Carlos Souto-Vozpópuli
- No puedo siquiera recordar la cantidad de gente importante y distinguida que vi allí en éxtasis
Siempre he tenido suerte, y lo admito. En la vida, la suerte juega un papel que otros factores, por importantes que sean, no pueden superar. Por eso, cuando recibí la invitación oficial, formal, sellada y firmada, para la fiesta de Nochebuena del PSOE en la Moncloa, no me lo podía creer. Me pareció curioso, sobre todo viniendo de un gobierno al que crítico con frecuencia. Pensé que asistir podría ser una señal de apertura al diálogo, una forma de estrechar lazos y tender puentes, aunque fuera por Navidad.
No era cuestión de llegar sin preparación. Consulté a un asesor en protocolo sobre cómo asistir a una cena de Nochebuena en la Moncloa. “Es como ir con el Rey”, me dijo, aunque el anfitrión sería Pedro Sánchez, pero claro, es casi lo mismo. Para no equivocarme elegí un traje que imitaba su estilo: azul claro, ajustado en la cintura, con pantalones que hacían parecer las piernas más largas y una corbata roja. Era importante no desentonar, porque, si algo caracteriza a los socialistas, es que visten caro y bien a la vista.
La cuestión del horario también me preocupaba. Llegar muy temprano te deja atrapado con los otros puntuales en una conversación inevitable e incómoda. Llegar tarde puede ser igual de problemático, porque ya todo el mundo está instalado y te miran como un intruso. Pedí un Uber y le dije al conductor que diera vueltas alrededor de la Moncloa hasta que empezaron a llegar coches de lujo, en su mayoría extranjeros, todos largos y brillantes. Fue mi señal. Bajé del automóvil y entré decidido, aunque algo nervioso, lo reconozco.
Ya con una copa de champán en la mano, traté de pasar desapercibido, pero enseguida un hombre bajito, completamente calvo pero muy bien vestido, se me acercó.
-«¿Cómo estáis, tanto tiempo?, ¿cómo anda eso hombre?, te veo apagao!» -me espetó, dándome una palmada en el codo que casi me hizo volar la copa. Respondí con un escueto «bien, estar, estoy bien, ¿y usted?”.
– «¿Pero desde cuándo no me tuteas? ¡por el amor de Dios, hombre!», -dijo, y añadió con una risa sarcástica: “Qué días aquellos ¿eh? y de aquellos polvos, estos lodos, literalmente, ¿verdad? Este es nuestro momento, tío. Qué alegría me da verte.”
Me tendió una mano sudorosa y sin más, se dio media vuelta y se alejó algo zigzagueante.
Obviamente me había confundido con otra persona. Para evitar más problemas, decidí refugiarme detrás de un ficus alto y frondoso, colocado estratégicamente en la terraza donde los invitados fumaban como carreteros. Desde allí observaba las bandejas con canapés, los camareros y las conversaciones que parecían más bien conspiraciones.
Uno de los secretos de los partidarios de Pedro, es que creen que Papá Noel no son los padres, sino Pedro. Por lo tanto, la audiencia lo recibió con aplausos frenéticos, silbidos y gritos de entusiasmo, histeria, y hasta llantos de emoción
Pero mi anonimato no duró mucho: el hombre calvo regresó, esta vez acompañado por un individuo de traje negro que parecía tener cierta autoridad. Me presentó como “el joven del que te hablé, ya sabes, el de los clubes¨. Entonces alarmado, aclaré: “Señores, creo que me han confundido. Mi nombre es Carlos Souto, consultor político y escribo todas las semanas en Vozpópuli”. El ambiente cambió de inmediato. Las sonrisas se congelaron, y el hombre del traje negro comenzó a murmurarle cosas al calvo que, por respeto a los lectores, no reproduciré. Cuando se alejaban me pareció escuchar: «¡Pero estás borracho Paco, que este no es el que consigue las… ni los…insumos, joder! ¡parecen hermanos, pero este no es! Aunque así vestido se parezca al uno…»
Entonces, de repente, las luces se apagaron y el barullo de las conversaciones cesó. Comenzó a sonar una música extraña, mezcla de villancico con banda sonora de película de suspense. Todos miraron expectantes hacia un punto central iluminado. De repente, una risa profunda y resonante dominó el ambiente. “¡Ho, Ho, Hoooo!”, se escuchó. Y allí apareció él, Pedro Sánchez, disfrazado de Papá Noel.
Pero no era un Papá Noel cualquiera. Su traje era slim fit, ajustado a su figura, rojo con solapas de piel blanca. Nada que ver con el tradicional Santa Claus regordete y bonachón. La barba postiza era evidente, y, por supuesto, no había permitido que le tocaran el cabello. A pesar de la puesta en escena, nadie podía fingir que realmente creía que Pedro Sánchez fuese Papá Noel. Pero eso no importaba. Uno de los secretos de los partidarios de Pedro, es que creen que Papá Noel no son los padres, sino Pedro. Por lo tanto, la audiencia lo recibió con aplausos frenéticos, silbidos y gritos de entusiasmo, histeria, y hasta llantos de emoción.
Yoli a hombros de Broncano
No puedo siquiera recordar la cantidad de gente importante y distinguida que vi allí en éxtasis, Koldo exultante y Jessica radiante, dando saltitos de alegría con un vestido tan corto como estornudo de gato. Capítulo aparte para la Yoli, que a hombros de Broncano gritaba como loca. Al que no vi por ningún lado fue a Lobato, lógicamente.
La teatralidad no terminó ahí. Pedro llegó montado en una carroza tirada por unos renos rojos y decorada con luces y banderas. Detrás de él, un vehículo enorme transportaba un cargamento gigante de regalos. La escena era impresionante, cientos de presentes envueltos con precisión y organizados por orden alfabético. Eso sí que lo tenían muy bien organizado, cada uno sabía dónde buscar el regalo que le tocaba. Después de todo son socialistas, a cada uno lo que le corresponde, pensé.
Reflexioné sobre lo que acababa de vivir. La política española, pensé, a veces tiene una cualidad casi teatral, donde las apariencias, el espectáculo y las dádivas, parecen pesar más que cualquier sustancia
No pude resistir la curiosidad y, habiendo tanta codicia suelta en el ambiente, sentí que si no iba por lo mío, otro se lo llevaría. Así que me acerqué a buscar mi obsequio. Lo encontré, perfectamente etiquetado. Era una réplica en miniatura de Pedro Sánchez, completamente articulada, que al presionar un botón decía frases como “España avanza” y “La economía es un cohete”.
A mi lado una joven gritaba loca de alegría «¡es un software, me ha tocado un software!”
Mientras volvía a mi posición junto al ficus, reflexioné sobre lo que acababa de vivir. La política española, pensé, a veces tiene una cualidad casi teatral, donde las apariencias, el espectáculo y las dádivas, parecen pesar más que cualquier sustancia.
Cuando de pronto desperté, aún con el eco de las risas y los villancicos resonando en mi cabeza, comprendí que no había ficus, ni renos, ni réplicas de Pedro Sánchez. Todo había sido un sueño, o mejor dicho, una pesadilla. Pero lo más frustrante fue entender que, al abrir los ojos, nada había cambiado. La política seguiría siendo un teatro de disfraces, las palabras huecas se repetirían, y los buenos regalos, como siempre, estarían reservados para los mismos de siempre. Al final, lo único verdaderamente real era el frío de la mañana y la resaca de la nochebuena que me latía en las sienes, como todos los años.