Gabriel Albiac-El Debate
  • Es el momento de sentarnos a disfrutar del espectáculo. Momento de cruzar apuestas sobre quién le rebanará el pescuezo a quién primero. Todos tienen sus bazas que jugar. Y todos acumulan su montaña de mugre

Pecunia non olet. O sea, que «el dinero no huele». Literalmente, puesto que Vespasiano estaba aplicando, en el siglo I, ese axioma a su política de implantar impuestos sobre los urinarios públicos.

La política se extinguió hace mucho. Su última escenografía, la fingida epopeya teatral de una izquierda y una derecha, en cuya supuesta batalla se dirimiera el bienestar humano, no da ya ni risa. La prometida salvación de los humildes es hoy enarbolada, desde la cárcel, por un antiguo ministro cuyos alivios libidinosos hemos costeado todos con nuestros impuestos. Que tampoco huelen.

Pero Ábalos era un hombre de irreprochable «izquierda», por supuesto. Pertenecer a la misma inodora rama salvífica legitimaba también a su jefe supremo para cosas que, en un político de «de derechas», hubieran sido juzgadas abyectas. Financiar una campaña electoral con los fondos aportados por un suegro proxeneta hubiera hundido en el deshonor a cualquier político de tiempos más primitivos. El esposo de Begoña Gómez ve esa burdélica genealogía de la prosperidad propia hasta tal punto respetable, que ni se toma la molestia de explicarla. Los burdeles son rentables. El proxenetismo enriquece. Con la riqueza se puede llegar a cualquier parte. También, al Palacio de la Moncloa. No, «non olet».

Caída la máscara de las grandes retóricas liberadoras, la política aparece como lo que es: artesanía para acumular un inodoro dinero. Mucho, y muy deprisa, y exento de todo escrúpulo. En la política española, el siglo veintiuno quedará como el desvelamiento de la verdad básica: que ya ni para hacer retórica sirven las categorías morales. La ética en política da risa: eso es lo de verdad moderno. No es justo llamar mafiosos a nuestros gobernantes. En el honorable entramado de la mafia, una ética de acero liga entre sí a los miembros de una familia. Violarla era estar muerto. Nuestras modernas mafias políticas nada saben de fidelidades.

Una guerra de familias se ha abierto ya entre los beneficiarios del navajeo mafioso de los últimos siete años. Es una guerra en la cual no habrá prisioneros. Solo cadáveres. En el vértice, Pedro Sánchez sabe que un paso en falso lo podría llevar, sin transición, de la Moncloa a la cárcel. Bastaría con que Ábalos hiciera pública la mastodóntica contabilidad negra, cuyas migajas financiaban su venal libido. Porque, más allá de esas migajas de consuelo, las cantidades aportadas por la estafa Air-Europa ponen en jaque –mate, tal vez– al jefe y a su avispada esposa. Y porque, más allá de los cuatro pícaros del Peugeot, lo que Ábalos percibe aquí es el resurgir, a la sombra del matrimonio de la Moncloa, de otra mafia, la vieja, la seria, la que, en los años de José Luis Zapatero, forjó su red de exacciones a través del despacho de un self-made man llamado Pepiño Blanco, prodigio de ascensor social sin mediación académica.

Es el momento de sentarnos a disfrutar del espectáculo. Momento de cruzar apuestas sobre quién le rebanará el pescuezo a quién primero. Todos tienen sus bazas que jugar. Y todos acumulan su montaña de mugre. Zapatero y Blanco han ascendido a la próspera condición de apañadores del filántropo Xi Jin-Ping en España. Y en la, conmovedora tarea, de mamporreros internacionales del sutil Nicolás Maduro. Todo, al contado. Ábalos y su aizcolari favorito se han ido fundiendo una pasta en metálico que, comparada con la de la familia zapateril, parece cosa de risa. Pero que es, de momento, mucho más fácil de rastrear. Por encima de las dos familias ejecutoras, el jefe Sánchez tiene que taponar la brecha de los burdeles conyugales, la misteriosa resurrección de Air-Europa y la mugrienta financiación que Cerdán apañó para su partido. «Non olet».

Viven todos momentos complicados. Y sobre el jefe penden las espadas de Damocles de los dos bandos. Ya en la cárcel, Ábalos no tiene más salida que desvelar los negocios de Zapatero y Blanco: ha anunciado su intención de hacerlo. Los portavoces de China y Venezuela, por su parte, necesitan encapsular el área delictiva socialista en el solo territorio, entre criminal y burlesco, del prostibulario Koldábalos. El Jefe Supremo no puede permitir que los negocios conyugales lleguen a ser investigados: el negocio de su cónyuge es el suyo. Que, por supuesto, «non olet»

Todos, ahora, necesitan matar a todos. Y alguno de ellos está en óptimas condiciones de ser matado. Y otros lo están de matarlo. En la celda hay prisa por cantar. Antes de que todo allí huela a cadáver. O, más bien, apeste.