José Alejandro Vara-Vozpópuli

  • El vicepresidente camufla sus líos judiciales con las noches salvajes de Hasel, un tipejo que le desprecia, y al tiempo, exhibe su poder sobre la jauría

Sánchez aspira a ser presidente de una república plurinacional e Iglesias, de una república balanera. De bálano. De a ver quién lo tiene más grande. El líder de Podemos, demostrado queda, exhibe con orgullo dos cualidades que piensa virtud. Es un fatuo verborreico y un machito de manual. Por eso se la pasa echando pulsos, lanzando provocaciones, esparciendo amenazas. “El miedo cambia de bando”, “asaltar los cielos”, «me emociona ver a unos manifestantes golpear a un policía», “ azotar hasta que sangre”. Sus conocidas jaculatorias, sus célebres eslóganes de los tiempos de oposición han dejado paso, instalado ya en el Gobierno, a una permanente exhibición de prepotencia adornada con ramalazos de bellaquería.

Margarita Robles, más austera de gestos y más cáustica en la expresión, opta por el guantazo seco, la respuesta gélida. Disfruta cuando el vicepresidente segundo vocifera cual macho alfa mientras gorilea, provocador, por las ramas

Anda ahora en la fase de echarle pulsos a su socio de Gobierno, de ganarle diversas partidas, de zamparle alguna merienda, de buscarle las cosquillas. Se trata de una coreografía apócrifa, mera gesticulación impostada y farisea como una declaración de Illa. Puro ejercicio escénico, un trampantojo hiperbólico y virtual. Hay trompadas, cierto, entre los miembros del Gabinete. Y algunos choques virulentos que devienen en gestos desabridos y comentarios hirientes. La cruz de navajas, por ejemplo, que ahora ejecutan Carmen Calvo e Irene Montero no deja de ser un pas a deux ridículo y desternillante. Puro ejercicio de desgaste en asuntos varios que apenas se corresponden con la verdadera urgencia nacional. Margarita Robles, más austera de gestos y más cáustica en la expresión, opta por el guantazo seco, la respuesta gélida. Disfruta cuando el vicepresidente segundo vocifera con ademanes de macho alfa mientras, con el gatillo de su tuit, ametralla a jueces, patrias, democracias, derechas, periodistas, fascistas… Entonces, la titular de Defensa le abofetea con el Estado de derecho y se queda tan pancha. Esto no es nuevo, siempre ha habido motivos para la fricción: Ingreso Mínimo Vital, okupas, pensiones, impuestos, monarquía… Parece que van a más.

El estruendo, sin embargo, ha pasado ahora a la calle, donde Iglesias se maneja bien, donde Podemos impone su ley. Con un homínido oblongo y bobiforme como excusa, a quien se conoce como Hasel, el equipo de agitación morado está organizando su particular algarada de incendios, saqueos, destrozos y, como siempre, un rastro insoportable de policías brutalmente machacados de los que nadie parece acordarse.

En política no hay casualidades. Las hornadas salvajes toman la calle al tiempo que el frente judicial estrecha el cerco sobre la facción comunista del Gobierno. Aquí lo cuentan diariamente Luca Costantini y Alex Requeijo con todo lujo de detalles. La mayoría de los medios miran hacia otro lado o pretenden que lo ignoran. Podemos es el único partido de los cinco grandes que está imputado por corrupción. Tiene también investigada a gran parte de su cúpula, a su director de Comunicación, tesorero, gerente y, casualmente, desde esta misma semana, a Juan Carlos Monedero, su fundador, que en los escritos de la causa cobra lentamente el aspecto de un Bárcenas escuchimizado y sin patillas.

El presidente deja hacer. Neutral y distante, se pavonea con hierático narcisismo como un jefe del Estado al que no hay que molestar con estas menudencias, cosas del servicio

Emergen nuevos indicios, incontables pruebas, interminables sospechas en los diversos frentes que el partido de Iglesias tiene pendientes en los tribunales. El móvil de la joven y frágil Dina, quizás el teléfono más morboso de la historia, es uno de tantos asuntos candentes que, con la etiqueta de Podemos, circulan ahora por los juzgados. Pucherazos, manipulación de censos, empresas tapadera, financiación ilegal, sobresueldos, facturas falsas y esa Neurona sucia y prigosa, el agujero negro de todo el affaire… Iglesias asiste mudo a la embestida de las togas mientras, poco a poco, sube la marea. “Son las cloacas”, es lo único que acierta a articular mientras sube el nivel del estiércol por los muros de Galapagar.

¿La respuesta? Incendiar las calles. Ocultar la mugre, disimular la fetidez, ponerle sordina al runrún del pillaje. Algunos ministros del ala socialista de La Moncloa amagan tibios gestitos de protesta. El presidente deja hacer. Neutral y distante, se pavonea con hierático narcisismo como un jefe del Estado al que no hay que molestar con menudencias como estas. Comercios reventados, guardias masacrados… en fin, cosas del servicio. Después de tres días de ataques y silencio, exhala al fin, displicente y algo molesto, dos frasecitas bobas en las que mezcla la libertad de expresión con un tímido mohín hacia la violencia y punto.

Iglesias camufla sus líos judiciales con las noches salvajes de Hasel, un tipejo que le desprecia, y al tiempo, exhibe su poder sobre la jauría, su control absoluto sobre las masas de esos mastuerzos encapuchados para cuando sea menester. Para cuando Sánchez, poco antes de que lleguen las urnas, considere llegada la hora de la ruptura y decida prescindir de su compañía, tan desabrida y colérica. El vicepresidente demostrará entonces que las pedradas de ahora tan sólo son un anuncio de lo que, inevitablemente, acontecerá en el futuro. Veremos entonces quién tiene el pedrusco más gordo. La república balanera se hará oír.