JAVIER REDONDO-EL MUNDO

La pasada Nochebuena, Mendía (PSE), Ortuzar (PNV), Martínez (Podemos) y Otegi (Bildu) cocinaron y posaron juntos para El Diario Vasco, que tituló: «La mejor receta de la política». Se refería al sacrosanto y enyesado diálogo selectivo, al entendimiento indulgente, a la complacencia, al compadreo… En resumen, a con los hunos pero sin los hotros. Cuando sobrestimamos la memoria de los españoles subestimamos la potencia del rodillo mediático a favor de la causa.

Chivite, la líder socialista en Navarra, arriesga con su apuesta para ser investida con la abstención de Bildu. Ferraz contemporiza: rechaza la iniciativa sin desautorizarla. La Ejecutiva del PSOE podría hacerlo, antes o a toro pasado –si Chivite consuma el plan–, convocando al Comité Federal, con competencia para definir las líneas políticas del partido y sus alianzas. O podría intentarlo y fracasar también anticipadamente con el artículo 53.2 de sus Estatutos en la mano: «En todo caso, será obligatoria la consulta a la militancia, al nivel territorial que corresponda, sobre los acuerdos de Gobierno en los que sea parte el PSOE o sobre el sentido del voto en sesiones de investidura que supongan facilitar el gobierno a otro partido político». Se comprende que el PSOE no abra un boquete en su pared y prefiera esperar acontecimientos, pero se echa en falta algo más de asertividad, al menos la misma e iguales quejidos que se expresan en otras direcciones.

Con todo, lo primero que tiene que dirimir el PSOE es si la abstención de Bildu para propiciar el Gobierno de Chivite junto con Geroa Bai y Podemos constituye línea política nacional, o sea, de principios; o territorial, o sea, de poder. Si se desentiende y lo procesa como una cuestión local, el último que apague la luz. Por su parte, Navarra Suma lo entiende como un asunto de trascendencia nacional y valores, con la ventaja de que traen consigo el poder. De tal forma que para tratar de igualar los términos de la transacción, muestra su voluntad de facilitar la investidura de Sánchez en segunda votación. Con el inconveniente de que sus dos diputados no solo pueden resultar irrelevantes sino incompatibles con el apoyo de los seis del PNV al PSOE.

A Sánchez le ha salido una réplica del noesnoísmo en Navarra. Alzórriz, secretario de Organización del PSN, insiste en no investir a Esparza, candidato de Navarra Suma, porque aspira a un Gobierno «progresista, de izquierdas y plural». Aquella frivolidad que le valió a Sánchez el control del partido y acceso a Moncloa pero impidió a su hora la convergencia de centros en torno a Rajoy se revela y rebela ahora contra sus 123 diputados. Valen un poco más que aquellos 123 de Rajoy porque faltarán los de los cuatro procesados en segunda ronda. Sánchez ha maniobrado resuelto y con maestría, sentido de la oportunidad, audacia, finezza y desparpajo no exento de transformismo. Ganó las elecciones, como le pronosticó Rajoy en 2015, a la tercera. No descarta del todo un doble salto –electoral– si el patio se le revuelve. Aunque ha de saber que la fortuna, caprichosa e indomable, gobierna la mitad de las acciones humanas; y demuestra su poder allí donde el gobernante no ha dispuesto previamente su virtud, sentido de la realidad, dominio y fortaleza para sortearla.