Jon Juaristi-ABC
- Así es como termina la Historia: no con un rearme, sino con Suspiros de España
Tanto Trump como Putin profesan idéntico desprecio al liberalismo europeo, vinculado desde sus orígenes con la defensa de las libertades individuales y minado, desde la Revolución Francesa, por la carcoma de los Derechos Humanos, cuyos sujetos siempre han sido gregarios y tan reales como los Siete Enanitos. En su época heroica, el liberalismo no conoció esta pintoresca variedad de sujeto con derechos a la carta. Por el contrario, se dedicó a construir Estados nacionales soberanos basados en la división de poderes, el imperio de la ley y la isonomía (igualdad de los ciudadanos ante la ídem). Hoy, en su época de decadencia, el liberalismo europeo se despepita por satisfacer las demandas de los sujetos colectivos –Ortega los llamaba particularismos, a secas– que han ido rompiendo las naciones y desmoronando, en consecuencia, los Estados soberanos y sus legislaciones isonómicas.
Ni Trump ni Putin simpatizan con los Estados nacionales. Ni siquiera con los suyos: Putin deplora que el Imperio soviético desapareciera para dejar como residuo un desmedrado Estado ruso, por muy federal que se quiera, y Trump aspira a convertir Estados Unidos en el imperio que nunca fue, porque nació como una federación de colonias que se sacudieron el yugo de un imperio colonial. El principal ideólogo del putinismo, Vladislav Surkov, asegura que la identidad política de Rusia no es nacional y ni siquiera federal, sino un «mundo ruso» sin fronteras que existe «allí donde se encuentre una influencia rusa, bajo una forma u otra: cultural, informacional, militar, económica, ideológica o humanitaria… es decir, en todas partes» (Entrevista en ‘L’Express’, 20-26 de marzo, página 23). Por el contrario, según Surkov, Ucrania es una «entidad política artificial» (no un verdadero Estado) sin otra identidad que la ideología rusófoba de una minoría al servicio de la Unión Europea.
Lo más interesante es que Trump y Putin, según Surkov, son pioneros en la defensa de «la supervivencia de la gran civilización nórdica, a la que pertenecen las culturas rusa, europea y americana, en un contexto de presión demográfica casi insostenible por parte del Sur» (latinoamericanos, musulmanes, hindúes: el llamado Sur Global). Por eso Trump está tan interesado en anexionarse Canadá y Groenlandia como Putin en merendarse Ucrania. El guiño al liberalismo flojo por parte de Surkov es gracioso. Quizá el liberalismo y la democracia no estén del todo obsoletos, dice, pero lo que está muerto sin remedio es «la idea de que son universales e intrínsecamente superiores a otros sistemas». Y, por cierto, ni la Unión Europea ni sus Estados miembros son Estados. Ni chicha ni limoná, según Surkov.
Esto es lo que hay. Un pacto tipo Molotov-Ribbentrop, pero más a lo bestia. Y aquí Perico Saunas y sus Chirimoyas Climatéricas (¡Señor, Señor…!).