás, estaba tirado en el lecho de un barranco seco entre piedras. A expensas de que cualquier persona o animal lo pisase o rompiese. De eso dependía la vida y el futuro.
El relato de los hechos de Mazón, sumado al fuego cruzado de datos entre todas las administraciones en días previos, no deja lugar a dudas de que los recursos no estaban en lo más importante.
Esta misma semana, una simple start-up me mostró con tecnología de visión artificial, usando fotos de la policía, cómo se podían contar los coches afectados por la Dana y cómo se podría haber calculado el caudal metro a metro, minuto a minuto.
También, cómo se podría anticipar, segundo a segundo, a cuántas personas podría afectar y en qué momento les llegaría la riada.
Incluso es posible, con fotos satelitales, hacer un cálculo de qué necesidades básicas se precisarían tras el desastre y la forma más rápida de auxiliarlas para aprovechar al máximo la escasa «capacidad de respuesta».
Durante décadas, el debate de la construcción en zonas inundables ha sobrevolado la política valenciana. Y todos los gobiernos autonómicos de la Comunidad Valenciana, de todos los colores, han hecho caso omiso. Algunos partidos proponían como solución las demoliciones. Como si la solución a los accidentes fuese prohibir los coches.
Los edificios ya están construidos. En ellos viven millones de personas. Busquemos soluciones alternativas.
Es necesario sacar los cauces de los ríos y los barrancos de todos los municipios. Es colosal la propuesta. Sí. Tan colosal como el drama que vivimos. Pero menos mastodóntica que debió ser en 1958, con los recursos de hace 66 años, el proyecto de desviar el cauce del rio Turia en Valencia después de la riada del año anterior.
En la ciudad de Valencia, al norte del nuevo cauce, el 29 de octubre fue un día de mucho viento, pero poco más. Ni un daño en ese lado de río. En Utiel y en la contigua población de Requena, la Dana derramó más de 300 litros. En la primera, los daños fueron cuantiosos y seis personas fallecieron por la brutalidad del río Magro.
En Requena, el mismo río discurre a más de un kilómetro en la zona más cercana al casco urbano. Los efectos fueron mínimos.
Es necesario poner el debate de los cauces sobre la mesa. Para todas las poblaciones en zonas inundables. Un reto de enorme magnitud, dada la tela de araña de poblaciones que rodean a las grandes ciudades, como en la zona sur de Valencia.
¿Quién va a querer volver a vivir en la zona arrasada por la Dana si no hay una solución definitiva? Al daño de las vidas perdidas y de la ruina económica, se suma ahora la incertidumbre. ¿Qué empresas van a querer volver a instalarse en la zona?
Es necesario activar un gran gemelo digital de las zonas inundables, como impulsó la administración Obama en sus bosques de California tras la oleada de incendios en 2015.
Dos años después, en 2017, la zona interior de la provincia de Valencia sufrió una nevada que tumbó las grandes torres del tendido eléctrico. Muchos árboles de sus montes siguen hoy sin ser retirados. Algunos a escasos kilómetros de los servicios de las unidades antiincendios. Árboles que se han convertido en un polvorín para los incendios.
Es algo similar a esa palanca de la catástrofe que fueron las toneladas de cañas en el barranco del Poyo. Los partidos de izquierdas se han opuesto en los últimos años a la limpieza de barrancos y montes con la bandera del ecologismo.
Pero ¿hay algo más ecológico que evitar que existan aceleradores de los desastres naturales?
Algunos esgrimen que las cañas ralentizan las corrientes. Unas pocas, quizás. Miles de toneladas, como se pudo ver al llegar a la primera gran barrera, la A3 a la altura de Chiva y Cheste, generaron un efecto demoledor.
La Comunidad Valenciana y España tienen que crear un gran gemelo que mapee y aglutine todos los datos de forma automática de zonas boscosas y zonas inundables. Con un gran sistema de analítica de datos que anticipe predictivamente las consecuencias y necesidades. Debemos usar toda la tecnología actual al alcance que permita capacidad de reacción. Que supere los errores humanos, como indicaba el presidente valenciano en su discurso.
Que escriba el mensaje de alerta y lo envíe si es necesario.
¿Cómo podemos estar cruzándonos emails cuando está en juego la vida de las personas?
¿Cómo pueden depender nuestras vidas de tecnologías del siglo pasado?
Un simple sistema de blockchain permitiría saber quiénes y en qué momento deben cumplir con su obligación.
Un desastre colosal requiere soluciones a la altura en las que deben implicarse todas las administraciones. Aun con el duelo a medio velar, debemos empezar a abrir desde ya el debate de la reconstrucción. Poner al sector público y privado a pensar.
Ser visionarios y ambiciosos para planificar una respuesta definitiva, para de verdad poder pronunciar un «nunca más».